“REY LEAR” EN LOA ESPACIO PROARTE

La desesperación de la humanidad

La desesperación de la humanidad

Entre las tragedias del dramaturgo, “Rey Lear” experimentó un espectacular proceso de revalorización en los siglos XX y XXI.

Foto: Gentileza Pablo Cánepa

 

Roberto Schneider

En este caso, a la habitual pregunta “¿De qué se trata?” es imposible dar una respuesta. Tal vez habría varias. Que es un “misterio”, según el concepto medieval, donde se debaten cuestiones como lo real y lo verdadero, el bien y el mal, la verdad y la mentira, el cielo y el infierno. O un Maeterlinck posmoderno que no disimula ni la sexualidad ni las palabrotas de algunos de sus personajes. O un cóctel explosivo del teatro del absurdo con una cuota de crueldad y un toque brechtiano. O un poema escénico que, bajo apariencias engañosamente grotescas refleja la desesperación de la humanidad atrapada en sus propias redes de malicia, lujuria y egoísmo. Tampoco están ausentes la inquietud metafísica, el anhelo de un Dios posible, creador de un mundo imposible.

Existe, con todo, una certeza: no se trata sólo de realismo: “Rey Lear”, de William Shakespeare, es una formidable pieza de mecánica teatral, donde la palabra “mecánica” no se refiere en modo alguno a un alarde de virtuosismo técnico, sino a la pericia del más grande e indiscutible dramaturgo de la historia de la humanidad, que estructura con total libertad una exposición verbal que engendra acciones que, a su vez, engendran más palabras -bellísimas-, sin que se advierta ninguna fisura entre el texto y la acción: es todo uno, y de una extraña, misteriosa, secreta hermosura, que reluce aun en medio de la crudeza y la crueldad más revulsivas.

El dramaturgo no se priva de nada. Y eso que podría hacerlo, y cómo. Este drama, uno de los más potentes del bardo inglés, parte del esquema casi abstracto de una fábula alegórica hacia las últimas profundidades de las acciones y el sentimiento humanos. En la primera escena de la división de su reino a favor de las tres hijas del rey, los personajes parecen los de una “moralidad” medieval; no menos lineal y simplista puede parecer el modo con que Edgard es traicionado por su hermano. Pero cuanto puede parecer paradigma en la premisa se consuma en el desarrollo que acomete angustiosamente el problema de la bondad del mundo, porque si los malvados no triunfan, al final del drama, antes la bondad ha caído víctima de sus intrigas, de modo que la única moraleja que puede extraerse, si hay que buscar alguna, está contenida en las palabras de Edgard a su padre ciego y desesperado: “Los hombres han de tener paciencia para salir de este mundo, tanto como para entrar, todo es estar maduros”.

Imagen triste de este mundo es la tormenta que domina en el centro del drama, arrastrando a Lear que, con sus errores y pasiones, adquiere un significado simbólico: es la humanidad entera que, por boca del rey loco, se desespera en medio de la tempestad, mientras su creciente demencia -debida a la crueldad de los hombres y de los elementos- resulta más trágica en contraste con el ropaje grotesco que toma la verdad en las palabras del bufón y la simulada locura de Edgard. Éste es el drama más sombrío de Shakespeare, el más desgarrador y trágico, el que presenta la vida con colores más atroces y desesperados.

Entre las tragedias del dramaturgo, “Rey Lear” experimentó un espectacular proceso de revalorización en los siglos XX y XXI. En anteriores épocas, la notable dificultad de su puesta en escena y la angustiante agonía de su final contribuyeron a su fama de obra poco adecuada para los escenarios. Ésta es la tragedia de Shakespeare que presenta una visión más pesimista de la existencia humana, una obra que incluye en sus momentos finales una de las escenas más desgarradoras de la literatura universal en la aparición de Lear con el cadáver de Cordelia en brazos.

Por tales motivos, debe saludarse la decisión del productor y director José María Gatto para traer el drama a Loa Espacio Pro Arte. La empresa no era fácil y asume los riesgos que eso conlleva. Desde la dirección, en principio, no se logra obtener un registro actoral que unifique diversas procedencias del numeroso elenco. Así, son muy buenas las interpretaciones de Guillermo Frick como Lear; Exequiel Maya como el Bufón y Federico Kessler como Edgard. Los tres actores resuelven con indisimulable entrega sus atribulados personajes. Las tres hijas del rey no muestran matices en un marcado hieratismo, salvo Florencia Minen, que otorga a su Cordelia la necesaria cuota de verdad teatral requerida. Son correctas las labores de Matías Bonfanti, Miguel Pascual, Camilo Céspedes, Marisa Ramírez, Sofía Kreig, Adolfo Marianoff, Roberto Francucci, Emiliano Demarco y Mariano Rubiolo.

Párrafo aparte para Claudio Paz. Su conde de Kent parece estar ceñido a una concepción teatral de la vida, lo que no equivale a mentirse sino a conocer los límites de la magia. Por su fuerte presencia escénica y un manejo potente de su voz (no grita, actúa el grito) crea instantes poéticos. La segunda parte del espectáculo traslada la acción a la Inglaterra de nuestros días si se tienen en cuenta las imágenes de Margaret Thatcher, Mick Jagger y Leopoldo Fortunato Galtieri, entre otros, que se descubren en un costado de la escena. Se respeta el texto de Shakespeare en la versión de Luis Gregorich y en ese respeto radica un inconveniente no menor. No hay definición entre el uso del tú y el vos, circunstancia que aleja al espectador debido a que en muchos casos los actores declaman como si estuvieran representando una obra en el siglo XV.

El mayor hallazgo está en la producción del espectáculo. Gatto no limita esfuerzos y eso se advierte en un costoso pero no efectivo vestuario de Osvaldo Pettinari; en el correcto diseño de luces de Diego Tomás y en no escatimar recursos hasta para hacer llover en la escena. La música mezcla diversas sonoridades de escaso valor dramático. La totalidad refleja la fidelidad a una obra trasladada luego en el tiempo. Hay sí las necesarias cuotas de perfidia, hipocresía y esencial brutalidad. Y está Shakespeare, suficiente para quienes amamos su inmensa obra.