La semana que pasó

Corrupción: dos hermanos en apuros

Por Hugo E. Grimaldi

DyN

“Si Brasil se resfría, la Argentina estornuda”. El viejo apotegma que alude a los dos vecinos competidores de Sudamérica y hoy socios del Mercosur, frase que siempre se aplica a la dependencia del más chico en materia económica y también a cierto seguidismo mutuo de sus corrientes políticas, tiene por estas horas un correlato moral que viene del norte y que crispa los nervios de los políticos argentinos de todo pelaje y color.

A los kirchneristas de paladar negro porque tienen la piel escaldada de tanto pasear por los Tribunales; a aquellos que pasaron por el mundo K, porque nunca sabrán si salieron a tiempo; y al actual oficialismo porque teme que le encuentren un muerto en el placard y que eso sirva para abortar definitivamente no sólo el despegue de la economía que no termina de llegar, sino el cambio de mentalidad que dicen que se proponen lograr a través de mejores modales, incluido algún tipo de diálogo, ajustes dosificados por las necesidades sociales y mayor transparencia.

La corrupción saltó en el gigante Brasil como el pus de una herida y por estas horas los borbotones, amparados en un sistema judicial muy diferente al local en herramientas y procedimientos que premian la delación, ya se han cargado a una Presidenta, empujan al abismo a su sucesor y no hay casi actor de la política ni partido político que haya conservado la virginidad. Toda esta podredumbre es algo que, fatalmente, derrama hacia la Argentina, debido a la extraordinaria ligazón económica que hay entre los dos países y al peso que tiene el real brasileño en la canasta de monedas que se compara contra la evolución del peso a la hora de medir la competitividad. Desde aquí, se le venden al vecino unos 9 mil millones de dólares de productos industriales al año que, en unidades, representan casi la mitad de todo lo que se fabrica.

Hasta que llegaron las revelaciones de los dueños del conglomerado frigorífico JBS, las reformas y propuestas al Congreso que había comenzado a hacer el presidente en ejercicio, Michel Temer, quien ahora ha quedado al borde de la puerta de salida, estaban surtiendo algún efecto: en materia fiscal, medidas para bajar el costo-Brasil; flexibilización del mercado laboral con negociación empresa por empresa por encima de los acuerdos generales y la posibilidad de tercerizar trabajadores como proveedores de servicios; fin de la contribución sindical obligatoria de un día de trabajo al año; establecimiento de una edad mínima de jubilación (hoy se consigue con 35 años de aportes) y reducción de la tasa de interés de referencia, más allá de la prohibición constitucional por 20 años de elevar el gasto público en términos reales. Con estas medidas, la idea del Presidente que llegó al Planalto por defecto era intentar recuperar el empuje de la economía, para salir de la recesión que hizo caer a Brasil en dos años casi ocho puntos porcentuales.

Los primeros indicios del todavía tímido despegue ya se empezaban a observar y la Argentina productiva y su gobierno pulsaban la situación con cierta esperanza. El tiempo que tarde en resolverse la crisis no es menor en términos económicos ni para la recuperación de Brasil ni para el pequeño viento de cola que se podría aprovechar por aquí. Al respecto, el diario ‘O Globo’, pidió la renuncia del reemplazante de Dilma Roussef y usó en un editorial una frase principista que, objetivamente, aleja el horizonte: “hay quienes piensan que el fin de este gobierno retrasará la estabilidad y el crecimiento, pero ocurre exactamente lo contrario porque se necesita un gobierno con condiciones morales y éticas para llevarlo a cabo”, sostuvo.

Desde el lado crítico a la “tarea” de Temer, apareció Cristina Fernández quien quedó emparentada por el adjetivo “forro” con el inefable Luis D’Elía, aunque con dos acepciones diferentes. Mientras que el titular del partido MILES se refirió así a los intendentes del Conurbano que no quisieron compartir una reunión del PJ bonaerense con él, Amado Boudou y Martín Sabatella (“no necesitamos a esos forros para ganar”, la ex presidenta aludió al “una vez que lo usaron, lo tiran” para significar que Temer, puesto por el establishment como ejecutor necesario del populismo petista de Lula y de Dilma que derivó en lo que sale a la luz, ahora será también echado.

Si de coimas hablamos...

Es ocioso repetirlo, pero aquí como en Brasil, la coima es como un tango que se baila de a dos. Y es dable observar que, con sus tonalidades propias, en ambos países y bajo dos gobiernos populistas, hubo una misma matriz, casi como metodología: adjudicaciones directas, sobreprecios, tasas preferenciales y retornos que, en estos tiempos de controles internacionales, se mezclan rápidamente con la huida de fondos a los paraísos fiscales y con el lavado de dinero.Y en los dos casos, los pagos se canalizaban con la fachada de ser plata destinada “a financiar la política”, una mentira que decían quienes se enriquecían (mientras que quienes pagaban simulaban creerla), ya que parte de ese dinero, que por ser negro no entregaba recibo, se quedaba en el bolsillo de los cajeros. En el fondo, han sido los sistemas regentes los que avalaron los sobornos de aquí y de allá.

