El amor o la vida

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Escena erótica del siglo I aC, encontrada en Pompeya, Italia. Foto: ARCHIVO.

 

Por Luciano Lutereau (*)

Nuestra época vive las relaciones amorosas de un modo generalizado. Nunca antes fue tan indispensable la búsqueda una pareja o compañero de vida. Desde hace tiempo que no oímos hablar más que de los desencuentros y sufrimientos que implica la vida con otro.

“Te necesito”, “No puedo vivir sin vos”, “Me muero si te vas” son algunas de las frases habituales (muchas de ellas reflejadas en canciones populares) que exponen cómo el dolor en la vida erótica se ha vuelto exponencial, quizá porque la otra cara de la pérdida es la profunda soledad; pero, ¿qué perdemos cuando perdemos el amor?

Si algo llama la atención en consultas por motivos relacionados con este padecer, es el carácter general de la pérdida. Desde un punto de vista freudiano, puede hacerse una distinción entre dos modos de temer el desvalimiento amoroso: por un lado, el miedo a la “castración”, que es una pérdida parcial, que toca a una parte de la existencia o, como decía una vez un paciente “Si me separo, no pierdo la vida; a lo sumo, pierdo la felicidad”. Por otro lado, la pérdida de amor, en la que se juega el ser en su totalidad, en la que la pérdida es masiva, y se fantasea con la propia desaparición.

Entre estos dos modos de distinguir actitudes ante la pérdida, Freud introdujo a su vez la distinción entre dos posiciones sexuadas: el varón y la mujer. El deseo fálico es el deseo aquejado por la castración, mientras que el ser femenino es el que teme la pérdida de amor. La diferencia sexual no es entre dos tipos de órganos, sino entre dos modos distintos de hacer un duelo. Los “varones” sufren por lo que fue y quisieran recuperar. Las “mujeres” por lo que no fue y pudo haber sido. Por eso las mujeres sufren más que los hombres en el amor. Porque de lo que no sucedió, no hay olvido posible.

Dicho de otro modo, la diferencia sexual no es anatómica, sino entre dos modos de armar una familia. “Mujer” es quien la arma en el interior de su familia de origen. “Varón” es el que lo hace por fuera. La mujer padece el conflicto de que el interior pueda ser endogámico (tiene que realizar esa diferencia). El varón sufre el desgarramiento de un exterior ajeno que lo confronta a la nostalgia del regreso. Las mujeres nunca terminan de irse. Los varones se van pensando en volver.

Son diferentes los desafíos que varones y mujeres tienen que realizar para hacer lugar a la experiencia amorosa. No es simplemente encontrar a una persona que nos quiera. Por cierto, esta actitud es más propia de un niño, que de un hombre o una mujer. En todo caso, si recordáramos la clásica elección forzada entre “la bolsa o la vida”, en la que la pérdida es obligada (dado que es preferible una vida trunca, sin la bolsa, a la pérdida de la vida), podría decirse que en nuestro tiempo encontramos una generalización del modo femenino de situarse en las relaciones amorosas, para hombres y mujeres. Hoy sufrimos la pérdida de amor como una pérdida de la vida, cuando no se elige el confort de una vida sin amor.

(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.

Los “varones” sufren por lo que fue y quisieran recuperar. Las “mujeres” por lo que no fue y pudo haber sido.

Dicho de otro modo, la diferencia sexual no es anatómica, sino entre dos modos de armar una familia. “Mujer” es quien la arma en el interior de su familia de origen. “Varón” es el que lo hace por fuera.