ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS

El “narcisismo” de los adolescentes

Por Luciano Lutereau (*)

La sexualidad humana reconoce dos tiempos. En la más temprana infancia, el ser sexuado del sujeto proviene de su relación con el Otro. Es lo que Freud en “Tres ensayos de teoría sexual” (1905) llama el apuntalamiento en la fisiología; por ejemplo, a través de la alimentación la relación nutricia cobra un valor erótico y ya no se trata simplemente de la saciedad sino del placer que se obtiene al comer.

Ahora bien, la pubertad representa un segundo momento en el desarrollo, caracterizado esta vez por el empuje del propio cuerpo biológico hacia la sexuación. Y, respecto de este desenvolvimiento, cabe una distinción entre el hombre y la mujer. En “Introducción del narcisismo” (1914), Freud plantea una consideración significativa: “Con el desarrollo puberal, por la conformación de los órganos sexuales femeninos hasta entonces latentes, parece sobrevenirle un acrecimiento del narcisismo originario; ese aumento es desfavorable a la constitución de un objeto de amor en toda la regla, dotado de sobrestimación sexual. En particular, cuando el desarrollo la hace hermosa, se establece en ella una complacencia consigo misma que la resarce de la atrofia que la sociedad le impone en materia de elección de objeto”.

De esta observación se desprenden tres consideraciones: por un lado, el desarrollo puberal implica un acrecentamiento de libido yoica que el aparato psíquico debe realizar un esfuerzo por elaborar; de ahí se desprenden ciertas angustias hipocondríacas que muchas veces se advierten en los jóvenes y que no deben confundirse con lo que actualmente se llaman “ataques de pánico” (y que Freud llamaba “neurosis actuales”). Por otro lado, el varón y la muchacha tienen vías diferentes para realizar este cometido: para el primero, la puesta a prueba de la potencia es la vía privilegiada. Ya sea a través de la competencia fálica, pero también a partir del enamoramiento (con el consecuente empobrecimiento yoico). Desde el punto de vista freudiano, este tipo de elección amorosa es privativa del varón o, mejor dicho, el enamoramiento es un tipo de elección por la vía fálica, esto es, que sitúa en el otro la causa de la consistencia del yo. De ahí el particular desvalimiento que vive el adolescente enamorado (y los adultos que todavía se enamoran como adolescentes). Para la muchacha, en cambio, es la complacencia en el propio cuerpo la vía para poder domesticar algo de ese exceso libidinal; y, en todo caso, el partenaire ocupa más bien un lugar de confirmación de ese amor. A esto se refiere Freud cuando sostiene que, para el tipo de mujer narcisista, “su necesidad no se sacia amando, sino siendo amada, y se prenda del hombre que le colma esa necesidad”. Dicho de otra manera, las mujeres narcisistas se aman a sí mismas a través del amor del otro. Es lo que suele llamarse “amar el amor”, como fenómeno propio de la adolescencia; y, para algunas mujeres, como rasgo propio de toda la vida.

La tercera consideración, conclusiva, es de carácter más general: podría acusarse a Freud de “machista” o “retrógrado”; pero esto sólo ocurre cuando sus enunciados se leen de manera literal y no se presta atención a lo que dice “entrelíneas”. En definitiva, Freud no sostiene la diferencia entre hombres y mujeres a partir de especificaciones biológicas, sino respecto del modo en que la sociedad ofrece caminos para la realización simbólica de lo sexual. La “mujer amante” (de acuerdo con el título de una célebre canción popular) no es algo “bien visto” y es para los hombres que se establecen vías para la puesta a prueba de la masculinidad. Ser hombre es un simple ejercicio de exposición; ante el fracaso, se es un hombre atrofiado (el “maricón”). Para las mujeres esta bivalencia no corre, de ahí que puedan encontrar también una mayor compensación en la singularidad. Si para el varón la masa (en el sentido freudiano de la agrupación por identificación horizontal) es el modelo del grupo, para las muchachas cuenta una mayor tolerancia ante la diferencia. En cierta medida, que una mujer no se apoye en vías simbólicas para demostrar su feminidad no es simplemente una “atrofia”.

(*) Doctor en Filosofía y magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “La verdad del amo”.

Las mujeres narcisistas se aman a sí mismas a través del amor del otro. Es lo que suele llamarse “amar el amor”, como fenómeno propio de la adolescencia; y, para algunas mujeres, como rasgo propio de toda la vida.