La vuelta al mundo

Venezuela: la hora de la oposición

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Simpatizantes del gobierno participan en una manifestación en apoyo a la Constituyente. El chavismo no es el socialismo del siglo XXI sino una versión lumpen, degradada y corrupta de lo que en el siglo veinte se presentó como un proyecto emancipador.

Foto: Efe

Por: Rogelio Alaniz

El problema político de Venezuela no es la Constituyente, como el problema político de Cuba no es la sucesión de Castro o el problema político de Corea del Norte no son los crímenes que comete el déspota contra sus familiares. El problema político de Venezuela -es necesario decirlo- es la dictadura y, para ser más preciso, el señor Nicolás Maduro.

Lo que hace agua no son los detalles sino la base misma del proyecto. A esta altura del partido no son algunas de las exteriorizaciones del régimen, algunos de sus manotazos de ahogado lo que debe discutirse, sino la existencia misma de un régimen que ha fracasado en toda la línea, de un régimen que a Venezuela lo único que le ha brindado en los últimos años es hambre, miedo y muerte.

En estas horas Maduro se jacta de haber sofocado un levantamiento militar. El régimen es tan tramposo que tengo derecho a sospechar que todo ha sido fraguado para presentarse como una víctima de acechanzas castrenses. De todos modos -y más allá de la retórica del régimen- las Fuerzas Armadas están llamadas inevitablemente a jugar un rol en esta crisis.

No se trata de golpear las puertas de los cuarteles como se hacía en otros años. Las Fuerzas Armadas venezolanas hace rato que salieron de los cuarteles. El chavismo -empezando por su jefe- es un proyecto de poder de tipo militar. Más que golpear la puerta de los cuarteles, lo que tal vez habría que exigir es que los militares regresen a los cuarteles. En todos los casos, lo que queda claro es que las Fuerzas Armadas hace rato que están en la calle. O en el poder. De lo que se trata, por lo tanto, es de saber qué piensan hacer los militares: si seguir siendo cómplices de un orden que está destrozando la nación o de sumarse a los reclamos para que Venezuela retorne a la democracia.

No va a ser fácil. Veinte años de complicidad no se rompen de un día para el otro. De complicidad y de corrupción. El chavismo más que un experiencia liberadora, como pretendió presentarse, será juzgado por la historia como un emprendimiento infame, corrupto e injusto. Una satrapía. Con su sátrapa y su corte de alcahuetes, ventajeros y criminales. En esa corte los militares dispusieron de un lugar privilegiado. No todos, pero no fueron pocos.

Una narco dictadura

El chavismo o si se quiere el madurismo es hoy un narco poder, un régimen de dominación cuyos dirigentes se enriquecen con los negocios del narcotráfico. El cartel militar de Venezuela es uno de los más poderosos del continente. Esto tampoco es nuevo, pero ahora es más evidente que nunca.

¿Dialogar? ¿Con quién? ¿Con Maduro? Ya lo intentó hacer el Papa y así le fue. Desde que el Sumo Pontífice conversó con Maduro el número de muertos se multiplicó. Si esos son los resultados del diálogo, mejor no hablar, una verdad que también debería tener presente el señor Zapatero.

El Papa ha rechazado la Constituyente y reclamó una solución pacífica. Como se dice en estos casos: más vale tarde que nunca. Las autoridades religiosas de Venezuela hace rato que califican al régimen como una dictadura. Según se dice el Papa debe ser prudente, una virtud que nadie puede descalificar. De todos modos importa destacar la diferencia entre prudencia y complicidad; o la diferencia entre ser pacifista y ser ingenuo o algo peor.

Respecto de la prudencia del Papa, tengo derecho a preguntarme hasta dónde lo suyo es prudencia, proverbial sabiduría política de una institución que practica la diplomacia desde hace dos mil años, o hasta dónde sus contemplaciones no provienen de su simpatía política con el régimen, la certeza de que los populismos son las soluciones ideales en América latina.

