Las encuestas como relato político

Por Miguel Roig

Minutos después de cerrar las urnas en el Reino Unido, Nigel Farage, el líder del Brexit, declaró a la cadena de noticias Sky News que, según su parecer, había triunfado la opción de permanecer frente a la salida de los británicos de la Unión Europea. Horas después, Farage estaba celebrando el resultado de las elecciones.

A los cinco días de su triunfo, en una intervención en el Parlamento Europeo, Farage le dijo a sus compañeros “Todos os reíais de mí. Bueno, pues debo decir que ahora no os reís, ¿verdad?”. Poco después dimitió dando una excusa que más o menos verbalizó con un juego de palabras en el que intentaba expresar que después de conseguir que Gran Bretaña dejara la Unión Europea él podía regresar a casa, “volver a la vida [sic]”. Sacó a los ingleses de Europa y, al parecer, este logro le quitó a él de la política. El ascenso al hoyo.

El otro líder del Brexit, Boris Johnson, que pretendía conducir al Partido Conservador y suceder a David Cameron como primer ministro, también renunció. Si Farage es un actor de sitcom cuyo público habitual es el que le escucha, pinta en mano, en un pub, Johnson se aproxima a un personaje shakesperiano, con todas las contradicciones expuestas, que actúa para audiencias más exigentes; un personaje bastante divertido y, en apariencia, genial.

David Cameron fue el primero en dar un paso atrás. Convocó el referéndum para sofocar los reclamos del ala euroescéptica de su partido y frenar el avance del Ukip, el partido de Farage. Cameron es un mal discípulo de Margaret Thatcher, quien sostenía que los referéndums son recursos de los dictadores y los demagogos, pensamiento del ex primer ministro laborista Clement Attlee, a quien Thatcher admiraba tanto como a Tony Blair, “mi mayor logro”, llegó a decir de él al final de su vida.

Pasaron unos pocos días y estos tres actores se fueron del mismo modo que los medios los vieron llegar. En un primer plano se atiende a la volatilidad financiera. La volatilidad social no figura en la agenda de nadie.

La politóloga Sandra León acota el análisis académico y la reflexión de los acontecimientos a un circuito cerrado. En abierto, observa, toda la atención se deposita en la capacidad predictiva de las encuestas y cuando los resultados no coinciden con sus cifras se busca el fallo en la inteligencia demoscópica y no en las razones que han llevado a un vuelco electoral.

La decisión de Cameron no fue tomada desde la audacia, fue un síntoma de miedo. Quizás la declaración nocturna de Farege, aventurando un eventual triunfo de la permanencia en la UE, aupada por las últimas encuestas, era un deseo que de haberse cumplido le hubiera ahorrado, al igual que a Johnson, el compromiso de ganar y la obligación ulterior de renunciar. Al fin y al cabo, los tres han actuado a golpe de relatos populistas que no atienden al fondo del problema estructural: la unión de países europeos es un vínculo financiero sin el más mínimo reparo social y sin lazos solidarios. El ahínco que Bruselas invirtió para que el Reino Unido no abandonara el club fue proporcional a su indiferencia ante la posible salida de Grecia. La zona euro es un área de riesgo social.

¿Tuvo alguna influencia en las elecciones generales de España el Brexit? Esta pregunta comenzó a circular a partir de la medianoche del 26 de junio, una vez conocidos los resultados y a nadie se le había ocurrido formularla antes. A las 20 horas de la jornada electoral, la encuesta a pie de urna de Televisión Española daba el mismo resultado que aventuraron todas las empresas demoscópicas: el Partido Popular retenía la primera plaza de mala manera, Unidos Podemos lograba el sorpasso, el PSOE se hundía y Ciudadanos perdía fuerza, pero sin salir del cuadro. Un par de horas después todo cambió.

Quienes hacen las encuestas se defienden y no sin razón. No disparen contra el pianista, clamaba la politóloga Marian Martínez-Bascuñán en un artículo de opinión en El País. La línea de defensa pasa por aducir que no es posible predecir aquello que el votante hará con aquello que dice que va a hacer. El argumento es entendible aunque, obviamente, habrá elementos que se deban revisar: todo sistema es perfectible. El problema surge cuando el sujeto de una elección pasa a ser la encuesta y ésta tiene la fuerza suficiente para imponerse como relato principal.

