ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

El adolescente y el otro

Por Luciano Lutereau (*)

El deseo del adolescente es esencialmente negativo. Esta idea se confirma con el hecho de que suelan saber mucho más qué no quieren, que lo que sí. Es lo que los adultos llaman “disconformidad”, pero ¿no todo deseo se manifiesta de este modo? Siempre a través de la paradoja, la excepción, el resto que pone en cuestión la totalidad, el deseo es una potencia infinita.

No obstante, en la adolescencia cobra un matiz particular. Para el caso, es algo notorio que en esta etapa de la vida encontremos la manifestación, más o menos variable, del hurto y el robo. En efecto, los niños no roban. Simplemente declaran como suya cualquier cosa que quieren. Es conocida la situación en que un niño no quiere irse de una casa que visita sin un objeto. Haberlo hallado es casi una declaración de un derecho de propiedad; o, dicho de otra manera, los niños son grandes expropiadores: “Si lo tengo yo, es mío” podría enunciarse la posición que instituyen al respecto.

En los adolescentes, en cambio, verificamos una actitud diferente. No sólo por la incidencia de los diques de la vergüenza y la timidez, sino porque la relación con el otro es fundamentalmente diferente. El adolescente debe tomar del otro lo que necesita, pero su relación con el pedido se encuentra afectada. Si demandara, confirmaría una posición de niño; y, además, ocurre que los adultos no sean muy proclives a dar.

Por cierto, uno de los grandes malestares de nuestra época radica en que la sociedad imputa a los jóvenes los más diversos excesos: la delincuencia, la droga, la promiscuidad, cuando las estadísticas desmienten lo que el saber popular formula con descaro. He aquí lo que ciertos psicoanalistas llaman un “mecanismo esquizoide”, por el cual se proyecta en la adolescencia lo que la adultez desconoce (no se atreve a conocer) de sí misma. Por esta vía incluso se justifican las más diversas agresiones hacia los jóvenes. La más problemática de nuestro tiempo radica en un rechazo de la genitalidad que se expresa de forma contradictoria: en lo manifiesto, se asume un discurso liberal, pero en el discurso latente se corrobora el abandono a través de un empuje a gozar como adultos a quienes necesitan todavía varios rodeos preliminares.

A partir de lo anterior, ante la situación de que los adultos no puedan identificarse con la capacidad creativa de los jóvenes, a éstos sólo les queda asumirse por vía del “robo”. Éste último no debe ser entendido como la sustracción material, sino como una estructura más amplia que articula una relación en la cual uno toma del otro algo que éste no sabe. De este modo, se constituye el saber en falta del adolescente. De esta manera, es que también importa menos lo sustraído que la sustracción. Por eso, es errado concebir la aparición de fenómenos delictivos en la adolescencia como una forma de reacción antisocial o de mero cuestionamiento de la autoridad. Al contrario, es un modo privilegiado de su reconocimiento.

He aquí una coordenada crucial para lo que implica mantener una conversación con un adolescente. El adulto que se muestre demasiado listo (por ejemplo, el analista que quiera interpretar, es decir, restituir el saber elidido de lo que el joven dice) quedará fuera de juego. El adolescente necesita instituir su posición enunciativa en la idea de que el otro no entiende, porque sólo desde esa suposición logrará extraer su diferencia.

En este punto, una última reflexión: la incomprensión es más que una cuestión de significados, porque responde a una ética: es habitual entre psicoanalistas pensar la adolescencia sin considerar el papel que los adultos le hacen jugar a los adolescentes. Concluyamos con una pregunta: ¿cuántos de los supuestos rasgos intrínsecos de los jóvenes pueden no ser más que respuestas subjetivas al tipo de relación persecutoria, y poco generosa, que los adultos instituyen?

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis por la Universidad de Buenos Aires. Docente e investigador. Autor, entre otros, de “Los usos del juego”, “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

Es errado concebir la aparición de fenómenos delictivos en la adolescencia como una forma de reacción antisocial o de mero cuestionamiento de la autoridad. Al contrario, es un modo privilegiado de su reconocimiento.