Crónica política

Hacia un país normal

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El kirchnerismo cambió de agenda. FOTO: archivo el litoral

Rogelio Alaniz

A dos meses de haber asumido el poder, el gobierno de Macri empieza a acomodar las variables políticas y económicas. No dispuso de los míticos cien días de crédito que merece todo gobierno democrático. Todo lo contrario. El kirchnerismo le declaró la guerra al otro día de perder las elecciones y las escenas histéricas y patéticas de “La que te dije”, negándose a entregar el poder, fue uno de los instantes sublimes de esta caricatura de resistencia promovida por una mínima pero ruidosa fracción de los derrotados en las pasadas elecciones.

Después vinieron los acampes y las plazas populares con todo su repertorio de mitologías y supersticiones. Los que se distinguieron por predicar el odio con rostro adusto y gestos amenazantes, los que convocaban a los escraches y a escupir a periodistas e intelectuales, ahora decidieron presentarse como titulares de la alegría, una virtud de la que, según ellos, nadie los va a despojar, bravuconada que hubiera despertado la envidia de George Orwell, asombrado de que semejante “mandato” a él no se le hubiera ocurrido para integrar a su utopía totalitaria.

Los muchachos lanzados a la resistencia no se privaron de nada, aunque para los observadores nunca quedó claro si lo que defendían con tanto entusiasmo eran ideales o rentas y privilegios ganados en nombre de una militancia a la que también corrompieron negándole su rasgo distintivo: la gratuidad, la vocación del militante de defender un ideal, equivocado o no, sin pedir por ello un sueldo.

La Argentina ingresó en la era del asombro. Hasta Alicia en el país de las Maravillas se hubiera preguntado si estaba despierta o durmiendo. D’Elía de pronto se acordó del Estado de derecho y la independencia del Poder Judicial; Larroque, de las libertades públicas y la labor republicana del Congreso; Recalde padre exigió, con la autoridad moral que lo distingue, que se ponga punto final al impuesto a las Ganancias. No faltaron los que se quejaron por los índices inflacionarios, palabra que hasta el 10 de diciembre del año pasado estuvo ausente en el vocabulario kirchnerista, como estuvieron ausentes las palabras “corrupción” y “pobreza”.

Los muchachos estaban convencidos de que en dos meses a más tardar regresaban de la mano de “La que te dije”. Creyeron y apostaron a la “versión del helicóptero”, es decir, suponían que Macri acorralado por las movilizaciones populares escaparía de la Casa Rosada en el mismo helicóptero que escapó De la Rúa.

Por la causa

Ellos no eran destituyentes claro está, sino abanderados de la causa nacional y popular luchando contra un gobierno oligárquico y gorila. El relato en este caso justificaba todo: el golpismo, la asonada, la impunidad a los ladrones y ladronas. Macri era un intruso en la Casa Rosada, un intruso que además se había atrevido a bailar cumbia en el balcón de Perón y Evita, a sentar a su perro en el sillón de Él y a pasearse con su hijita por los jardines donde “La que te dije” celebraba sus habituales rituales.

Si alguna duda quedaba acerca de la condición de usurpador del señor Macri, esta se disipó cuando se atrevió hacerse presente en la Esma, territorio liberado por Bonafini y Carlotto gracias a los auspicios de un presidente oportunista y demagogo que de un día para el otro descubrió, con el desparpajo y la impunidad de los tahúres, que los derechos humanos podían ser un excelente negocio político.

Sesenta y cinco días después, el gobierno nacional se consolida y el kirchnerismo se desgaja al impulso de las deserciones y el grotesco. El gobierno se consolida con sus aciertos y errores, pero en una línea que está en sintonía con las expectativas de la mayoría de la sociedad. Por supuesto hay tensiones como corresponde a una sociedad con conflictos y con un gobierno cuyos funcionarios están haciendo sus primeras experiencias de gestión.

