Alberto Pompeo Tardivo, un tipo con el que da gusto hablar de fútbol...

“En Colón deben pensar que soy un viejo de m... que no le puede dar nada”

“Tener buen ojo es el gran secreto de un formador y de un entrenador”, dice el Beto. Frases y conceptos para releer en una charla de casi dos horas con mucho “olor a vestuario”.

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Alberto Pompeo Tardivo en la redacción de El Litoral. Casi 50 años de trayectoria en el fútbol como profesional, jugando, dirigiendo, coordinando, como descubridor de talentos o como “espía” de futuros rivales. Foto: Pablo Aguirre

 

Enrique Cruz (h)

Hay frases que definen a un apasionado del fútbol como el Beto Tardivo. Frases como “si la jugada empieza bien se tiene la chance de terminarla mejor”, o “el que la pasó mal o la pierde de inmediato debe recuperarla, cortar la jugada o volver a la base”, o “la consigna es jugarla siempre hacia adelante”, o “hay que patear al arco porque siempre pasa algo”, o “en el juego todo sirve, lo importante es para qué” o “la dinámica del juego está dada por la precisión en velocidad con que se mueve la pelota y no por la velocidad con que se mueven los jugadores”, o “a la pelota hay que hacerla correr y no correr tanto con ella”, son sólo algunas que marcan quién es Alberto Pompeo Tardivo, más allá de una carrera futbolística dilatada como jugador y entrenador desde aquellos inicios en Colón en los años 60.

Casi dos horas de charla profunda, bien rociada con anécdotas de esas que fluyen en el recuerdo siempre presente que tiene el Beto. Y también cierta desilusión porque en el fondo espera que desde Colón alguien se interese por aprovechar la sabiduría y experiencia que le dieron los años y ese “buen ojo” que le permitió descubrir a grandes figuras del fútbol argentino y mundial.

—¿Qué es lo que está faltando en el fútbol de hoy, Beto?

—Darle trascendencia a los chicos de esta ciudad. Yo me acuerdo en mis tiempos, cuando me desesperaba por jugar en el baby de Campana, porque ahí estaban los mejores. Estaba Victorio Cocco, Angelito Mantovani y un colorado de apellido Villaverde que era un jugador bárbaro, pero después no llegó. Antes venían a buscar jugadores a Santa Fe y ahora no hay muchos jugando en primera. Hay que entender que el verdadero secreto está en la formación. Y después, tratar de que esos jugadores exploten acá y no afuera. Ahora todo el mundo habla de lo bueno que es Dybala, pero él ya era un fenómeno cuando jugaba en Instituto. Apareció la plata y se fue. Así pasa con todos. Y entender otra cosa: en Argentinos, teníamos la categoría 85 que salía siempre campeona o segunda, y la 84 no. Pero de la 84 salieron Ortigoza, Caruzzo, Walter García y otros cuatro o cinco que surtieron de jugadores a la primera.

—¿Se considera desaprovechado en Santa Fe?

—Me considero un tipo con buen ojo y es difícil que me equivoque con algún jugador. A fines del 72 fuimos a jugar contra la selección de Perú. Ahí jugaban Challe, Perico León y varios de los que nos dejaron afuera en el Mundial de 1970. Antonino Spilinga era el capitán y yo el subcapitán. Vinieron Cordero, Marenda y otros muchachos a pedirme que le digamos a Victorio Spinetto que los dejen salir a la noche. Victorio dijo que sí pero que volvieran a las 12 de la noche, y que nosotros nos hacíamos responsables. Luis Segura era vocal y se quedó con nosotros en el hotel a ver cómo nos comportábamos. Los esperamos y llegaron media hora más tarde. Les dijimos de todo y a Luis le quedó eso. Por eso, cuando arranqué al poco tiempo dirigiendo a Atlanta, apareció Segura y me llevó a Argentinos a trabajar en inferiores. A los tres días, Argentinos jugaba un partido contra un equipo del interior y prepararon un preliminar. En el segundo tiempo pusieron a un flaco a jugar de 8 y me llamó la atención. Le dije a Segura que ese pibe no podía jugar de 8 sino de 5. Ese flaco era el Checho Batista, que quería jugar de 8 porque le gustaba pisar la pelota. Al padre le dije que si me hacía caso, iba a jugar en primera y en la selección. Casos como ese, tengo a montones.

—Como el de Borghi...

