La vuelta al mundo

Los desbordes de Venezuela

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El pueblo venezolano sale a la calle. Son las protestas, las movilizaciones, la voluntad de la gente de no aceptar el actual estado de cosas, las que modifican las relaciones de poder. Foto: EFE

 

por Rogelio Alaniz

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La pregunta a hacerse con respecto a la situación existente en Venezuela es si es posible una solución política, un acuerdo mínimo que logre sacar al país de un estado que, sin exageraciones, podría decirse que está en la antesala de la guerra civil. Una mirada ligera sobre la realidad no autoriza en principio al optimismo. La beligerancia es cada vez más intensa y, a juzgar por las declaraciones de los principales protagonistas, la única salida posible pasa por la derrota absoluta del contrincante.

¿Es así? Por el momento es así. Decir lo contrario sería engañarse. Las declaraciones y los actos de Maduro no dejan lugar a alternativas acuerdistas. La propuesta amañada de una asamblea constituyente ha sido rechazada unánimemente por toda la oposición, e incluso fue objetada por funcionarios y dirigentes chavistas que a esta altura de los acontecimientos empiezan a diferenciarse de Maduro.

Por otro lado, Maduro no ceja en insistir con la solución represiva. Legal e ilegal. Con la policía y ejército, pero también con los parapoliciales, presentados como una suerte de heroicas milicias populares. Más de setenta muertos en los últimos tiempos así lo testimonian. Como también lo testimonian los presos políticos, algunos de ellos sometidos a torturas y los más diversos apremios ilegales.

¿Alternativas?

Las salidas políticas que se avizoran hacia el futuro no son muchas y hasta se las podría reducir a dos variables: una fractura en el bloque dominante y a partir de allí un acuerdo para una salida política electoral o un golpe de Estado. De más está decir que la salida deseable es la primera, pero sería desconocer los rigores de la realidad descartar la alternativa del golpe de Estado, es decir, que los militares tomen el poder con todos los riesgos que ello conlleva.

Respecto del golpe de Estado, los rumores que circulan son contradictorios. Por lo pronto, es un secreto a voces que hay militares que están muy disconformes con la gestión de Maduro y la propia y ruinosa realidad de Venezuela, su postración económica, su inseguridad y su creciente rebeldía social. También aflige la conexión de muchos oficiales con el narcotráfico, la injerencia escandalosa y prepotente de los servicios de inteligencia cubanos, y el creciente y acelerado desprestigio político de Venezuela en el mundo.

Sobre la intervención militar existen algunas objeciones dignas de ser atendidas. La más obvia es la que sostiene que los militares no deben intervenir. Es la más obvia, tal vez jurídicamente la más justa, pero también la más “ingenua”. Los militares en Venezuela no son una institución neutra recluida en los cuarteles. Por el contrario, son gobierno desde hace años. Es más, su injerencia en el poder ha crecido con Maduro al punto que el régimen actual es calificado por algunos opositores como una dictadura militar y cívica... y en ese orden.

Exagerados o no, lo cierto es que los militares son actores importantes y, para algunos, decisivos, de la política venezolana. Por lo tanto, desconocer ese dato de lo real o excluirlo de posibles soluciones políticas es un acto reñido con los más elementales principios del realismo político.

Dicho esto, importa señalar los riesgos. En estos días, calificados dirigentes políticos advirtieron en voz baja acerca de los peligros de una salida pinochetista en Venezuela. ¿Tan así? No lo sabemos, pero sí sabemos que cuando los militares en América Latina deciden tomar el poder, después encuentran muy buenos argumentos para quedarse en él invocando la excepcionalidad del momento.

En el caso que nos ocupa, el tema merece relativizarse, porque una rebelión militar no sería contra un gobierno constitucional, sino contra un régimen que, dicho sea de paso, sustenta su poder en el apoyo beligerante de las armas. Al respecto, no se debe perder de vista la participación de prominentes oficiales con el narcotráfico, una actividad desarrollada con la complicidad de Maduro y que deja abierto un inquietante interrogante respecto de la consistencia de esa relación mafiosa entre políticos maduristas y militares.

