editorial

  • Los argentinos hemos naturalizado el absurdo, que ha perdido esa categoría para adquirir visos de normalidad.

País poco serio

Ayer escribimos sobre el dislate que representa el bloqueo judicial del aumento de la tarifa de subte en la ciudad de Buenos Aires, último eslabón de sucesivas intervenciones judiciales que paralizaron la actualización de los precios de los servicios públicos en el país. Es que si bien en el caso de los incrementos de electricidad y gas, el amparo es comprensible porque hubo errores de concepto y emisión por parte de las autoridades del área, lo del subte no tiene ni pies ni cabeza, ya que con el aumento incluido, es una de las tarifas más bajas del mundo.

Buenos Aires es la ciudad de mayor ingreso per capita de la Argentina, pero a la hora de pagar siempre hay problemas. Todos reconocen que las tarifas deben ser recompuestas, pero cuando ello ocurre se producen reacciones negativas. Éste es el caso, que por lo demás ha suscitado todo tipo de críticas en el interior del país, donde se paga por el servicio de ómnibus precios superiores.

Lo patético es que quienes cuestionan y resisten el pago de los servicios esenciales no parecen advertir que si no se paga lo que las cosas valen, alguien tiene que compensarlo; en este caso el Estado, mediante la ampliación de subsidios al transporte, y para eso, como las arcas están flacas, deberá emitir sin respaldo, lo que genera inflación, que es el peor impuesto imaginable y el más agresivo contra los sectores medios y populares. Por lo tanto, lo que no se paga donde corresponde, por otro lado cuesta mucho más caro y lo paga todo el país, incluida la enorme mayoría que no usa el servicio.

Los argentinos hemos naturalizado el absurdo, que ha perdido esa categoría para adquirir visos de normalidad. Hasta un tiempo no muy lejano, los servicios críticos no podían parar aún en situación de conflicto sindical. Pero en las últimas décadas, este principio que privilegiaba la lógica de las mayorías y sus derechos, así como del funcionamiento de la sociedad y la productividad del conjunto, comenzó a torcerse. Y ahora, un grupo de metrodelegados autodesignados, o el señor Rubén Darío “Pollo” Sobrero -por afuera de una decisión orgánica de la Unión Ferroviaria- determina el paro del Ferrocarril Sarmiento y afecta a 300.000 usuarios por una protesta vinculada con la suspensión de 70 trabajadores por razones que la empresa entiende justificadas. Y en el caso de que la sanción no se deje sin efecto, el “Pollo” amenaza con un paro de 48 horas para la semana que viene. De modo que en vez de usar la vía judicial para el reclamo, Sobrero le corta la vía a los usuarios.

Extraña Argentina, tan extraña que ayer el presidente de la Nación, Mauricio Macri, recibió en su despacho de la quinta de Olivos al empresario y conductor televisivo Marcelo Hugo Tinelli. Como si se tratara de un jefe de Estado con el que había que recomponer las relaciones bilaterales, el burlador profesional se fundió en un abrazo de reconciliación con el presidente al que ridiculizaba en el segmento de “Gran Cuñado” en el programa “Showmatch”, actitud que todos explican por el embrollo de la AFA a cuya presidencia Tinelli aspiraba y que los movimientos tácticos del gobierno impidieron. Pero más allá del trasfondo de aspiraciones, miserias y venganzas personales, ese encuentro tuvo un impacto negativo en la opinión pública que afecta a la imagen presidencial, máxime cuando el mismo Macri difundió por Snapchat imágenes del encuentro, recurso más vinculado con la farandulización de la política que con la dignidad institucional de un primer mandatario.

Como si se tratara de un jefe de Estado con el que había que recomponer las relaciones bilaterales, el burlador profesional se fundió en un abrazo de reconciliación con el presidente al que ridiculizaba.