“La omisión de la familia Coleman”

El absurdo devenir de lo cotidiano

La obra creada por Claudio Tolcachir, que saltó del off a la calle Corrientes y recorrió 22 países, se presentará este viernes en el Teatro Municipal. En la previa, El Litoral conversó sobre este éxito impensado con Inda Lavalle, integrante del reconocido elenco.

El absurdo devenir  de lo cotidiano

Tres generaciones de una familia en disolución en pugna, en una acumulación de tensiones compartidas.

Foto: Gentileza producción/Giampaolo Samà

 

Ignacio Andrés Amarillo

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“Una familia viviendo al límite de la disolución, una disolución evidente pero secreta; conviviendo en una casa que los contiene y los encierra, construyendo espacios personales dentro de los espacios compartidos, cada vez más complejos de conciliar. Una convivencia imposible transitada desde el absurdo devenir de lo cotidiano, donde lo violento se instala como natural y lo patético se ignora por compartido”.

Así se promociona “La omisión de la familia Coleman”, la obra que saltó de un PH del barrio de Boedo (devenido en teatro Timbre 4) a la calle Corrientes y cuenta con estadísticas impresionantes en 12 años (1.924 funciones, fue vista por más de 261.000 espectadores, lleva realizadas 315 funciones en el extranjero y participó en más de 50 festivales internacionales, visitando 22 países). Esta creación de Claudio Tolcachir llegará al Teatro Municipal (San Martín 2020) este viernes desde las 21. Las entradas generales a $ 400 ($ 300 para estudiantes y jubilados) se pueden comprar en la boletería de la sala.

Anticipando este arribo, El Litoral dialogó con Inda Lavalle, una de las integrantes de la familia más disfuncional del teatro argentino.

Continuidad

—Ya llevan 12 años con la obra.

—Arrancamos en agosto de 2005, van a hacer 12 años, justo.

—Dieron vueltas por el mundo, con miles de espectadores. El elenco tuvo pocos cambios. ¿Cómo fue la vivencia en este tiempo, y qué cosas fueron cambiando?

—Cuando nos juntamos a ensayar la obra, nunca imaginamos que iba a suceder todo lo que sucedió: era hacerla para nuestros parientes, nuestros amigos, y ver cómo iba de público. Al toque empezó el famoso boca a boca y la gente a responder y venir; colmó y requetecontra superó nuestras expectativas. Ésa es una de las cosas de la magia del teatro que no deja de sorprender nunca. Hacer 12 años la misma obra es rarísimo, habría que preguntarles a los muchachos de “La lección de anatomía” que estuvieron 20... (risas).

—Pero ellos cambiaron más los elencos.

—Seguramente. Es un flash, un viaje, mirar atrás y decir: “¡Guau!, pasó todo un ciclo del horóscopo chino y volvimos a empezar”.

Cambios... Estamos viviendo hace 12 años de la obra, económicamente, con sus vaivenes. Pero es muy fuerte que una obra sea el sustento: creo que nunca pasó y no sé si volverá a pasar. También ocurre desde el lado de la actriz como si un pintor estuviese pintando el mismo cuadro hace mucho tiempo; pero es el desafío del actor que nos proponemos función tras función: hacerla nueva, vívida, como si dijésemos esos textos por primera vez. A esta altura, es el desafío más grande: uno se puede aburrir, no encontrar, o estar vacío y lo loco es que todo el tiempo se encuentran cosas nuevas.

—Hacen otros proyectos y después hay que volver a ponerse en la piel.

—Claro, siempre “Coleman” está, todos tenemos otros pero el proyecto central es éste. Y nos armamos como grupo: somos una cooperativa pero ya somos una familia. Imaginate todo lo que nos pasó en todos estos años: nacimientos, muertes, casamientos, divorcios. Creo que también la obra se sostiene por el grupo que armamos: es alucinante, cada uno tiene lo suyo y nos llevamos bien, terminamos la función y nos vamos a comer. Esa convivencia fue genial.

El origen

—¿Cómo fueron los ensayos allá lejos y hace tiempo en Timbre 4, cuando empezaron a abordar el proyecto y Claudio trajo el material?

—Claudio nos convocó a los actores sin tener idea, nos llamó porque quería trabajar con nosotros. Nos conocemos desde hace mucho tiempo, y quería trabajar con cada unos de nosotros, y escribir algo. “¿Se suman? ¿Aceptan?”. “Obvio, somos amigos”. Así nació esto.

No tenía bien claro: sí sabía que quería una abuela, una hija y cuatro nietos, eso lo tenía muy claro. Improvisamos durante tres meses y él después paró los ensayos y se puso a escribir el primer acto; un poquito después ensayamos el segundo acto, todo lo que pasa en el hospital. Pero ya tenía la mano suelta, así siguió escribiendo hasta que estuvo completa.

Para mí el proceso fue hermoso, fue muy divertido: pasábamos horas y horas, fue en la misma casa de Claudio, entonces uno estaba en la cocina, el otro en el baño, o en el dormitorio.

—No tenían tantos hijos, era más fácil...

—Yo tenía hijos, y es graciosa una situación que está en la obra: yo a veces no podía ensayar (con dos pibes tenía que hacer malabares, y era otra época también) entonces llamaba y ensayaba por teléfono. Entonces se armaban todas estas situaciones alrededor de mi llamado (risas) y ensayaba desde mi casa.

