SEÑAL DE AJUSTE

Quiero divertirme con vos, gorda

Quiero divertirme  con vos, gorda

Las conductoras de “Desgeneradas” son Georgina Barbarossa, Victoria Onetto y Lola Morán.

Foto: Gentileza Canal 9

 

Roberto Maurer

A partir del lunes 2, el Canal 9 fue lanzado como “el nuevo nueve”, lo que se entiende que a la vieja emisora de Romay la sacaron del salón en el ángulo oscuro y por su dueño tal vez olvidada, le cambiaron la mortaja, empolvaron su pálido rostro y la pusieron a bailar con ropa nueva. Como se sabe, es difícil determinar quién es su verdadero propietario o quién da las órdenes hoy, pero más fácil resulta aceptar que estaba dominada por el régimen llegado de la estepa.

La programación consistía en latas de ficciones habladas con distintos acentos de la Patria Grande sin cumplir con la cuota de contenidos nacionales exigida por la ley, en producciones oficialistas del abyecto Diego Gvirtz, y una conducida por el millonario perseguido Víctor Hugo Morales. Habría un nuevo gobierno en ese pobre canal -convertido en una suerte de piltrafa en la historia de la televisión argentina-, o por lo menos alguien que impuso un cambio de rumbo que consiste en disminuir las tiras extranjeras, ampliar “Bendita” y producir más espacios locales sin que eso parezca un cotolengo.

DEBUT Y TROPEZÓN

Tal vez se trate de una maldición. El primer día de la renovación, a las 17 debutó “Desgeneradas”! (sic), una tertulia de mujeres para mujeres como se estilaba hace cincuenta años, y a las 17.25 se congeló la imagen pero siguió el audio: tres mujeres y un hombre, inmóviles, cuyas voces se continuaban escuchando mientras se sumaban nuevas voces, hasta el final del programa. Era como oír la radio, o televisión para no videntes, o una fórmula para captar la atención del público.

Las conductoras son Georgina Barbarossa, Victoria Onetto y Lola Morán, donde se reunirían los puntos de vista de tres generaciones (20, 40 y 60 y pico), y se explicaría el nombre del programa. “¡Quiero divertirme con vos, gooooorda!”, suele exclamar Barbarossa quien, desde que engordó, trata de gordas a todas sus fans. Las fórmulas coloquiales son simpáticas, aunque no siempre finas. Hablan de ellas y muestran fotos de su vida, en la escuela con guardapolvo o con un gatito en brazos, en familia, y también bajo la torre Eiffel, se toman las tres de las manos, escupen consejos y ponen de ejemplo a sus propias vidas: se puede ser feliz si se lucha por convicción por aquello que uno quiere, gorda.

Van presentando a sus columnistas, un ejército, a quien también suelen tomar de las manos, con lo cual uno llega a pensar que se trata de un programa de hippies. Un vago con el pelo hasta los hombros y la apariencia de un jugador de Villa Dálmine es asesor de modas y se llama Bernie Catoira. La periodista Lucila Díaz Castelli hablará de la actualidad del país, pero “en forma sencilla”, tranquiliza, o sea para que la gorda imaginaria de Barbarossa entienda. El economista Mariano Otalora se ocupará de nuestra heladera y nos alentará a buscar descuentos. Será una ayuda: “Las mujeres no somos buenas para los números... somos medio literatas y... esotéricas”, dice Victoria Onetto moviendo los brazos en alto como en una danza hindú. Su imprecisa y aventurada afirmación sobre la esencia del género femenino merece ser analizada en un libro.

—¿Para vestirse bien hace falta mucha plata? -le pregunta al jugador de Dálmine. A esa altura, el espectador percibe que se encuentra frente a un programa que le enseña a vivir con poca plata. Todo va en esa dirección: gorda, no rompás el chanchito.

UN RAYO MISTERIOSO

Llega bailando el coreógrafo Alejandro Levallén, lo rodean las tres conductoras y es cuando la imagen se congela para siempre, como se señaló. Lo que sigue es el audio. Oímos la presentación de la doctora Andrea Goldín, varios títulos e investigadora del Conicet: “Los científicos somos gente normal, vamos a fiestas y nos emborrachamos”, dice la académica, confianzuda, que nos instruirá acerca de la importancia de la ciencia en la vida cotidiana, si viene sobria.

Percibimos la voz de sumo sacerdote de un especialista en protocolo, y se habla de que es mejor tirar la bandeja de cartón de la rotisería y poner platos. No es de ceremonial, se trata de no retroceder a las cavernas. Como en todos los casos, caemos en el dinero: se puede poner una mesa maravillosa con poca plata. Pobres pero felices. Lo corrobora otro recién llegado, Esteban, profesor de gimnasia, quien asegura que con movimientos, trapos y botellas, en casa se pueden sustituir las máquinas del gimnasio. Para que ahorre la gorda imaginaria a la cual se dirige el programa.

Sigue llegando gente, a la cual no vemos pero oímos. Son invitados famosos, hay alboroto, sólo nos llegan las voces que evocan tiempos viejos del 9. Uno había trabajado en una ficción con Georgina Barbarossa y recordaron cómo se toqueteaban en horario de trabajo. Hasta se oyó la poco ilustrada expresión “meter mano”. Entusiasmos juveniles.

UN CUENTO DE FANTASMAS

Los cinematografistas Lowe fueron los primeros licenciatarios de Canal 9, inaugurado en 1960. Fue un fracaso. A fines de 1963, pasó a manos del locutor Alejandro Romay (hoy añorado como un mecenas del Renacimiento) y resultó un éxito de chabacanería y popularidad. En 1974 fue ocupado por la derecha armada peronista y estatizado por Isabelita. La dictadura lo cedió al Ejército y en 1983 volvió a Romay que en 1997 lo vendió a unos australianos que lo bautizaron Azul Televisión y trataron de modificar una imagen asociada a la vulgaridad y al sensacionalismo y que terminaron huyendo horrorizados porque no entendían el uno a uno. Telefónica Media se convirtió en el nuevo licenciatario, brevemente, porque el ex Comfer forzó su venta por no adecuarse a la ley y compró Daniel Hadad, un periodista devenido en magnate de medios. En 2007 Daniel Hadad vendió el 80 por ciento al guatemalteco-mexicano con pasaporte estadounidense Remigio González González, conocido como “el Fantasma” porque no aparece en fotos alentando un cúmulo de suposiciones, como suele decirse. Luego, Hadad le vendió su parte y la titularidad se fue desvaneciendo: González González honraba su apelativo.

A la confusión contribuyó el entonces presidente de Afsca, Martín Sabbatella, cuando declaró que el 9 se adecuaba a la ley, es decir, que la propiedad del extranjero no superaba el 30 por ciento y que el resto pertenecía a un abogado argentino llamado Carlos Lorefice Lynch.

Nacieron especulaciones: ¿ya no era una emisora privada sino que se había estatizado de hecho? ¿O se había transferido a terceros sin hacerlo público? ¿Es cierto que la licencia sigue a nombre de Telefónica de España? ¿O el incremento de la pauta oficial y el alineamiento político respondió a que el propietario, tal vez contra su voluntad, había delegado la gestión en funcionarios militantes? ¿El Chavo tiene algo que ver?