¿Todos los militares están comprometidos con el narcotráfico? No lo sabemos. Queremos creer que no, pero lo menos aconsejable en este caso es ignorar lo que ocurre o mirar para otro lado, porque resulta desagradable. Sí, es verdad que en los últimos tiempos se han levantado voces contra los atropellos de Maduro. Atropellos represivos y atropellos institucionales. De allí en más se abre hacia el futuro una línea de puntos suspensivos.

La otra solución posible, incluso la más deseable o la menos mala, pasa por la posible fractura del poder de Maduro. Las disidencias internas son visibles e incluso los analistas políticos de las más diferentes posiciones incluyen en sus balances y especulaciones las diferencias entre chavistas y maduristas.

¿Existen esas diferencias? Existen. Con la opacidad del caso, pero no por ello menos visibles. Para dirigentes políticos chavistas, Maduro ha hipotecado el legado de la revolución y en ese contexto se ha apartado del Estado de Derecho, es decir de la legalidad fundada por el propio chavismo.

Contradicciones

Estas turbulencias en el interior del poder se manifiestan con la previsible confusión, aunque para los observadores son cada vez más evidentes. Por supuesto, algunos dirigentes opositores niegan estos hechos, pero más allá de intenciones, lo cierto es que las disidencias existen y lo deseable sería que se manifiesten con más claridad, porque ése sería uno de los caminos posibles para un acuerdo nacional amplio alrededor de la legalidad constitucional.

Preguntarse sobre si es posible una salida política democrática en Venezuela, significa admitir que esa salida excluye por la lógica de los acontecimientos a la expresión más representativa y detestable del régimen expresada en Maduro y sus colaboradores. Este es otro dato de la realidad que no se puede desconocer. La realidad siempre se ocupa de ofrecer variantes, pero tal como se presentan los hechos, daría la impresión de que en la Venezuela democrática del futuro no hay lugar para Maduro.

En Venezuela las contradicciones no se dan entre derecha o izquierda o entre capitalismo o socialismo, sino entre dictadura o democracia o entre Estado democrático o narcoestado. No es la convocatoria a una Asamblea Constituyente amañada y antidemocrática lo que reclama el pueblo venezolano, sino la convocatoria a elecciones libres. Así de sencillo y así de difícil.

Decía que la recuperación de la democracia incluye negociaciones y aperturas hacia sectores históricamente identificados con el chavismo y que hoy no comparten los abusos de Maduro. De todos modos, está visto que la garantía de estas negociaciones las da el pueblo venezolano en las calles. Son las protestas, las movilizaciones, la voluntad de la gente de no aceptar el actual estado de cosas, las que modifican las relaciones de poder.

Lamentablemente esa movilización popular incluye heridos y muertos, pero ya se sabe que cuando un régimen cierra todas las puertas legales, no queda otra alternativa que la rebelión callejera, rebelión que, dicho sea de paso, está legitimada por la Constitución votada por los venezolanos en 1999.

Asimismo es importante la presión internacional. Las condenas políticas al régimen, las protestas por las violaciones a los derechos humanos, la solidaridad con un pueblo que sufre y lucha, los reclamos por la libertad de los presos políticos mejora las posibilidades democráticas internas.

Tal como se presentan los hechos, queda claro que no hay salida política en Venezuela con Maduro en el poder. Solución militar o salida democrática, lo que se avizora en el horizonte es que el actual contexto no resiste más. En los últimos meses Maduro dispuso de oportunidades para hallar una salida y no las aprovechó o quiso instrumentarlas para imponer su voluntad.

Ni las gestiones del Papa, ni los comedimientos de Zapatero sirvieron para nada. Es probable que en su momento le hayan dado un soplo de aliento a Maduro; pero a la hora de los resultados los únicos que perdieron prestigio por defender lo indefendible fueron Zapatero y Bergoglio.

 

Los militares en Venezuela no son una institución neutra recluida en los cuarteles. Por el contrario, son gobierno desde hace años. Es más, su injerencia en el poder ha crecido con Maduro, al punto de que el régimen actual es calificado por algunos opositores como una dictadura militar y cívica... y en ese orden.