Tribuna de opinión

Fundamentales, no fundamentalistas

Por Rosa García

A propósito del artículo de opinión “Feminismo y fundamentalismo” de Néstor Vittori, publicado el 27 de enero pasado, dejo mi reflexión al respecto. Pretender que “Matar al macho” expresa rechazo hacia los varones y no al machismo, es como asociar al parricidio la expresión psicoanalítica “Matar al padre”. La literalidad de la interpretación desvirtúa la potencialidad de la metáfora. Una consigna orienta una lucha, no subsume su programa.

No se trata de subvertir el esquema de poder. Esta interpretación simplona expresa ceguera política, mezquindad humana y supino desconocimiento de la historia del feminismo. Prefiero hablar de “feminismos”, de constructos políticos e históricos no homogeneizables ni estrictamente “occidentales”; de colectivos de lucha con programas diversos y heterogéneos, que no son “de”, ni “para”, ni “con”, ni “sobre” las mujeres exclusivamente. Integran una gran alianza estratégica para construir colectivamente una nueva cultura, antipatriarcal y anticapitalista.

“Ni Una Menos” es una consigna potente para orientar la acción. El programa político de los actuales feminismos es mucho más vasto. Exigimos el derecho al aborto, pero antes a la educación sexual y de conjunto a una educación no sexista ni androcéntrica. No cuestionamos la heterosexualidad per se, ni combatimos la decisión de construir una familia: rechazamos a la heteronormatividad como única expresión válida de la identidad y valoramos todas las formas de coexistencia afectiva, de realización del deseo y de expresión del amor, más allá de la centralidad de la familia patriarcal, jerarquizada y monogámica. No creemos tener “las” respuestas a todas las necesidades y problemas humanos, reivindicamos ser parte vital de ellas.

Una consigna

En la teoría de Laclau, filiada en el marxismo de Gramsci, el significante vacío alude a un espacio del discurso social “vacío” en tanto vacante, un territorio en la disputa por definir el sentido, el contenido y el rumbo de lo social, un campo de batalla por la hegemonía. La consigna lleva la lucha a ese espacio y aglutina un movimiento social que disputa politizando todos los ámbitos de las relaciones humanas y tensionando la tradicional escisión público/privado al incorporarla en la agenda pública/política.

En el caso de Romina Dusso reclamamos por los cuatro femicidios vinculados, aunque El Litoral los denominó homicidios. Las cosas por su nombre son mejor nombradas, sobre todo cuando de justicia se trata. En las luchas por el sentido, las palabras no son vanas, sino instrumentos filosos para interpelar la realidad. Un femicidio no es sólo un homicidio. La diferencia radica tanto en las características del delito como en consecuencias de la aplicación de la ley (posibilidad de sanción, instrumento de reparación) y en las estrategias del Estado en materia de prevención, acompañamiento y no-revictimización.

Las conductas violentas no son producto de patologías: son aprendidas dentro del proceso de socialización patriarcal. No existen la furia homicida, el crimen pasional, “el hecho de sangre”: existe el femicidio. Pensar esto como “situaciones imprevisibles e inevitables”, equipara a la violencia con la fatalidad, y no con un proceso histórico que puede y debe cambiarse.

En Argentina muere una mujer cada 30 horas, y éstas no son las únicas muertes que se naturalizan. La vitalidad del feminismo y del movimiento “NUM” se sostiene en la legitimidad de su programa político: una rosa de los vientos para todos los derechos por conquistar.

El 8 de marzo, habrá paro internacional de mujeres. Ni una menos.

La literalidad de la interpretación desvirtúa la potencialidad de la metáfora. Una consigna orienta una lucha, no subsume su programa.

En las luchas por el sentido, las palabras no son vanas, sino instrumentos filosos para interpelar la realidad. Un femicidio no es sólo un homicidio.