—De eso salió algo que ya es como un clásico, que para muchos define lo que ha sido una nueva dramaturgia con centro en la “familia disfuncional”.

—Creo que todas las familias a Dios gracias son disfuncionales. Que me muestren una familia que anda y no sé si la felicito (risas). Me parece que lo que hizo la obra, su potencia y efecto (y por eso el éxito) está en que no caretea nada: muestra crudamente, es así, y la gente se siente identificada en eso. Siempre decimos (aunque sea una frase armada) que todos tenemos un Coleman adentro. Eso acerca, hace bien en un punto: el desastre de esa familia, pero uno no está tan solo, porque uno también tiene sus desastres en su familia. Creo que en ese reconocimiento con la obra o alguno de sus personajes la gente empatiza: “Yo tengo una prima así, un tío así, una hija así”. Muestra a estos personajes con sus miserias, a ninguno se lo puede felicitar, pero hacen lo que pueden. Y eso alivia.

Químicas

—De ese grupo, salieron varios que han sido recurrentes en los elencos de Claudio: tanto vos como Tamara Kiper, Diego Faturos, Lautaro Perotti, y por supuesto Miriam Odorico, que es como un arquetipo, la han llamado para hacer de madre en el cine.

—Claro, el personaje de Memé es genial, es divertidísimo, querés ahorcarla... (risas). Miriam es una actriz grande. La verdad es que todos laburamos con alma y con pasión, y eso se ve en el escenario.

—Hicieron otros proyectos con los mismos compañeros, como “El viento en un violín”. Ahí se volvieron más familia que los propios Coleman...

—Sí, obvio. Ahora, terminé de escribir una obra, hice una cena en casa y les pedí a “los Coleman” que me la leyeran. Funcionamos así, necesitaba escucharla de bocas amorosas. La voy a dirigir y tal vez armemos un proyecto de cooperativa con ellos, algunos actuando y otros dirigiendo, veremos lo que hacemos. Me da un poco de pudor decirlo, pero somos un grupo muy copado, es un placer trabajar con esta gente. A veces, hay que salir y hacer otras cosas, pero es un refugio.

—En esta obra, tu personaje es el que quiebra el ecosistema en crisis. ¿Cómo construiste ese lugar y los antagonismos con Miriam y Tamara?

—Sí, totalmente... El personaje es composición y es trabajo, cada uno arma su universo. Pero me acuerdo que en las improvisaciones era como luchar con los molinos de viento: “¿Alguien me entiende?”. Mi personaje traía las compras y lo que tenía que durar un mes se lo habían comido en una semana, una lógica que los de ahí adentro no manejan; yo tengo mi lógica y ellos no.

Para mí fue un proceso muy divertido (y sigue siendo). Estoy afuera del ecosistema pero me chupa, y soy una Coleman más.

—Te toca ser la villana en un lugar donde todos son antihéroes...

—Sí. Defiendo mucho a mi personaje, muchas veces salís del teatro y te dicen: “¡Qué mala que sos!”. Yo les digo: “Pará, pago el hospital, le doy plata a la abuela. Bueno, no los quiero, ¡qué voy a hacer! (risas). ¿Eso es ser malo? No, ser malo es otra cosa”. Es cierto, no se hace cargo de la enfermedad del hermano, pero ese hermano espía a sus hijos. Hay que entender a los personajes, por qué actúan como actúan.

Nuevos caminos

—Está por estrenarse “Mater”, una película de Pablo D'Alo Abba que adapta “El viento en un violín”, otra de las obra que hicieron con Timbre 4, con varios de los que venimos nombrando. ¿Cómo fue esta transposición del lenguaje teatral al cinematográfico?

—Fue rarísimo, estamos con ansias esperando verla. Creo que la avant première es el 18 ó 20 de septiembre. Es otro código el cine, y a mí me costó muchísimo.

—No habías hecho cine.

—No, algunas participaciones chiquitas, y esto fue un protagónico con varias semanas de rodaje. Fue una experiencia positiva, ciento por ciento. También es muy difícil pasar el formato, porque una cosa es el lenguaje teatral y otro el del cine, y está muy bien logrado. Es otra cosa: no es “El viento en un violín”, es “Mater”, la película.

—Nombraste la obra que escribiste. ¿Para cuándo la pensás estrenar?

—Para el año que viene. Ahora con “Coleman” en octubre tenemos una gira por Europa cinco semanas y queda el año medio congelado. Pero ensayando con Francisca Ure “La más fuerte” de (August) Strindberg, para ver si la podemos poner antes de irnos de viaje, o tenerla preparada lo más que se pueda para el año que viene.

Estoy con eso, doy clases de teatro para niños en Timbre 4, y lanzándome a la escritura que me encanta, la dirección. Se viene un año con muchos proyectos, está bueno.

Staff

Elenco: Cristina Maresca (Abuela), Miriam Odorico (Memé), Inda Lavalle (Verónica), Fernando Sala (Marito), Tamara Kiper (Gabi), Diego Faturos (Damián), Gonzalo Ruiz (Hernán) y Jorge Castaño (Médico).

Asistencia de dirección: Macarena Trigo.

Diseño de luces: Ricardo Sica.

Diseño gráfico: Johanna Wolf.

Fotografía: Giampaolo Samà.

Prensa: Marisol Cambre.

Producción: Timbre 4/Maxime Seugé y Jonathan Zak.

Libro y dirección: Claudio Tolcachir.