El laudo de 1902, las Malvinas y la actualidad

Por Néstor Vittori

La prensa chilena dice de nosotros (extracto de la nota de Alex Kaiser en el diario Financiero): “Por 50 años antes de la primera guerra mundial, nuestros vecinos (la Argentina) crecieron a tasas de un promedio del 6 % anual, la tasa más alta jamás registrada en la historia del mundo por un período tan prolongado. El país llegó a estar entre los diez más ricos del mundo... mientras su ingreso per cápita era un 92 por ciento del promedio de los 16 países más ricos del mundo... Entre 1900 y 1914, la producción industrial de Argentina se triplicó alcanzando un nivel de crecimiento industrial similar al de Alemania y Japón... En el período 1895-1914, en tanto, se duplicó el número de empresas industriales, se triplicó el trabajo en ese sector y se quintuplicó la inversión en el mismo... Todo esto fue acompañado de un progreso social sin precedentes en el país: si en 1869 entre un 12 % y 15 % de la población económicamente activa pertenecía a los sectores medios, en 1914 la cantidad alcanzaba el 40 por ciento”.

Esta referencia viene a cuento de una interpretación sociológica del proceso producido con motivo de las diferencias de límites con Chile, que se resolvieron mediante el laudo del rey británico Eduardo VII en 1902. Por ese fallo, la Argentina resultó adjudicataria de 40.000 km cuadrados que comprenden los tres valles más importantes de la zona: el Nuevo (el Bolsón y Lago Puelo), Cholila y el Valle 16 de octubre, incluyendo los actuales parques nacionales de Los Alerces y Lanín.

Previo al laudo, el rey de Gran Bretaña comisionó a su embajador para que consultara a los colonos (en su mayoría galeses) sobre su opción de pertenencia a la Argentina o a Chile; consulta que se realizó mediante un plebiscito el 30 de abril de 1902 en la colonia 16 de Octubre, en la sede de la escuela número 18 del gobierno argentino.

El laudo arbitral, siguiendo la voluntad de los colonos, determinó que Esquel, Trevelin y otros asentamientos cercanos pertenecieran a la República Argentina, incorporándose luego a la provincia de Chubut.

Estas referencias remiten a la conclusión de que la situación socioeconómica de la Argentina en aquel tiempo, proyectada al futuro, determinó la elección de los colonos galeses de pertenecer a nuestro país. Y el laudo arbitral fue la convalidación de su voluntad.

Más allá de las apreciaciones técnico-jurídicas y políticas en torno a la cuestión de nuestro reclamo soberano por Las Malvinas, cuya validez no se discute y ha resultado convalidado por la propia ONU, hay un cuestión fáctica a tener en cuenta, y tiene que ver con la tradición colonial de los británicos en orden al resguardo de sus súbditos, sus intereses y su voluntad. En este caso, ratificado tras la guerra, su victoria y su voluntad manifestada en el plebiscito que realizaran -con el abrumador resultado conocido- respecto de su destino de permanencia o no como colonia de ultramar de Gran Bretaña.

El hecho está consumado, la voluntad de los isleños es clara, y más allá de nuestras exaltaciones nacionalistas y nuestros reclamos sistemáticos, siempre ignorados por los ingleses y rechazados por los kelpers, el camino que queda, descartando la hipótesis de una nueva guerra, es el de procurar una progresiva integración que, con el tiempo, estimule la conveniencia de los isleños en la superación del conflicto.

Es necesario recordar en este punto lo ocurrido en 1902 con los colonos galeses, cuando la evolución de la situación económica y social de Argentina los hizo elegirnos, convirtiéndose en argentinos.

Respecto de los recientes ensayos misilísticos del Reino Unido en las islas del sur y el mar adyacente -que produjo reacciones negativas en nuestro país-, hay que decir que si bien debilitan la idea de cooperación transmitida por el presidente Macri a la premier británica en el reciente encuentro en las Naciones Unidas, merecen analizarse de modo más amplio, porque en rigor esos ensayos vienen ocurriendo año tras año y la diferencia, esta vez, fue que hubo una formal comunicación, práctica diplomática habitual en relaciones bilaterales civilizadas.

Cabe señalar la ausencia de sorpresa ante la dualidad política de Gran Bretaña, que en el caso de Malvinas, como también lo hiciera en 1902, afirmó el principio de “libre determinación de los pueblos”, mientras que en un caso semejante, como el de Crimea, en vez de sostener la libre determinación de los crimeos de anexarse a la Federación Rusa, sostuvo junto con el resto de Europa, la teoría de la integridad territorial que niega en Malvinas. Y se sumó a las sanciones aplicadas por Occidente a dicha nación en contra de la posición plesbicitada con casi unánime resultado favorable.

Palos porque bogas; palos porque no bogas. Lo que queda claro, es que en política internacional los principios no siempre se sustentan en la teoría de los actos propios. Y lo que sirve para una circunstancia, no sirve para otra semejante cuando los intereses son distintos.