Un emprendimiento único en Santa Fe

Caballos, campo y tradición

En Coronda, un emprendedor mantiene viva la metodología de crianza de caballos criollos para insertarlos en el mercado laboral y para concursos tradicionalistas que reivindican la importancia de este noble animal en la historia. Un negocio que sólo explica la pasión.

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Su lugar en el mundo. Osvaldo Raimondi en su corral “de palo a pique”. En “El Argentino” se respira tradición. Fotos: Federico Aguer

 

Federico Aguer

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Yo nunca tuve tropilla, siempre he montao en ajeno, tuve un zaino que de bueno ni pisaba la gramilla. (Jorge Cafrune)

Mientras afuera llovizna, la conversación fluye dentro de la casa de campo, perfumada por las lonjas de aperos, riendas y lazos. Cuero, lana, madera y -casi imperceptible- el aroma de una enorme chimenea asador, que pese a estar impecable, refleja las fraternas cicatrices de innumerables asados con amigos y guitarras, recuerdos de fogones que invitan a matear.

Un mangrullo, corrales de palo a pique con “maromas” (*), una manga muy particular, y la presencia permanente de los caballos criollos, advierten al visitante que no se está ingresando a un campo cualquiera: es un lugar de tradición, una “fábrica de caballos”, como eran los de antes, como ya no vienen más.

“El Argentino” se llama el establecimiento, unas 20 hectáreas a la vera de la Autopista Santa Fe-Rosario, el lugar en el mundo de Osvaldo Raimondi, quien ceba mate mientras se decide a contarnos su historia.

ADN gaucho

“Mi primer recuerdo es de los 5 años, cuando mi abuelo me decía que al otro día íbamos a arrancar a las 5 de mañana para el campo, y yo ya no podía dormir más”, le cuenta Osvaldo a Campolitoral. “Teníamos un campo a 5 leguas. Me pasaba la noche entera esperando ese momento. Son cosas lindas de la infancia. Estos campos eran bajos, con monte, mucha víbora, campos malos (con mucha falta de cobre), con espartillo, los famosos campos de la Sica”, agrega. Según evoca, eran campos muy “maulas”, donde cada potrero tenía de 300 a 400 hectáreas, donde no había corrales, donde no existían las mangas de encierre para atar el caballo. “El abuelo me ensillaba dos caballos mansos para arrimar toda la hacienda en una esquina, mientras yo galopaba las 5 leguas hasta llegar. Armábamos los lazos, preparábamos las tropillas, y usábamos las rondas (un lazo atado a un palo). Se largaba a descansar a los caballos cansados, se ensillaban los frescos y nos poníamos a trabajar, todo a lazo. Y de eso sólo pasaron 40 años, no es tanto tiempo, y las cosas han cambiado tanto”, evoca con emoción.

En la vida de Osvaldo siempre hubo un caballo, tanto que a los 7 ya arranca a participar en la primer Agrupación Tradicionalista de Coronda. “A los 9 años tuve mi primer viaje a San Antonio de Areco a ensillar, pero a los 7 ya era socio del Centro Tradicionalista Don Segundo Sombra, y con orgullo lo digo, cuya sede estaba en frente al parque Oroño”, destaca. De aquel viaje a la provincia de Buenos Aires trajo su primer acercamiento a Don Segundo Sombra. Además, en aquella oportunidad se produjo un interesante intercambio con la gente de aquel lugar: ellos trajeron tierra y la dejaron depositada en su rancho. Y nació una hermandad entre Coronda y Areco que perdura hasta hoy.

Con el paso del tiempo, la cosecha fue desplazando a la hacienda a los campos más marginales, y el trabajo en la zona de islas con la hacienda fue algo cada vez más cotidiano. “Uno se entusiasma con el río, y de a poco empieza a dejar hacienda, pero de repente el río se viene y hay que sacar los animales, y no es lo mismo salir con un lote de vacas que con un lote de yeguas”, explica. “A la vaca la podés vender rápidamente, pero a la yegua no tanto. La vaca tiene mercado todos los días. La yegua tiene dos contras: una, que uno no las quiere vender, y la otra es desprenderse de esta genética (que viene de Florencio Molina Campos)”, agrega.

En aquel entonces, Osvaldo se contactó con un amigo de Tapalqué (Buenos Aires), quien lo invitó a alquilar un campo allá. “Acá había soja hasta en las cunetas, (ahora no hay tanto). En esos días la vaca no valía, y me alquilé una propiedad a gente que no era del rubro. El sistema de capitalización me sirvió, y después al revisar mis vacas la zona me empezó a gustar, porque allá se defiende mucho la tradición. Cargué las yeguas en un camión (unas 40) y pasamos 6 años muy lindos, que me permitieron conocer muchas cosas”, evoca,destacando que son muy amantes de las tradiciones, y que a la gente con campo le gusta fomentar estas cosas. “Tanto es así que mis caballos de trabajo me permitieron llevarlos a un campo vecino para pastar en unos callejones, sin siquiera conocerme. El dueño también me permitió cortar leña para mitigar el frío de aquellos pagos. Ese hombre nos salvó, mi nena era muy chiquita”, explica.