Partidos políticos, medios y opinión pública han puesto su atención en las predicciones y han construido relatos, espectáculo, en lugar de planteos políticos de calado frente a una situación de erosión social insostenible e impredecible en el futuro próximo. Los viejos conservadores, quienes parecen haberse beneficiado del resultado, han señalado a la izquierda como un mal extremista y destructor. Los nuevos liberales viajaron a Venezuela convirtiendo aquel país en un nuevo distrito electoral. El socialismo apeló a sus raíces más conservadoras al tiempo que pedía el voto de los comunistas sensatos. La izquierda del cambio mutó en una supuesta socialdemocracia pura, señalando a los socialistas como mera marca blanca al tiempo que rescataron, de manera insólita, a José Luis Rodríguez Zapatero como mejor presidente de la democracia. Si el relato es líquido y fútil en cada una de sus variantes, el voto no puede ser otra cosa que volátil.

El miedo pudo haber intimidado a un electorado mayor, el de la tercera edad, y otro elector pudo ser arrastrado por el voto útil que lo desplazó desde Ciudadanos al Partido Popular. Es una explicación. Más de un millón de votos que se le negaron a la izquierda parece que se quedaron en casa: así como en diciembre viajaron desde el socialismo e Izquierda Unida para votar a Podemos, ahora da la sensación de que, como en la ruta ante un accidente, se redujo la velocidad para ver pero, sin llegar a detenerse, aceleraron para salir del lugar. Puede que ese acercamiento fuera lo que reflejaron las encuestas. Como en las tiendas, la gente puede entrar pero no necesariamente a comprar. “¿Le puedo ayudar en algo?”, pregunta el dependiente. “No, gracias; sólo estoy mirando”, responde el ocasional visitante y se va. La gente se fue sin votar.

El filósofo Byung-Chul Han sostiene que comprar y votar son dos actividades que cada vez se asemejan más. El Estado -y no es ninguna novedad- se contamina del mercado y los ciudadanos, en ese trance, tienen una relación de consumo con lo público.

Los países, incluso los ayuntamientos, se definen a sí mismos como marca. La marca España. La marca Barcelona. Somos lo que debemos y la deuda es el compromiso ante el mundo para que la marca no pierda valor. La marca sube o baja en tanto se asuman los compromisos y la deuda cotice en consecuencia.

A la marca, que es uno de los relatos del mercado, están los que le oponen la patria. Tanto la ultraderecha europea que se contextualiza como “primavera patriótica” liderada por Mariane Le Pen, como la izquierda, en la que Íñigo Errejón, un referente de Podemos, apela a esa misma patria dentro de la liturgia que despliega su partido. Un neoliberal no entra en la discusión: la patria es la marca.

¿Cuál es la respuesta del mercado al fin del trabajo y a la desaparición del Estado de Bienestar? El emprendedor, el productor de sí mismo. El fracaso, por supuesto, queda relegado al terreno personal y no al social. La idea es que se disfrute del éxito y que se haga cargo uno del fracaso sin buscar culpables en la sociedad o en el sistema. Éste es abierto y se desarrolla en el contexto de la libertad total, por lo tanto es inimputable. Con respecto a la sociedad, Margaret Thatcher sostuvo que no existe: “hay individuos, hombres y mujeres y hay familias”.

Cuando los electores, entonces, contradicen a las encuestas, se produce una crisis de relatos. A nadie se le ha ocurrido plantear que son los ciudadanos los que atraviesan una crisis. No saben, no contestan. De momento.

Comprar y votar son dos actividades que cada vez se asemejan más. El Estado -y no es ninguna novedad- se contamina del mercado, y los ciudadanos, en ese trance, tienen una relación de consumo con lo público.

Partidos políticos, medios y opinión pública han puesto su atención en las predicciones y han construido relatos, espectáculo, en lugar de planteos políticos de calado.