Análisis

Vladimir Putin: entre el atentado yihadista y su amistad con Trump

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Tras el atentado en San Petersburgo hubo demostraciones en toda Rusia. Foto: Télam

 

Télam

Cualquiera que analice la vida de Vladimir Putin dirá que el presidente ruso no tuvo una semana tranquila tras el atentado yihadista en San Petersburgo y el ataque de Estados Unidos en Siria, su principal aliado en Medio Oriente.

La bomba que estalló el lunes pasado en la estación de subte Sennaya Ploschadel de dicha ciudad rusa, junto con la embestida de un camión que mató el viernes a cuatro personas en Suecia, parecen confirmar que el grupo islamista radical Estado Islámico (EI) busca golpear desesperadamente a Occidente en donde sea.

En San Petersburgo, ciudad que describió como nadie el escritor Fiódor Dostoievski en varias de sus novelas, Putin parece haber pagado un nuevo precio por su apoyo militar al presidente sirio, Bashar al Assad.

Sin embargo, sería apresurado pensar solo en la guerra civil de Siria sin tener en cuenta la compleja región del Caúcaso, donde existe un número significativo de seguidores de los fundamentalistas islámicos.

Aunque no existen cifras oficiales, es posible que por lo menos 3000 rusos, principalmente de las repúblicas musulmanas, hayan viajado a Medio Oriente para enrolarse en estos grupos, según informes del diario The Christian Science Monitor.

El fundamentalismo islámico no ha estado ausente en las dos últimas décadas en Rusia, sobre todo después de la guerra que Putin lanzó en 1999 para recuperar el control de la república separatista de Chechenia.

En este contexto sería ingenuo suponer que ha desaparecido la competencia que tenía Moscú con Estados Unidos por el dominio de ciertas zonas mundiales.

Por el contrario, en este sentido, el presidente ruso ha cometido algunos errores al confiar demasiado en su colega estadounidense.

Por ejemplo, suponer que Trump iba a cumplir con todo lo que prometió en política exterior para ganar la presidencia de Estados Unidos en noviembre de 2016.

Su reciente intervención en Siria, donde lanzó 59 cohetes Tomahawk en respuesta al supuesto uso de armas químicas por parte del gobierno de Al Assad -que mataron a por lo menos 84 personas en la provincia de Idleb-, confirma que Trump puede cambiar muy rápido sus posturas políticas.

El ataque ocurrió cuatro años después de que Obama desistiera -por presiones de Putin- de intervenir militarmente en Siria, desatando la furia de los republicanos y también de varios demócratas, en una pulseada que catapultó al líder ruso como en los viejos tiempos de la Guerra Fría.

En cuanto al supuesto uso de gas sarín, Moscú y Damasco dijeron que la nube tóxica fue provocada por un ataque con bombas convencionales contra un depósito de armas químicas de los rebeldes. Pero Washington rechazó esa posibilidad y culpó al presidente sirio.

Antes de bombardear una base aérea en Siria, el gobierno estadounidense había dicho que la salida de Al Assad del poder no estaba entre sus prioridades. Pero luego del ataque a Idleb la Casa Blanca cambió su postura. Rusia, solidaria con al Assad, vetó una resolución que condenaba a Damasco en el Consejo de Seguridad de la ONU.

“Estados Unidos sigue siendo el enemigo geopolítico de Rusia. Si bien no se puede volver a la Guerra Fría, porque la historia no se repite de la misma manera, la geopolítica sigue existiendo. Putin es una amenaza para Occidente”, dijo a Télam Adrían Zarrilli, doctor en historia de la Universidad de Quilmes.

Sobre cómo será a partir de ahora la relación entre Washington y Moscú, el analista señaló: “No lo sé. Hay un hombre que es impredecible, Trump, y otro como Putin -que tiene muy claro lo que quiere para Rusia- que es un personaje oblicuo, ya que no busca un enfrentamiento directo con Estados Unidos. Tiene, o tenía, una buena relación con Trump”.

Putin había hablado bien del nuevo líder del Partido Republicano, incluso aseguró que era un hombre inteligente. Del mismo modo, Trump había elogiado al presidente ruso por evitar represalias contra la Casa Blanca, luego de que Obama impusiera sanciones y expulsara a 35 diplomáticos rusos por la supuesta interferencia del Kremlin en las elecciones presidenciales norteamericanas.Lo cierto es que Moscú calificó el ataque a Siria como “un acto de agresión ilegítimo”, cuyas consecuencias pueden ser extremadamente graves para la estabilidad internacional.

Trump, denostado por sus posiciones racistas y xenófobas, tuvo también su momento de gloria cuando fue respaldado por buena parte de Occidente, incluida Alemania que señaló que es “entendible” el ataque a Siria después del veto ruso en el Consejo de Seguridad de la ONU.

En cambio China, con quien el presidente estadounidense trata de establecer una buena relación comercial, se opuso al uso de la fuerza en asuntos internacionales.

Todo indica que la crisis entre Moscú y Washington recién empieza. Rusia envió una fragata misilística a su base siria de Tartus, y la Casa Blanca advirtió que está dispuesta a lanzar nuevos ataques contra el gobierno de Al Assad.

Trump, seguramente, tiene más responsabilidad que Putin por lo que pueda ocurrir en el futuro. De todos modos, el magnate neoyorquino hace lo que prometió: restituir el papel de guardián mundial de Estados Unidos. No es casual que haya relevado a Steve Bannon del Consejo de Seguridad Nacional (CSN), el organismo que coordina la política exterior y de defensa. Por lo tanto, el Pentágono tiene ahora más poder de decisión en los conflictos mundiales.

El ataque estadounidense a Siria es, además, un llamado de atención para Corea del Norte, cuyas pruebas nucleares han estremecido al mundo.