periodista Corondino

Juan Manuel Peratitis y un emotivo reencuentro con su madre

Esta historia es como la de dos dimensiones que convivieron 44 años en el mismo espacio pero siempre de manera paralela. Pero este verano Guadalupe Albina Vellozo, de 66 años, halló por fin lo que tanto había soñado: a su hijo varón.

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El 29 de enero, Guadalupe conoció a quien había parido. La puerta de la Estación Terminal de Rosario fue el escenario de un gran abrazo de reconciliación. Foto: Gentileza

 

De la redacción de El Litoral

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No debe haber nada más difícil que hablar o escribir sobre uno mismo, pero realmente esto merece y vale la pena ser contado debido a tanta repercusión que generó cuando le dije al mundo que mi madre y mis hermanas biológicas me habían por fin encontrado.

Esta historia es como la de dos dimensiones que convivieron 44 años en el mismo espacio pero siempre de manera paralela. Nunca se habían encontrado. Por un lado, en la vida de Guadalupe estaba la cuenta pendiente de encontrar a su hijo que le habían quitado de los brazos casi recién nacido. Por el otro, en la vida de Juan existía la incertidumbre de saber que había una madre que un día lo había parido, pero no sabía nada más.

Esos dos cosmos se encontraron el 25 de enero. Allí, Guadalupe Albina Vellozo, de 66 años, halló por fin lo que tanto había soñado: a su hijo varón. En ese momento, Juan Manuel Peratitis, de 44 años, comenzaba a descubrir una historia que lo llevaría a sus orígenes.

Guadalupe había nacido en Puerto Piracuacito, en el norte santafesino. De niña se mudó a Buenos Aires y casi siempre vivió en el barrio de Barracas, porteño paisaje del sur capitalino. Cuando tenía 22 años quedó embarazada de su novio, Segundo Abregú. Pero no pudo consumarse la pareja razón, por la cual ella decidió irse a esperar el nacimiento a Reconquista y, luego del nacimiento de su hijo, a los pocos días, comenzó a notar que la apacible Reconquista en realidad era una célula del peor de los comercios: el de bebés. Una mujer que se había ganado su confianza subió con ella a un colectivo pero se sentó más atrás, con el chiquito en brazos que debía llamarse Marcelo Luis. La “amiga” de Guadalupe se escapó y cuando ella se dio cuenta, era tarde. Bajó con la velocidad que brinda la desesperación, limitada por los dolores que permanecían del reciente parto, pero en el medio de la corrida fue interceptada por dos sujetos que la secuestraron y la obligaron a firmar un papel para entregar a ese bebé. “Firmá acá o tu familia se muere, además ya te imaginarás lo que le pasó a tu tío” le dijo una de las tenebrosas voces que impactaban de lleno contra la joven madre de 22 años, refiriéndose a la desaparición de un pariente de Guadalupe.

No tuvo opción

Guadalupe volvió a Buenos Aires con el vientre vacío y el alma llena de dolor. No dijo nada inmediatamente. Sola, sin su pareja, sin su hijo, perdida por no poder hacer denuncias. ¿Pero qué denuncia podría hacer si los que cometieron este robo, en parte al menos, eran policías?

Pasaron los años, el vago dato de que ese nene que tenía que llamarse Marcelo en realidad se llamaba Juan Manuel la alentó a reanudar la búsqueda en algún momento. Una mujer le dijo que el apellido era Ceratitis y que a su hijo lo tenía un matrimonio que sin saber todo este entorno había viajado de repente a Reconquista a buscar a quien adoptaría como hijo para llevarlo a Rosario.

Esa “C” por la “P” de Peratitis demoró demasiado el encuentro. Hasta que no hace mucho, con ayuda de la tecnología y de su compañero de ruta, Víctor, Guadalupe creyó encontrarlo. Una foto que marcaba un parecido cierto. Un apellido muy similar a aquel Ceratitis. Parecía que el castigo de 40 años estaba terminando. Pero aparecieron los miedos: al rechazo, al rencor del otro lado, hubo pedidos de amistad en Face no respondidos. Y pasó un poquito más de tiempo.

Hasta que este mensaje fue la intersección de los dos cosmos el 25 de enero.“Hola, ante todo me presento, mi nombre es Vanesa Vellozo. Quería saber si tu mamá se llama Alcira Ochoa y tu papá Juan Peratitis y si naciste el 9 ó 10 de febrero de 1972”.

Una llamada telefónica terminó con 44 años de espera de un lado y de incertidumbre del otro. Sollozos disimulados, emoción, un corazón latiendo a mil y más, la boca abierta, la vista mirando al alma. El 29 de enero Guadalupe conoció a quien había parido, aunque suene raro. La puerta de la Estación Terminal de Rosario fue el escenario de un gran abrazo de reconciliación con el mundo, tantas veces esquivo. Ése que estaba ahí debía ser Marcelo Luis pero en realidad se llama Juan Manuel. Esa mujer que estaba delante de él alguna vez lo tuvo 9 meses en su panza, del mismo modo que cinco años después lo hacía con las gemelas Vanesa y Romina.