Para Ricardo López Murphy, el país “se ha vuelto más normal”

“Serán años difíciles pero nos hemos librado de la pesadilla”

Admite las dificultades que presenta la economía pero subraya las fortalezas políticas que tiene la Argentina.

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Ricardo López Murphy llegó nuevamente a Santa Fe y en este caso expuso en el Club del Orden invitado por la filial local de la Fundación Hannah Arendt. Foto: Manuel Fabatía

 

Mario Cáffaro

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Ricardo López Murphy evita ser terminante en temas económicos, se preocupa más por resaltar las fortalezas que tiene el país y el sistema político argentino, y admite que si bien se logró cambiar de rumbo, la situación es complicada. Ex candidato a presidente de la Nación; ex ministro de Defensa y de Economía, expuso en el Club del Orden invitado, entre otros, por la filial local de la fundación Hannah Arendt y antes conversó con El Litoral.

—En noviembre de 2014, visitó Santa Fe y estaba desesperanzado. ¿Cambió hoy su expectativa?

—Estaba apesadumbrado porque veía que lo que se había hecho durante esos 12 años era muy malo para el futuro del país y nos llevaba a un rumbo muy parecido al de Venezuela. Un turno más y habríamos estado en una crisis irreversible, tipo Venezuela. Íbamos en un rumbo muy malo; la herencia que ha quedado es muy complicada: gran descapitalización, pérdida de rodeo ganadero, de reservas, de seguridad social, del Banco Central, de capacidad energética, de reservas petroleras y gasíferas. La gran descapitalización obliga a un esfuerzo muy grande. En la campaña electoral, no se plantearon con claridad los dilemas y hoy están estallando. Desde otra perspectiva, estoy contento porque me parece que si persistíamos en el camino, hoy estaríamos en el colapso. Hemos evitado el problema y esto no se le ha reconocido al gobierno. Ha hecho cosas con virtuosismo, eficacia -como la salida del cepo, la negociación con deuda impaga-; ha corregido el sesgo contra la producción; pero hay dificultades acumuladas múltiples, complejas que no van a permitir que se verifiquen los anuncios del gobierno. No creí antes ni ahora un segundo semestre con inflación resuelta y despegue de la economía. Los datos de la realidad van a marcar una agenda más complicada.

—¿Ni siquiera ve la luz en el túnel?

—El país se ha vuelto más normal: ha reanudado las relaciones con los países que había entrado en conflicto, se ve con las visitas de mandatarios extranjeros, las actitudes constructivas para resolver las dificultades que teníamos. Habrá una actitud constructiva del resto del mundo con la Argentina pero los problemas son el enorme gasto que no podemos financiar. Es casi 10% del PBI, casi el déficit brasileño; pero en Brasil están horrorizados y acá nadie habla del déficit. Ese déficit no se puede mantener mucho tiempo más y no veo que sea fácil emprender un sendero de corrección.

—El país se acostumbró a lo fácil...

—Se acostumbró a tener circunstancias que no eran sostenibles. Estamos importando 2 mil megas de energía. Tenemos un desequilibrio muy complejo que transitoriamente se puede financiar con deuda interna. La proyección en el tiempo es que habrá que hacer correcciones y hay una enorme reticencia de la sociedad a recortar gasto. Sin recortar gastos habrá que tener más ingresos. Además, hay una gran resistencia del sector productivo privado a afrontar más carga tributaria y me parece justo. Desde otras perspectivas, el país tiene ventajas muy valiosas: está en una zona de paz, no hay amenazas misilísticas, químicas, atómicas, bactereológicas; ni problemas religioso, racial o limítrofes. Es una ventaja estratégica a aprovechar ante un mundo tan convulsionado. Esas ventajas no compensan las malas gestiones que hubo en Brasil, Venezuela y Argentina que van a tener un costo severo en términos de nuestro nivel de vida.

—¿Las inversiones externas no alcanzarán o no llegarán para ayudar a la economía?

—Van a llegar con cierta morosidad. Las habrá en infraestructura -que estuvieron muy demoradas-, en empresas -que las habían rezagado por el momento que se vivía-. La inversión externa nos va a preguntar a nosotros y a Brasil cómo vamos a resolver el desequilibrio, el déficit. El de Brasil es más complicado que el nuestro porque hay que agregarle el conflicto institucional-político de gran magnitud y el desgaste de su liderazgo frente a su sociedad. Acá el nuevo gobierno tiene expectativas muy amplias, eso se ve en las encuestas de opinión pública. El episodio escandaloso, fellinesco de los bolsos en el Convento es el pasado. Acá no está tan mezclado el pasado con el presente como ocurre en Brasil.

—¿Cuánto es la incidencia de la corrupción de la última década en el PBI?

—Fue muy significativo no sólo por el monto sino porque generó obras disparatadas. Muchas cosas que no debieron haberse hecho se hicieron y otras que debieron hacerse no se hicieron. No es sólo el daño del mordiscón, sino también en la asignación del recurso. Si el país hubiera invertido y evitado la crisis energética, usando los años de prosperidad para mejorar la infraestructura ferroviaria y vial; si hubiera generado una capitalización del país, y originado empleo genuino no empleo público, que actúe como desempleo disfrazado, podríamos haber tenido mayor fortaleza para enfrentar la adversidad, mayor espacio de maniobra. Estamos hoy en una situación muy delicada. Fui ministro de Defensa y hace 17 años atrás se sabía que a 14 ó 15 años se vencían los aviones de la Fuerza Aérea y había que empezar un plan. Hoy, tenemos una Fuerza Aérea sin aviones, caso típico de descapitalización. Es un problemón. No se lo registra, pero al reponerlo está allí el problema. En lo energético el problema es serio, complejo. El país paga un subsidio inmenso para mantener la industria petrolera y gasífera y eso no es sano. Estamos importando 2 mil megas de energía, una cifra inédita. Tenemos suerte que Uruguay tiene las represas llenas, que Chile nos manda gas por los gasoductos que construimos nosotros para exportarle a ellos. Esto es la descapitalización del país, hay que arreglarlo.

—¿Y la política complica?

—Destaco dos cosas del sistema político que me impresionan favorablemente. La primera es que una transición tan polarizada como la que hemos vivido con una presidente que se va y no asiste al acto de transmisión -una cosa descabellada- y a pesar de ello, la transición se hizo pacíficamente y de manera incruenta. Se lo hizo usando el sistema electoral, es un acto de civilización. Hemos construido un área de paz que hubo una construcción larga iniciada por Alfonsín, Menem, etc. que solucionaron problemas limítrofes. El otro dato es que el Congreso funciona como no lo hizo en otros años, un Congreso que era una escribanía hoy se ve un debate donde mezcla la alta política con la baja política como ocurre en todos los parlamentos del mundo. Se canaliza esa genialidad de Alberdi de que el sistema funciona a través de la democracia representativa, se evita el cacicazgo, la violencia, evita la hegemonía, la unanimidad. Es un sistema virtuoso, no perfecto.

 

"No exageremos las dificultades que existen. Serán años difíciles. Nos hemos librado de una pesadilla. Hay atributos en la sociedad, buena relación con los vecinos y vivimos en un área de paz”.

Ricardo López Murphy