Mesa de café

Aquel 25 de Mayo de 1810

Remo Erdosain

Es rara una mesa de café un 25 de Mayo a la mañana. Es lo que piensa Marcial mientras solicita al mozo que le sirva su habitual taza de té. Es rara -reflexiona- la ciudad, la mañana, el bar, la gente, todo parece diferente. Es como un domingo, pero distinto -concluye- mientras observa que Abel, José y Erdosain entran al bar conversando amigablemente como si nunca hubieran tenido una disidencia.

—Le trato de explicar a los amigos -dice Abel- que el 25 de Mayo es un día de unidad nacional, pero les cuesta entenderlo.

—Yo estoy de acuerdo con las buenas intenciones de Abel -puntualizo- pero no estoy tan seguro de que el 25 de Mayo haya sido un día de unidad nacional.

—No podés decir eso -replica Abel- es el día del nacimiento de la Nación.

—Puedo decir eso y mucho más; y lo puedo decir porque, en principio, la idea misma de Nación no estoy seguro de que haya estado presente en el pensamiento de los dirigentes de la revolución; es más, incluso es opinable; más de un historiador discute que ese 25 de Mayo haya sido una revolución.

—Para mí -atropella José- esa llamada revolución estuvo demasiado manijeada por el colonialismo inglés.

—Incurables como siempre -resopla Marcial-, ustedes los populistas parecen estar en contra de todas las fechas patrias. No les gusta el 25 de Mayo, no les gusta el 9 de Julio y de la única guerra internacional que hemos ganado en serio -la guerra contra Paraguay- también están en contra. Dicen ser muy nacionalistas, pero merecerían ser calificados de traidores a la patria.

—Propongo volver al 25 de Mayo -invito- porque es mentira que fue una jornada de unidad nacional, no sólo porque la Nación no estaba constituida, sino porque la fecha estuvo signada por la disidencia.

—Que un puñado de españoles haya estado en contra no quiere decir que hubiera disidencias importantes.

—Lo que sobraron fueron las disidencias -afirmo-, a la semana de la revolución teníamos abiertos tres frentes de guerra: uno en Montevideo, otro en Paraguay y el tercero en el Alto Perú; a eso agregale el levantamiento armado organizado por Liniers en Córdoba.

—Que gracias al deán Funes fue sofocado -pondera José.

—El deán Funes fue el mejor aliado y confidente de Liniers -observo-, aunque después, como buen cordobés, lo dejó al pobre francesito colgado de la palmera.

—Habrá habido resistencias como en toda revolución -comenta- Abel- pero el pueblo argentino estuvo unido.

—Otra vez me voy a permitir discrepar. En primer lugar, habría que ponerse de acuerdo sobre qué quería decir la palabra “pueblo” en 1810; en segundo lugar, en 1810 nadie se animaba a decirse argentino. Señalaría, por último, que en los levantamientos armados contra la Primera Junta hubo españoles en su conducción, pero las tropas estaban integradas por criollos, mestizos e indios; incluso, algunos de los jefes, eran americanos.

—O sea que para vos -reprocha José- el 25 de Mayo de 1810 no pasó nada.

—No dije eso, lo que digo es que hay que saber ubicar los hechos históricos tratando de no dejarse dominar por la mitología o la mentira. Algo importante pasó en esa fecha, pero para no ser tan anecdóticos habría que contextualizar los hechos; la historia no es la anécdota menor, los episodios protagonizados por unos héroes o las conclusiones manipuladoras de los habituales fabricadores de lugares comunes.

—Convengamos -señala Marcial- que aquellos hombres eran conscientes de que estaban haciendo patria.

—Algunos lo eran, otros no tanto. En todos los casos, eran hombres dominados por los acontecimientos. El viento de la historia se había desatado sobre estas costas y las élites dirigentes de entonces se esforzaban por tomar decisiones en un escenario signado por la incertidumbre.

—Pero Mariano Moreno o Belgrano.

—Mariano Moreno, unos meses antes, había estado enganchado con Álzaga y después escribió el manifiesto de los hacendados. O sea que estaba muy lejos de ser el furioso jacobino que pretenden rescatar algunos historiadores de izquierda.

—¿No es verdad acaso que lo envenenaron?

—No está para nada probado; a todos nos resultan tentadoras las versiones conspirativas de la historia: Moreno envenenado por órdenes de Saavedra, por ejemplo, pero lo más probable es que haya muerto por sus problemas de salud. Moreno no es el primer viajero que muere en alta mar; tampoco es el primer muerto de la Primera Junta, les recuerdo que la primera caída es la del cura Alberti, víctima de un infarto luego de una agria discusión con el deán Funes.

—¿Y Belgrano?

—Un buen muchacho, inteligente, culto, buen mozo, pero unos meses antes de mayo de 1810 estaba embalado con la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando y, según los comedidos, una herramienta del colonialismo inglés.

—Lo que no se puede discutir es que ese 25 de Mayo se constituyó una Primera Junta.

—Lo siento por ustedes, pero también se puede discutir eso. Antes de la Junta del 25 de Mayo hubo intento de junta en Montevideo, algo parecido intentó Alzaga en la asonada del 1 de enero; y les recuerdo que el 24 de mayo de 1810 se programó otra Junta presidida por Cisneros.

—Pero la trascendente fue la del 25 de Mayo.

—Fue importante, pero mucho no duró; meses después vino la Junta Grande y luego los triunviratos. Además les recuerdo que los revolucionarios de 1810 se esforzaron por ser respetuosos de la legalidad colonial: al respecto, no olviden que la revolución se hace en nombre de la soberanía de Fernando VII.

—Se me ocurre que todo lo que decís merece ser discutido a fondo.

—Por supuesto que merece ser discutido; acá estamos conversando en el bar, no en la Academia de Historia. Lo que en todo caso importa señalar es que la historia es más complicada de lo que parece a primera vista. El 25 de Mayo fue importante, pero por razones diferentes a las que se suelen ponderar con cierta ligereza en la calle. Es más, creo que si de alguien tenemos que estar agradecidos es de Napoleón, porque su decisión de ocupar España dio lugar a la crisis de legitimidad monárquica que allanó el inicio de los procesos de emancipación en América.

—¿Hay que agradecerle a alguien más? pregunta José con ironía.

—A los ingleses -agrego- porque su invasión permitirá crear los instrumentos decisivos de la emancipación.

—Si me permiten -acorta Marcial-, creo que nos equivocamos echando a los ingleses, sobre todo si observamos la suerte que corrieron países ocupados por ellos como Canadá, Australia o Nueva Zelanda, mal no les fue.

—Yo creo que las cosas son un poco más complicadas, pero para complicarla un poco más, ¿qué tal si afirmo que en lugar del 25 de Mayo habría que recordar otra fecha?

—No sé a dónde querés llegar -reacciona José algo alarmado.

—A que en los cabildos abiertos de agosto de 1806 y febrero de 1807 se tomaron las decisiones más importantes.

—¿Por qué?

—Tumbaron a un virrey, designaron a otro virrey y organizaron las milicias populares. Después de eso, ¿de qué dependencia colonial estamos hablando?

—No comparto -concluye José.

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