Si bien el populismo de los últimos años que se entronizó en buena parte de la región ha exacerbado la cuestión y explica buena parte de lo que hoy se ventila, en el caso puntual de la Argentina, desde la década del ‘30 para acá no hubo gobierno ni democrático ni militar, ni peronista ni radical, que se haya salvado de alguno de esos tics terminales y éste parece ser, por cíclico, el germen de la decadencia que acunó el narcotráfico de la última década. Es que la moneda que tiene de un lado la farsa del Estado “presente”, que los políticos suelen enarbolar como símbolo de progresismo para captar votos o generar adhesión y del otro lado, la ficción de un empresariado pujante, sólo cierra con la corrupción que atiende el pago de prebendas con el dinero de todos los contribuyentes y que suma desorden, falta de educación y pobreza.

En ambos países, parece que se sigue la misma matriz desde los dos lados del mostrador a la hora del desbande, ya que involucra a quienes pagan y a quienes cobran: poderosos empresarios que tratan de salvarse siempre de cualquier manera, fiel a la costumbre universal de jugar para ellos y solo para ellos, junto a los lamentos, victimizaciones y paraonias varias de los políticos que, de cazadores, resultan cazados. En Brasil, para salvarse, los que pagaron abandonan el barco y en la Argentina, hasta ahora vienen operando por debajo de la superficie, aunque el actual gobierno dice que siente los palos en la rueda.

En esa línea, algunos lo marcan así desde la Casa Rosada, parecen inscribirse “las operaciones que le hacen a (Federico) Sturzenegger” desde sectores que buscan que el dólar suba, aún a costa de sacrificar la meta de inflación del año (17%) que el presidente del Central no se cansa de ratificar. Y, además, porque señalan que “bombardean a (Nicolás) Dujovne con críticas a la situación fiscal”, en el Gobierno -dicen que el Presidente “en primer lugar”- parecen estar más enojados con los empresarios y con sus asesores económicos del palo más liberal que con los propios sindicalistas.

En todo este perverso juego de intereses, justamente el gobierno de Mauricio Macri como factor de poder no ha quedado aislado, sino que algunas contradenuncias lo han puesto contra la pared, especialmente las que provienen del entorno K, que quizás se han hecho también con el secreto propósito de mostrar que están todos “en el mismo barro”, una peligrosa manera que han encontrado de mimetizar alguna de sus eventuales culpas, aunque a riesgo de convocar a una anarquía similar a la que ya se instaló en Brasil.

“Empresarios y políticos, en connivencia con una parte de la Justicia nos están haciendo una cama”, se atajaba la fuente de Balcarce 50, mientras el Presidente pasaba la gorra por Dubai, China y Japón y le preguntaban cómo le pegará a la Argentina la crisis brasileña. La teoría persecutoria surgió de la Casa Rosada después de los episodios que volvieron a involucrar de lleno al jefe de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), Gustavo Arribas, justamente con Odebrecht, la constructora que, con sus confesiones, ha liderado en Brasil el proceso de lavado de culpas y que ha puesto en la Argentina 35 millones dólares en “propinas” entre 2007 y 2014.

Tras la declaración de Enrique Meirelles, la causa contra Arribas volvió a activarse, después de un cierre que algunos encontraron demasiado apresurado. Para verificar sus dichos, el delator beneficiado por la Justicia de Brasil remitió a que se busquen los detalles los Tribunales de su país, ya que la Argentina no considera la misma figura en este tipo de delitos. En la Casa Rosada dicen que Meirelles miente porque no tenía obligación de decir verdad. En tanto, aquí se sucedieron otras denuncias, contradenuncias y nuevas querellas que involucraron al propio Presidente, al grupo IECSA que era de su primo y a su nuevo dueño, Marcelo Mindlin, quien lo compró hace unos meses con el paquete el soterramiento del Sarmiento asociado a los brasileños a cuestas. La Procuradora Alejandra Gils Carbó dejó a los fiscales que tienen causas relacionada con Odebrecht (son tres) en libertad de seguir los pasos que crean convenientes para pedir detalles a Brasil. Igualmente, habrá que esperar hasta el 1 de junio como fecha clave para que se abra el paquete de la constructora y la Justicia de unos diez países comience a recibir información de la Procuraduría General de la República sobre los pagos hechos ejecutivos en el exterior.

En el caso puntual de la Argentina, desde la década del ‘30 para acá no hubo gobierno ni democrático ni militar, ni peronista ni radical, que se haya salvado de alguno de esos tics terminales.

Desde aquí, se le venden al vecino unos 9 mil millones de dólares de productos industriales al año que, en unidades, representan casi la mitad de todo lo que se fabrica.