editorial

  • Macri puede adjudicarse haber evitado que estallasen las bombas montadas por la gestión K. Pero aún no está en condiciones de mostrar que estén definitivamente desactivadas.

Un equilibrio provisorio

Las vísperas del primer año de gestión encontraron al gobierno de Mauricio Macri estancado en una suerte de limbo, que no se corresponde con los funestos y fervientes vaticinios de sus principales detractores, pero tampoco indudablemente con sus propias expectativas y las de quienes confiaron en sus propios anuncios de un repunte económico en el curso del ya mítico y vapuleado segundo semestre.

Lo cierto es que el siempre complejo panorama del fin de año no muestra el país incendiado con el que muchos opositores recalcitrantes se ilusionaban, pero eso no significa que el esperado repunte haya comenzado a verificarse. En medio de algunos datos alentadores, y con la razonable confianza en que las liquidaciones agropecuarias del año próximo inyectarán una considerable cantidad de dólares, los mejores augurios se han corrido ahora varios meses hacia el futuro.

En el interín, la gestión de Cambiemos verifica en la sociedad el mismo grado de frustración que seguramente padecen sus propios integrantes. Según la encuesta de Management & Fit, el 43 % de los argentinos -porcentaje que se aleja mucho del núcleo duro del kirchnerismo, aunque todavía se encuentra por debajo de quienes votaron en contra de Macri en la doble vuelta presidencial- considera “negativo” o “muy negativo” el desenvolvimiento de la gestión. Una calificación que en cierta franja de la población ya estaba puesta por anticipado, pero que en esta medición alcanza niveles de alerta amarilla. Y que no se compadece con otra de las consultas realizadas en la misma muestra, según la cual un 43,6 % aprueba la manera en que conduce el presidente, contra un 42,4 % que no lo hace.

La grieta no se refleja sólo en la paridad cuantitativa. Yendo a un análisis particularizado, mientras la reparación histórica a los jubilados es la medida que más adhesión recoge, hay otras, como la ampliación de la Asignación Universal por Hijo y la baja en los subsidios de los servicios públicos que figuran, simultáneamente, en la columna de mejores y peores decisiones.

Todas ellas, habría que decir, fueron resultado de un proceso oscilante entre las necesidades acuciantes de la macroeconomía y de los sectores más desprotegidos de la sociedad, y de instancias de diálogo y consenso que se parecieron más a una negociación que al debate y acuerdo sobre cuestiones y políticas de fondo.

Este fin de semana, al término del “retiro espiritual” en Chapadmalal, donde se esperaba que los miembros del gabinete y otros referentes centrales del PRO analizaran y discutiesen cara a cara los problemas, el presidente brindó una conferencia de prensa donde no avanzó demasiado en orden a revelar cursos de acción o cambios significativos.

En 2017, la esperada y aún incierta recuperación se producirá en un contexto marcado por lo electoral; instancia que funcionará anticipadamente como el temido “test” de medio mandato, y tendrá influencia tanto sobre la composición de las cámaras legislativas, como sobre las percepciones de la opinión pública. Será un año en que acaso el gobierno tenga algo para mostrar -indicadores positivos, obras en marcha, ingreso de divisas-, a la vez que crecerá la presión política y las vertientes demagógicas, en un cuadro todavía marcadamente condicionado por el rojo fiscal. La gestión de Mauricio Macri se enfrentará a un nuevo momento crucial, en el que el delicado y provisorio equilibrio alcanzado hasta ahora seguramente ya no será suficiente.

El gobierno se reparte entre sentar las bases de una reactivación económica que se hace esperar, y satisfacer las acuciantes demandas sociales.