Payando con un poeta andaluz

Payando con un poeta andaluz
 

En un bar de Granada, junto a la barra, tarde en la noche, se da un diálogo íntimo en torno A la poesía con el español Luis García Montero.

Textos. Santiago De Luca. Fotos. Archivo El Litoral.

El intercambio verbal con el poeta Luis García Montero (Premio Nacional de Poesía y Premio Nacional de la Crítica en España) circula con el tono íntimo y de conversación entre amigos que se encuentra en su poesía. La imagen podría ser ésta. En un bar de Granada, junto a la barra, tarde en la noche, recordando a una chica de sombrero verde con los versos de Completamente viernes (“cuando se abre la puerta de la calle/ la nevera adivina lo que supo mi cuerpo/ y sugiere otros títulos para este poema:/completamente tú) traen dos copas de vino y comienza el diálogo.

- Teniendo en cuenta la enorme producción poética de Andalucía a lo largo del tiempo, ¿cómo integra hoy un poeta de Granada esa tradición? ¿Cómo se escribe acá después de Federico García Lorca?

- Es verdad, la tradición poética andaluza es muy importante. Ciñéndonos a la poesía contemporánea, y dejando a un lado momentos tan interesantes como la poesía arabigoandaluza, hablamos de Bécquer, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca... La tradición no es un peso muerto, sino un campo muy fértil en el que uno puede establecer conversaciones. Más que la palabra originalidad, me gusta la palabra personalidad. Uno es heredero como lector y aporta su personalidad, gasta mal o bien lo heredado de acuerdo con los propios deseos y posibilidades. Quien niega la tradición acaba inventando en falso cosas muy envejecidas. Tampoco hay que tener miedo a las grandes voces, porque ese miedo te conduce a los autores mediocres. Negar a los autores más altos es un acto de mezquindad. De lo que se trata es de construir un mundo propio con lo aprendido a lo largo del tiempo. Como nací en Granada, García Lorca fue una compañía desde el principio. Ahí estaban su vida, su muerte, sus poemas. No es bueno acercarse mucho a Lorca porque tiene un mundo muy fuerte y acaba uno sonando a Lorquiano. Lo que hay que aprender de él no es el lorquismo, sino la necesidad de buscar un mundo propio, un dialogar con las tradiciones, y a sostener un concepto abierto de la identidad en el que cabe tanto Nueva York como la Alhambra de Granada.

- Vos fuiste y sos amigo de poetas españoles, ¿tenés alguna anécdota que quieras compartir?

- La mayoría de mis mejores amigos son poetas. Eso, claro, responde a mi dedicación a la poesía, al hermanamiento natural que se ha ido dando entre poesía y vida. Tuve la suerte de encontrar a maestros que se convirtieron en amigos. Eso me pasó con Rafael Alberti, sobre el que yo hice mi tesis doctoral en los años 80. Para mí era el poeta republicano, el amigo de García Lorca, el autor de Sobre los ángeles, el poeta de la generación del 27, y tuve la suerte de que se bajó del altar y se convirtió en un amigo. Aprendí con él la riqueza de la poesía. Como autor uno debe crear su mundo personal, seleccionar el sentido. Como lector, creo que se puede disfrutar de muchos mundos. No hay que elegir entre Góngora o Quevedo, o entre un soneto y un poema de vanguardia. Alberti me enseñó también a tomarme en serio la amistad y la poesía de los jóvenes. Tenía 80 años y yo 22 cuando nos hicimos amigos. Ahora que se van muriendo mis maestros mayores, Ángel González, Gil de Biedma, José Emilio Pacheco, me conviene la compañía de maestros más jóvenes que yo de los que seguir aprendiendo.

- ¿Qué nos podrías contar de tu visión de la poesía española actual?

- Creo que no podemos quejarnos. Lo importante de un estado poético particular son los lectores. Y en España contamos con un número suficiente de lectores para que el género no huela a cerrado. Hay buenas editoriales, Visor, Hiperión, Tusquets, Pre-Textos, Valparaíso, Renacimiento... y se mantiene en las librerías una sección dedicada a los poetas. Creo que ha dado buenos resultados una poesía que se renueva, pero sin caer en los fetiches de las rupturas tajantes, los experimentalismos huecos y esas ideas de que la calidad significa la rareza o la dificultad de entendimiento. No podemos quejarnos de que la gente no lea poesía, si la poesía no habla de la historia de la gente. Es un error que el poeta se acostumbre a escribir para otros poetas, en vez de buscar los ojos de los lectores.