La paritaria docente es un ejemplo, pero no el único en este difícil arte de gobernar sociedades de masas organizadas y con un alto nivel de demandas. Los acuerdos con los gremios docentes aún debe consolidarse, pero sería deseable que las clases se inicien en las fechas previstas, como también sería deseable que se cumpla con el dictada anual de clases y si esto no ocurriera por paros u otras causas que los maestros tengan la honestidad intelectual y moral de completar los días de clases como lo manda la ley y lo exigen los padres de los niños.

Claro que es justo que los maestros perciban buenos sueldos, tan justo como el derecho de los niños de disponer de docentes mejor calificados intelectualmente, docentes que no se valgan de los generosos regímenes de licencias para eludir responsabilidades. La huelga es un derecho, pero no es un derecho absoluto, y mucho menos cuando los rehenes de esas medidas de fuerza son los niños.

Más allá de las inevitables rispideces, uno de los temas clave de la actual política nacional, como son las paritarias, se está resolviendo por el camino del consenso, un verdadero esfuerzo por parte de un gobierno que recibió una nación que no crece desde hace cuatro años y con uno de los índices inflacionarios más altos del planeta.

En la semana, el presidente anunció que el mínimo no imponible se comenzará a cobrar a partir de los treinta mil pesos. Se trata de un aumento a favor de los sectores asalariados de más del ciento por ciento, una solución parcial que no deja satisfechos a todos, pero que se orienta en la dirección prometida durante la campaña electoral.

Desde el punto de vista político, el rasgo distintivo es el creciente aislamiento político del kirchnerismo reducido a un puñado de agitadores y a la cleptocracia cuya Meca espiritual parece ser la provincia de Santa Cruz, asediada por las movilizaciones de los trabajadores cesanteados por Lázaro Báez.

Personajes

La derrota del kirchnerismo es de tal magnitud que, a esta altura de los hechos, en las usinas del macrismo se preguntan si no es conveniente que la principal contradicción siga planteada con personajes como Moreno, el Morsa Fernández o el señor Máximo Kirchner. Sin ironías, pero sin faltar a la verdad, podría decirse que si el kirchnerismo no existiera, el macrismo debería inventarlo.

Convengamos que los cruzados de la causa K han hecho méritos para estar donde están en la estima pública. Lo que resulta conmovedor es que estos personajes en algunos casos sórdidos y venales, hayan sido gobierno. Es que la pérdida del poder pone en evidencia las miserias y encanallamientos de quienes lo disfrutaban creyendo que el placer se extendería hasta la eternidad.

Algo parecido ocurrió con Menem devenido en una suerte de zombi cuando perdió el poder. Y seguramente algo parecido ocurrirá con “La que te dije”, refugiada en El Calafate contemplando impávida las deserciones de quienes hasta ayer le juraban fidelidad y cariño con la misma sinceridad y entusiasmo con que antes le juraban a Menem.

El kirchnerismo, uno de los rostros del peronismo en los últimos doce años, es una sombra de lo que fue, un espantajo que arrastra su anacronismo y decadencia. De todos modos, el gobierno nacional sabe que saldar cuentas con el pasado es apenas un aspecto de su tarea, un aspecto que con el paso del tiempo seguramente será cada vez menos importante. La otra tarea es gobernar hacia el futuro. “Cambiemos” es una sigla, pero debe ser algo más que una sigla. ¿Cambiar qué? Un orden político autoritario por un orden político republicano; una economía cerrada por una economía abierta; una nación aislada por un país integrado; una sociedad dividida por una nación unida; un Estado en ruinas por un Estado con instituciones y funcionarios idóneos.

Por lo pronto, importa saber que lentamente y a los tropezones, el gobierno nacional se va haciendo cargo efectivo del poder: negocia, acuerda, impone condiciones, avanza y retrocede. Esta semana estuvo Renzi en la Argentina; para el mes que viene llega Obama; el juez Griesa falló por primera vez de acuerdo con las pretensiones argentinas; dentro de diez días se inician las sesiones extraordinarias y Macri seguramente se referirá a las acciones futuras en el contexto del país que recibió. En definitiva, con lentitud, con dificultades, pero con decisión y entusiasmo, la Argentina empieza a ser un país normal.