—Cuando lo vi, dije que era un fuera de serie. Francisco Cornejo, el que descubrió a Maradona, lo tenía en la octava y no lo quería porque no le hacía caso. “Si querés llevátelo”, me dijo. Lo puse en la quinta y salió goleador. Ahí empezó el idilio con Borghi. Yo le enseñé a jugar en equipo, porque era muy individualista. “Después de una rabona o un caño, viene un pase-gol o meterla adentro”, le decía. El jugador debe entender que lo último es lo que queda. Él era sodero, le pregunté cuánto ganaba y le dije que se lo iba a pagar yo. Se dedicó sólo al fútbol.

—Ese concepto, el del final de la jugada, ¿es aplicable para descubrir si un jugador sirve o no?

—Si un jugador marea a dos o a tres y da mal el pase o define mal, no sirve para nada. Igual, yo me fijo en los pequeños movimientos, en los gestos técnicos. Ahí te das cuenta enseguida si sirve. Me pasó con Ortigoza.

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“Si no se nos lesionaba Borgogno, peleábamos el título del Nacional 68”. De pie: Mareque, Jáuregui, Lezcano, Tardivo, Sanitá y Drago. Agachados: Balbuena, Orlando Medina, Borgogno, Colman y Ceballos. “Era un equipazo”, recuerda el Beto.

Foto: Archivo El Litoral

—Es la segunda vez que lo nombra...

—Le preparaba el desayuno, porque el padre era albañil. Y yo quería que por lo menos tuviese una comida como la gente. Un día vino José Fuentes, un representante que vive en San Pablo y tiene tres o cuatro jugadores de la selección. Lo llevé a ver un par de partidos. Uno de ellos fue Argentinos-Arsenal y le dije que se fije en un gordito medio jorobado. Era Ortigoza. El mejor doble cinco que vi fue Mercier-Ortigoza cuando salió campeón Argentinos en el 2010. En ese momento, no lo quisieron vender. Y le apunté a Pastore, al que fuimos a ver en un Huracán-Vélez.

—¿Existe el proyecto futbolístico en este país?

—La mayoría de los dirigentes son unos mentirosos cuando hablan de proyecto. Lanús es el ejemplo contrario. ¿Quién está?, Cabrero. Es una biblia. Si escuchás a alguien que hable mal de Cabrero, te doy un premio. ¿Sabés la cantidad de veces que me ofrecieron plata para esto o para aquello? Hay que terminar con el acomodo. El que llega tiene que ser por condiciones. Cabrero es un ejemplo en ese aspecto. Y otra cosa, no se puede transmitir lo que no se vivió.

—¿Por qué se corre más de lo que se juega?

—Porque los preparadores físicos pasaron por arriba a los entrenadores. Me acuerdo de que una vez le dije a Alejandro Kohan que yo no me fijo en los kilómetros que corre el jugador sino en la facilidad que tiene para realizar el gesto deportivo. Si está ágil cuando salta es porque está bien entrenado. Coincidió conmigo y se lo terminó Passarella a River. Hoy está en Defensa y Justicia. Ese es un gran profe.

—¿Qué más debe tener el formador de jugadores?

—Ser formador de entrenadores... Yo le debo mucho a Victorio Spinetto. Una vez jugamos, en 1973, un partido en Brasil y Victorio no quiso viajar porque no le gustaba subirse a los aviones. Me dijo que dirigiera yo, que jugaba. El equipo se recitaba de memoria: Spilinga; Marenda, Urcevick, Pena y Nicieza; Pekerman, Tardivo y Cordero; Moreno, Ciccarello y Zuviría. Anoté todo lo que pasó y lo que vi. Cuando volvimos, me dijo: “Vos tenés que dirigir inferiores”. Y un día me llevó a Atlanta, pero él se fue al poco tiempo a Argentinos. Yo lo llevé a Lalo Vega a Atlanta. Me acuerdo un día, Victorio técnico de Argentinos y yo de Atlanta, en Villa Crespo.

Victorio estaba refunfuñando en el hall, una hora antes del partido y era porque no llegaba Maradona, que estaba haciendo la colimba. Hasta que lo vio entrar con los botines debajo del brazo. Nos ganaron 5 a 3 ese día, fue un partidazo y Diego la rompió.

—¿Pekerman es el ejemplo?

—Yo lo quería mucho a José y me enojaba con Chiche Sosa, porque lo sacaba del equipo. “Chiche, ponelo que este pibe recién se casó”, le decía. “Vos metete en lo tuyo”, me contestaba. José llegó por concurso. Me acuerdo de que Broda lo hizo en Atlanta y llegamos con Fanesi y con Diez a la parte final, y me eligió a mí. A José se le presentaron Griguol y Griffa, pero ellos no presentaron el proyecto. Creyeron que era suficiente con el nombre. Y quedó José. Hizo un trabajo espectacular porque conocía a todos los jugadores y no se equivocaba cuando elegía. Me parece que la gente lo menospreció por lo que pasó luego en el Mundial de Alemania.