- En tu poesía se siente, se escucha una voluntad de estilo, una búsqueda de un tono íntimo. Desde la perspectiva del oficio, ¿cómo es tu relación con el lenguaje?

- Escribir es tomar decisiones, elegir las palabras. Si la poesía no puede ser dificultad gratuita, tampoco puede perder el rigor en manos del “todo vale”. La poesía es lo contrario al dogma y los dogmas son la prisa de las ideas a través del empobrecimiento del lenguaje. El poeta busca el matiz, se niega al tono de los titulares de periódico, sabe que dentro de todo no hay un sí y dentro de cada sí hay un no. El rigor del poeta está en no caer en la dificultad superficial ni en la sencillez barata de la cursilería o del consumo. Se trata de utilizar el lenguaje de todos, pero con el rigor de una mirada propia.

- ¿Hay escritores argentinos que hayan tenido alguna repercusión en tu escritura?

- Sí, claro. Borges ha educado buena parte de mi manera de entender el tiempo, el diálogo con el pasado literario y los restos de la adjetivación. Tuve la suerte de conocerlo en mi primer viaje a Buenos Aires, en el año 1984. Nos recibió a un grupo de amigos en su casa. Es un recuerdo imborrable. Mantuve una amistad larga con Juan Gelman. También soy lector de Ricardo Molinari y de Joaquín Giannuzzi. Y entre los poetas más cercanos en edad sigo con atención a Hugo Mujica, Jorge Boccanera, Santiago Sylvester, Diana Bellessi...

- ¿Qué autores seguís releyendo y cuáles no han pasado la prueba del tiempo?

- La poesía es un género que depende de las relecturas, la dimensión del tiempo recupera el sentido de la memoria y se aleja del usar y tirar. Un poema no es un artículo de consumo, sino una compañía. Yo me siento acompañado por Antonio Machado, Quevedo, Sabines, José Emilio Pacheco, Borges, Jaime Gil de Biedma, Baudelaire, Leopardi, Lorca, Neruda, Darío... Son mi presente. Y confieso que recuerdo con mucha simpatía a cualquier escritor que me dio el azar de la adolescencia y que me convirtió en lector. Aunque ahora no sea lector de algunos novelistas de aventuras o de Campoamor, o del Duque de Rivas, agradezco mucho el momento en el que cayeron en mis manos juveniles y me introdujeron en este relato continuo de las palabras y de la imaginación moral.

- Alguien dijo que después del nazismo la poesía ya no era posible. Desde entonces pasó mucho tiempo y mucha poesía. Cuando muchos de nuestros jóvenes salen a cazar pokemones con los celulares, ¿por qué leer poesía?

- Esa reflexión de Adorno sólo me sirve para tener en cuenta que el nazismo y el exterminio industrial nacieron del corazón de la cultura occidental, igual que la bomba atómica. La misma cultura que da la poesía puede dar también nuevas formas de barbarie. Por eso hay que ser vigilantes y desconfiar de muchos caminos que quieren legitimarse en nombre del progreso. Conviene ser melancólico por autovigilancia, no por instinto de conservación. La poesía alimenta ese ejercicio de vigilancia ética. Lo más grave que nos está ocurriendo ahora es la destrucción de las tradiciones populares, ese acarreo de historias y sentimientos que nos enseñaban a tratar con la vida, por culpa de la telebasura más zafia, de los bajos instintos. Leer es el mejor símbolo de contrato social: aprendes de ti mismo cuando te pones en el lugar del otro. Eso le da sentido a un espacio público, compartido por el autor y el lector. Sólo la imaginación moral ayuda a entender el dolor ajeno.

Uno es heredero como lector y aporta su personalidad, gasta mal o bien lo heredado de acuerdo con los propios deseos y posibilidades.

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Como autor uno debe crear su mundo personal, seleccionar el sentido. Como lector, creo que se puede disfrutar de muchos mundos.

Bio

Luis García Montero (Granada, 1958) es poeta y Catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada. Es autor de once poemarios y varios libros de ensayo. Recibió el Premio Adonáis en 1982 por El jardín extranjero, el Premio Loewe en 1993 y el Premio Nacional de Literatura en 1994 por Habitaciones separadas. En 2003, con La intimidad de la serpiente, fue merecedor del Premio Nacional de la Crítica.

La poesía es un género que depende de las relecturas, la dimensión del tiempo recupera el sentido de la memoria y se aleja del usar y tirar.