Bicentenario de la Independencia Nacional (24)

La Casa Histórica de Tucumán: de arquitectura doméstica a símbolo de la Independencia

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Antiguo portal barroco. Mediante una foto tomada por Ángel Paganelli en 1868, se conoce, aunque con visibles deterioros, el ingreso originario. La imagen le permitió al Arq. Buschiazzo realizar su reconstrucción.

Foto: Archivo

 

Por Rubén Chiappero

La arquitectura, como contenedor de las acciones de los seres humanos, se presenta en articulación de voluntades y materia donde los acontecimientos cargan de significación trascendente a los edificios. Desde una construcción doméstica a una monumental, el valor de su lectura radica en la posibilidad de interpretar la realidad histórica a través de sus muros y mediante sus espacios explicar la historia en clave presente.

La Casa Histórica de Tucumán, en donde se dio el acto de apertura a la libertad institucional del territorio del Plata, recrea en su materialidad la vida del período hispano y la decisión de ofrecerla en generosidad patriótica para sesionar en un ambiente distinto al de las tensiones gubernativas. Las sucesivas modificaciones que sufrió luego de 1816, sitúan las variaciones interpretativas que al objeto en sí fueron dándole las distintas propuestas para elevar su casera obra a monumento patrio.

Desarrollada en planta baja, con generosidad en sus dimensiones, la fachada simple de pocas aberturas y sin más adorno que su imponente portal de ingreso -lejano recuerdo de la herencia hispanoárabe de destacar los accesos principales- embellecido por columnas helicoidales o salomónicas y sucesión de molduras, cornisas y pedestales de ladrillo, daba paso a un zaguán con amplios locales a sus lados destinados, por lo general, a las actividades comerciales.

El primer patio, rodeado de habitaciones sin galerías en sus lados perpendiculares a las estancias del frente, se cerraba con un cuerpo donde se encontraba la sala y el comedor. Estas habitaciones fueron unificadas al cederse la vivienda para sede del Congreso con el derribo del muro divisor, lo que permitió contar con un vasto lugar para las reuniones, como también otras mínimas refacciones para adecuar la vivienda a sede del Congreso que declaró la Independencia.

Luego de finalizar las actuaciones del Congreso en Tucumán y con el traslado de sus funciones a Buenos Aires, la vivienda continuó habitada por los descendientes de Francisca Bazán de Laguna -quien la había cedido para la ocasión- hasta que, en 1874, el gobierno nacional adquirió la propiedad.

Por una fotografía

La fotografía de la fachada en su sector principal del ingreso, tomada por Ángel Paganelli en 1868, devino imagen simbólica de libertad e independencia de la Nación Argentina, aunque con su paso a propiedad nacional comenzó un tiempo de transformaciones que desdibujaron la antigua casona patriarcal tucumana. Si bien se ocupó el edificio para las oficinas del Juzgado Nacional y de Correos y Telégrafos, con las intervenciones de 1870 -según planos del ingeniero Federico Stavelius y obras en 1880 de la empresa Berrea y Caminal-, el lenguaje hispánico de la fachada quedó desvirtuado, adoptándose una línea italianizante que reformuló un frontis clásico coronado por dos leones, además de la demolición del ala derecha del primer patio.

Por su parte, el Salón Histórico permaneció cerrado, sin uso ni modificaciones y en letargo hasta que, en 1891, y gracias a la nota enviada por Estanislao Zeballos, director General de Correos y Telégrafos, se tomó data cierta del estado en que se encontraba el edificio, que era abierto a los visitantes por el guardián Borja Espejo, cubierto de polvo y con humedad, aunque blanqueado. Si bien en 1896 se logró retirar de la Casa Histórica la oficina de Correo y Telégrafos, “el edificio quedó abandonado a la buena voluntad de los cuidadores, quienes eran los que (sic) mostraban a los interesados cuál era la Sala de la Jura, entonces en estado lamentable”.

El edificio fue nuevamente intervenido en el inicio del siglo XX, durante la segunda presidencia de Roca, momento en que se realizó una insólita obra de homenaje a los congresistas demoliendo toda la casa y salvaguardando sólo la Sala de la Jura dentro de un pabellón con cubierta vidriada precedido por un atrio embellecido por los dos altorrelieves de la escultora tucumana Lola Mora con los que tributaba honor a Mayo de 1810 y a Julio de 1816.

Por entonces, estaban en auge el pensamiento positivista y el ideario liberal que, en este caso, dieron como resultado un artefacto arquitectónico afrancesado y de dudoso gusto que popularmente sería llamado “quesera”, dado que sus formas recordaban a la vasija de cristal que resguardaba a este derivado lácteo. Tal era la desfiguración de la importancia emblemática de la habitación, aislada como un objeto anecdótico.

La reconstrucción

La reinterpretación del portal perdido mediante los estudios del arquitecto Juan Kronfuss en 1916, le sumó potencia al debate teórico sobre la arquitectura nacional; y en 1927, Ángel Guido lo recreó en la casa diseñada para Ricardo Rojas, clara propuesta de una nueva exégesis de la historia americana, ahora bajo una visión nacionalista, hispana y católica. Con estos postulados, en 1936 Guido proyectó la reconstrucción de los dos patios de la antigua casa en el marco de su Plan de Regulador de Tucumán. Poco después, en 1940, el arquitecto Mario Buschiazzo recibió de la Comisión Nacional de Monumentos y Lugares Históricos el encargo de proyectar la reconstrucción de la casa, tarea que realizó siguiendo la fotografía de Paganelli, planos de 1874 obrantes en la Dirección Nacional de Arquitectura, testimonios de la tradición histórica y algunos materiales de demoliciones. Buschiazzo realizó una nueva fachada -similar a la original- con material confeccionado de manera artesanal, obra que se inauguró en 1943, y respecto de la cual cabe merituar la decisión de evitar la ejecución de detalles imposibles de verificar, aunque ello significara una merma de la belleza del portal.

La Casa reconstruida, con sus habitaciones, patios y fachada, intenta reflejar la galanura de la arquitectura hispanoamericana en Tucumán y la validez de su permanencia en el imaginario colectivo, que se acrecentó con las últimas restauraciones de la década del 90 del siglo pasado, momento en el que la documentación histórica y los estudios de campo permitieron determinar con mayor justeza las características de la antigua vivienda, y recuperar, por ejemplo, el azul Prusia de las aberturas, que así lucían en el tiempo de la Independencia para alegorizar el color de la Patria.

La Casa Histórica de Tucumán, a la par del Cabildo de Buenos Aires, sufrió en su arquitectura los cambios de idearios que se fueron solapando década tras década. En la actualidad, las demoliciones en predios laterales han desnaturalizado el edificio; y la calle peatonal, en su frente, acentúa la lectura de un objeto aislado, dificultando que se lo perciba como resto de una continuidad de fachadas de viviendas que se consolidaban sobre el límite exterior de la manzana.

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Insólita intervención. Durante la segunda presidencia de Roca, se decidió demoler el edificio originario y preservar sólo la Sala de la Jura, que quedó guarnecida por un gran contenedor de formas academicistas.

Foto: Archivo