—¿Tuvo relación con Julio Grondona?

—Yo sufrí a los Grondona. Un día, mi amigo el Pato Pastoriza me dijo que Grondona le había dicho que lo iba a llevar a la selección. “Si yo agarro la selección, te llevo a los juveniles”, me dijo el Pato. Grondona le preguntó a quién iba a llevar a los juveniles y, sorpresivamente, al poco tiempo me llamó uno de los alcahuetes que tenía en Arsenal. Fui a hablar dos veces y Julito, el presidente, no estaba. Entonces le dije al gerente que arreglara con Rolla, que era el representante del Pato y amigo mío. Trabajamos un mes. Un día apareció un tal Rafael Sorrentino, al que le decían el pizzero, que estaba bien económicamente, amigo de la familia Grondona. Este Sorrentino me trajo un grupo de pibes y no servía ninguno. Se lo dije. Al poco tiempo, me pegaron un golpe de estado. Fui y le dije a Julito qué le pasaba conmigo. “Escuchame una cosa pibe, ¿cómo voy a venir a hacer cosas raras en el club del presidente de la AFA y el vicepresidente de la Fifa?, sería un pelotudo”, le dije. Hablé con Julio. La cuestión es que me limpiaron. Y me ensuciaron diciendo que los padres de los jugadores tenían que pagar para jugar. Hasta hoy no sé cómo fue la trama, pero qué casualidad que al poco tiempo apareció Humbertito como entrenador de los juveniles.

—Volvamos al tema Santa Fe. ¿Nunca tuvo un llamado o alguna inquietud de la gente de Colón?

—Hablé con Lalo Vega, con Javier López, con el Bicho Godano y no pasó nada. Ni siquiera nadie se interesó en un trabajo que le hacía al Bichi Borghi, que era el informe de los rivales. Así salimos campeones en Argentinos y apareció Boca. Yo le dije que no vayamos, que nos quedemos en Argentinos. “Vamos a ganar menos pero vamos a quedarnos más tiempo”, le dije. Fuimos a Boca y él seguía con línea de tres. Un día, viene Riquelme y me dice: “Alberto, dígale al gordo que cambie, que juegue 4-3-1-2 porque lo van a echar a la mierda”. Riquelme se lo dijo, y el Bichi le contestó que no iba a cambiar. Riquelme le cantó la justa. Seguimos así, perdimos con River, vinieron Amor Ameal y los hermanos Beraldi a pedirle que no renuncie. Perdimos cuatro partidos seguidos en la cancha de Boca y la gente no lo puteaba. Renunció y quedé en banda. Terminamos mal con el Bichi. Me golpeó duro porque a Claudio lo quería mucho. Entonces dije, hasta acá llegué. Había fallecido mi hermano mayor y me vine a Santa Fe. Y pensé en hacer algo por Colón pero no me dieron bolilla. Yo jugué en Colón cuando hicimos una gran campaña en el 68. Si no se nos rompía Néstor Borgogno, peleábamos la punta en ese Nacional. Era un equipazo, pero no figura en Colón. No hay ni una foto de ese equipo. Capaz que deben pensar “qué nos puede dar este viejo de mierda”.

—¿Se siente defraudado, dolorido?

—Me produce dolor, porque yo nací en el Centenario, no nací en Francia... A los jugadores que vinieron desde afuera, como el flaco Subiat, me lo traía a casa. El primero que llevé fue a Orlando Medina. Siempre fui de defender a los compañeros. En Argentinos lo teníamos a Nicieza, se rompió la rodilla y le dieron el pase. Estaba internado en el Argerich y le dije que lo iba a ayudar. Empezamos a vender juguetes y le ofrecimos mi auto de garantía al fabricante. Yo seguía jugando en Argentinos y me salió lo de Colombia. Le dije que siguiera él con el negocio. Y hoy tiene un supermercado de juguetes (risas).

—¿Antes era más considerado en el club?

—Cuando me fui de Colón después de dirigirlo, no había cobrado un mango. Era la época de Ítalo Giménez, y el que me pagó fue Joaquín Peirotén. Con Angelito Villarreal lo íbamos a ver para que nos diera el cheque para pagar la concentración del equipo en los partidos de visitante. Una vez me pidió que le recomiende un técnico y le dije que lo trajera a Janín. Un día me preguntó por refuerzos y le dije que si lo traía a Gambier, al padre de Trezeguet, a Colombatti y un buen 5, ascendíamos.

—¿Cuál es, en definitiva, el secreto de un buen técnico?

—Tener buen ojo y saber elegir.


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“Cabrero es una biblia, por eso Lanús está como está”, dice el Beto.

Foto: Pablo Aguirre