Desagravio a la milanesa

Miserable y confesamente, embarcado como estaba en las permanentes de pestañas, dejé pasar el día de la milanesa, impuesto por iniciativa argentina (nosotros siempre nos encargamos de lo importante, mientras el mundo anda equivocado con otras cosas) y que celébrose con toda falta de pompa el 3 de mayo pasado. Así es que ensayo este desagravio.

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Desagravio a la milanesa

 

 

Si le preguntaran a los argentinos sobre su comida preferida, estoy seguro de que la milanesa, la popular milanga, competiría mano a mano con el asado y podría ganar dada la temprana entrada de gama de nuestros niñitos, que ya la manyan desde bien pequeños. A ver, preséntenme, ustedes, mis chiquitos, a algún nene que no coma milanesa. Será desterrado de inmediato y declarado habitante de otro país o incluso planeta.

La milanesa al final tiene todas las condiciones para ser argentina, aunque desde luego no nos pertenezca en su origen. La hemos adoptado, modificado, ensalzado (cuando le ponemos salsa: cuac), y ahora hasta le dedicamos un día en el calendario, un ascenso al mismo rango que el día de la madre (se sabe que nadie las hace mejor que ella), del padre (opinión cero) o del niño. La milanesa puede ser de Milán, nomás, puede ser napolitana, austríaca o española. O sea que puede ser argentina, que es la coctelera del mundo en donde todos los elementos sueltos del mundo pueden juntarse, mezclarse y aun producir otra cosa...

Se asume en general que los austríacos, tras la caída de Napoléon y el Congreso de Viena, recuperan terrenos del norte de Italia, con capital en Milán. Y que comían una suerte de carne fina pasada por huevo y empanada. Y le llaman milanesa por ello, y le atribuyen al general Radetzky (el mismo chico de la marcha Radetzky, que a su vez es el nombre de una conocida pieza musical de Strauss padre y una exquisita novela -un manual de la ironía cuya lectura recomiendo- de Joseph Roth) llevarla a su país, aunque hay recetas anteriores similares allí, aunque... etc, etc, etc.

O sea que para esa línea de investigación (bueno, hay investigaciones para todo: hay gente que estudia el alma, el principio de las cosas, la capa de ozono, los iones y también las milanesas), la milanesa bien podría llamarse vienesa. Pero la denominación ya está acaparada por las salchichas y una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Ya bastante chanchuyo tiene la milanesa en sí misma, con eso de pegotearle huevo y pan a la carne, como para encima reeditar viejos conflictos de la política europea.

Otros especialistas rastrearon que en realidad en España ya hacían carnes empanadas. Y el agregado de “napolitana” no es de Nápoles, sino supuesta invención de un viejo comedor (“Nápoli”) ubicado frente al Luna Park, en Buenos Aires, ciudad en donde, si no inventan las cosas, por lo menos las bautizan, rebautizan, reciclan, relanzan, redescubren y ponen en valor lo que fuera.

El éxito de la milanesa (hermoso título para una novela o algo así) radica, además del rico sabor, en su versatilidad, porque se pueden hacer milanesas de muchas cosas. También, Romina, milanesera de la primera hora, hace referencia a la nobleza de la milanesa (le gusta rimar a Romina, aliteraciones de erre mediante), porque si te sobraron, a la noche las reciclás sin problemas, o las morfás frías, o la metés en un sandwich o las cortás en pedacitos, agregás dos aceitunas y un poco de queso y ya tenés una picada bien argenta acompañada del también funcional, dúctil, universal y argentino porrón...

Y nos vamos yendo. Ya saben muy bien ahora cuál es la verdad de la milanesa. Siento la satisfacción del deber cumplido, porque hemos reparado una falla grosera (a quién se le ocurre cambiar pestañas por milanesas) y porque no quiero tener ni un sí ni un no contra la milanga. Enfrentado con la milanesa, estoy frito. O al horno. Como quieran.