No se trata de no dialogar, sino de tener presente algunas nociones elementales de la política sin las cuales el diálogo pierde toda eficacia. Todo entendimiento político exige que las partes estén dispuestas a conceder, en una relación que es siempre una relación de fuerzas, es decir, una relación de poder. No hay diálogo político en serio sin estas condiciones. Tampoco hay diálogo si las partes no saben muy bien lo que quieren.

Trasladando estos principios a la realidad de Venezuela está claro que las versiones inocentes o ingenuas del diálogo se han agotado. El régimen las agotó con sus trampas. Ahora se trata de saber si es posible encontrar un interlocutor con quien arribar a un acuerdo sobre bases claras: pacificación del país convocando a elecciones libres y sin proscripciones. Así de sencillo y así de difícil.

Sencillo, porque como Venezuela hoy es ingobernable no hay otra salida civilizada que no sean las elecciones. Con o sin Constituyente el régimen no está en condiciones de asegurar el orden y, mucho menos de superar la brutal crisis social y económica. Pero difícil, porque Maduro es un mesiánico que supone que su proyecto de poder está bendecido por Dios o por la historia y que las dificultades que se le presentan no provienen de sus errores y horrores sino de la conspiración de burgueses e imperialistas confabulados para imponer el mal.

Socialismo siglo XXI

A esta visión conspirativa de la política y el poder se le suman otros factores que no son ideológicos sino prácticos, groseramente prácticos. Me refiero a los negocios que estos caballeros hacen desde el poder; a la corrupción que practican y los enriquece como jeques árabes, una comparación -conviene advertir- no literaria sino realista, porque la denominada boliburguesía bolivariana se hizo multimillonaria gracias a los negocios petroleros. Las abiertas y manifiestas simpatías del régimen chavista con las dinastías y teocracias árabes no son casuales y, mucho menos, están inspiradas en abstractas nociones ideológicas.

El chavismo no es el socialismo del siglo XXI -tengo un concepto más elevado de la palabra socialismo- sino una versión lumpen, degradada y corrupta de lo que en el siglo veinte se presentó como un proyecto emancipador y cuyo modelo en América latina fue la revolución cubana. Venezuela es el lado oscuro, sórdido, viscoso de una revolución cubana que -a decir verdad- no ha resistido el paso del tiempo y el juicio de la historia.

La complicidad, los negocios comunes y las tareas criminales compartidas entre los servicios de inteligencia de Cuba y Venezuela, ponen en evidencia el verdadero rostro del socialismo del siglo XXI, un rostro que incluye los rasgos morbosos y esperpénticos de una revolución que se propuso retóricamente forjar un hombre nuevo y lo único que logró con el paso del tiempo fue afianzar los vicios y las pulsiones más viejas de los hombres: la dominación, el crimen y la vocación de someter, manipular y humillar.

Venezuela para los argentinos tiene un motivo especial de interés porque para un sector no desdeñable del peronismo y la mayoría de la izquierda, el régimen chavista es virtuoso, justo y humanitario. Más de cien muertos en los últimos cuatro meses y ni una voz, una frase, un gesto de los políticos kirchneristas y de las denominadas instituciones de derechos humanos criticando lo sucedido o manifestando alguna mínima solidaridad con las víctimas.

Se dice que, de todos modos, Argentina nunca iba a terminar como Venezuela porque para furia de los populistas nuestras reservas democráticas son, a pesar de todo, fuertes y saludables. No terminamos como Venezuela, pero hubo un régimen de poder, el kirchnerismo, que hizo lo posible y lo imposible para que seamos como ellos. Si esto no ocurrió no es porque Néstor o Cristina no lo hayan querido, sino porque no pudieron o no los dejaron.

De todos modos, no es poco lo que hicieron. Y no es poco lo que prometen hacer, porque hasta el día de hoy Venezuela sigue siendo un modelo a imitar. Opinar sobre Venezuela y el régimen de Maduro es opinar, entonces, no solo acerca de las desgracias que padece un país latinoamericano, sino sobre las desgracias que nos acechan si el chavismo-kirchnerismo lograra salirse con la suya en Argentina.

Venezuela es el lado oscuro, sórdido, viscoso de una revolución cubana que -a decir verdad- no ha resistido el paso del tiempo y el juicio de la historia.