Pero de a poco empezaron a acomodarse las cosas en Santa Fe y a aparecer algunos campos, y por intermedio de un amigo surgió un establecimiento en Nuevo Torino con cuyos dueños (la familia Scaglione) entablaron una relación de amistad. “Era un campo muy despoblado de alambres, y hoy tenemos 19 potreros en 400 has. Eso lo hicimos nosotros. Allí trabajamos un rodeo de vacas de cría de mi padre, un rodeo de vacas criollas y las yeguas”, explica.

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Mate en mano. En una charla distendida, se analizaron los pormenores de una actividad única que reivindica el pasado. “El que no conoce su historia no puede tener un futuro”, dice convencido el entrevistado.

Trayectoria

Raimondi intenta resumir su actividad diciendo que “fabrica” caballos para los concursos de emprendados, sobre todo para el exclusivo círculo que cada año corona en la Sociedad Rural de Buenos Aires a las pruebas de rienda, de paleteada, los concursos de aperos tradicionales, y también para el trabajo en el campo. Es que los criollos son animales multifunción. “Y yo tengo la suerte de poder vender porque le agrego algunos pelajes que ya no se ven: el overo negro (pelaje similar al de la vaca Holando) o el moro (color ceniza con las patas y la cabeza más negra). De hecho, Raimondi se ufana explicando que ese es el único pelaje que nombra el Martín Fierro, cuando dice: “tenía un moro de número”, reflejando que ya en aquella época había caballos numerados. “Estos pelajes le otorgan algo muy pintoresco, porque son manchas particulares, son antojos de la madre, digo yo. La selección es muy difícil, porque en tema de pelajes entra a predominar el albinismo, y después de muchos cruzamientos, sobre todo de overos, la genética se impone siempre. El moro y el overo son muy buscados, siempre y cuando el animal sea lindo al golpe de vista”, explica.

Pasado, presente y futuro

En su paso por provincia de Buenos Aires, Osvaldo destaca el aprendizaje de los eventos gauchos como nicho que le permiten combinar el negocio con su pasión por la tradición.

“El haber estado durante tres años en el festejo del Día Nacional del Gaucho me ayudó mucho”, reconoce. Se trata de una fiesta itinerante que estuvo durante tres años en Tecnópolis y el resto de las ediciones pasadas en una localidad diferente de la provincia de Buenos Aires. Es un evento educativo, que incluye la yerra de potros (en vez de la conocida yerra de hacienda), entre otras actividades. Cuenta con una persona que desde arriba de un escenario explica cada procedimiento, y que de una u otra forma está educando el porqué se hacía de esa manera; de los distintos pelajes, de los trabajos que se hacían en las estancias; de cómo las marcas se alcanzaban de a caballo; de los distintivos cortes de la cola de los caballos para diferenciar machos y hembras, etc".

Por último, Osvaldo se pregunta cómo una provincia como la nuestra con tanta historia no mantenga vivas estas tradiciones en la misma medida como hacen sus pares. Y, mientras pone otra pava a calentar, evoca con este periodista aquellas crónicas de don Francisco Antonio Candiotti “el príncipe de los gauchos”, primer gobernador criollo de la provincia, desde cuyos interminables campos se produjeron los caballos y las mulas para la gesta libertadora de Belgrano rumbo al norte. O como los “invencibles” de López, lanza en mano y chiflando como patos silbadores, pusieron de rodillas las tres invasiones porteñas. Siempre bien montados. O de aquellas épicas competencias gauchas en donde Estanislao López y Juan Manuel de Rosas se “sacaban chispas” para disputarse el título de mejor jinete. “López y Rosas competían ferozmente para ser el más baqueano, eso está dibujado en los almanaques de Molina Campos. En aquellas maromas te tenías que agarrar hasta con los dientes”, reconoce entre risas.

Osvaldo se terminó de forjar en Buenos Aires, pero finalmente recaló en su Coronda natal. Como dice Cafrune: en más de alguna ocasión / quisiera hacerme perdiz / para ver de ser feliz en algún pago lejano / pero la verdad paisano / me gusta el aire de aquí. Afuera no llovizna más. Es hora de darle de comer a los caballos.

Actividades

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Raimondi encabeza un grupo tradicionalista que se dedica a evocar aquellas gestas de a caballo que forjaron a través de la historia, el país que hoy conocemos. Meses atrás realizaron una marcha desde Coronda a San Antonio de Areco arriando caballos por los caminos rurales. Y para mediados de marzo están ultimando los detalles de una “yerra tradicional”, que realizarán en su campo de Nuevo Torino, con las herramientas y procesos de la época colonial. En el Establecimiento “La Lechuza”, realizarán el arreo de las vacas y yeguas desde 1 legua (5 km.). Al día siguiente, la yerra a lazo, el encierro de las manadas; se desparasitarán las yeguas y se realizarán demostraciones gauchas: “arréglese como pueda” y montas de yeguas con recado completo. Fogones y guitarreada de por medio, esperan la llegada de amigos desde Entre Ríos, Córdoba y Buenos Aires.

CABEZA A CABEZA

El punto cúlmine de los caballos de Raimondi es en la Sociedad Rural de Palermo, donde compite con los mejores ejemplares llegados de todo el país.

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(*) Maroma: Cuerda tensa que usan los volatineros en los circos. En el campo se usaba para denominar un arco de madera sobre la entrada del corral, de la que se descolgaban los jinetes sobre los caballos. Posteriormente se usó para denominar acrobacias, volteretas o piruetas. También para batahola, desorden o entrevero.