Crónicas de la historia

Argentinos y la guerra civil española

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Combatientes republicanos en el Río Segre (cerca de Fraga), en el frente de Aragón, mientras se comunican con sus superiores el 7 de noviembre de 1938 durante la guerra civil española tomada por Robert Capa.

Foto: EFE

 

Rogelio Alaniz

Es notable el impacto que la guerra civil española tuvo en Argentina. Una comunidad española numerosa en estas tierras tal vez explique en parte esta realidad, pero lo cierto es que tanto en el plano político como cultural y social, la guerra civil con sus vicisitudes y dramas cotidianos estuvo presente en la Argentina a través de diarios, revista, folletos y una amplia y extendida actividad solidaria, al punto que Argentina fue considerado uno de los países que más recursos entregó a España.

La solidaridad incluyó, como no podía ser de otra manera, un debate interno áspero e intenso. Si bien mayoritariamente las adhesiones fueron a la causa republicana, también hubo adhesiones significativas a los denominados “Nacionales”. Respecto de la solidaridad republicana tampoco faltaron las disidencias internas entre comunistas, anarquistas y socialistas, aunque estas no adquirieron el grado de beligerancia que sí hubo en España.

No bien llegó a la Argentina la noticia del levantamiento armado de Franco contra la República, comenzó la movilización solidaria a través de centros y comités de ayuda creados en las principales ciudades del país. La movilización incluyó revistas, folletos y diarios. Aunque la manifestación más efectiva de solidaridad se expresó a través del envío de milicianos argentinos decididos a pelear con las armas en la mano a favor de la causa republicana. Se los conoció con el nombre de brigadistas, es decir, miembros de las Brigadas Internacionales, una iniciativa promovida apenas iniciada la guerra por la Comintern comunista con la aprobación de Moscú y el aporte organizativo de los comunistas franceses.

Las Brigadas Internacionales constituyen un capítulo especial de la guerra civil española porque llegaron a sumar más de sesenta mil hombres -las cifras no son coincidentes- provenientes de alrededor de cincuenta países. Argentina aportó unos setecientos u ochocientos militantes, en su mayoría hombres, pero también hubo mujeres, algunas de las cuales se destacaron en los frentes de guerra como por ejemplo, Mika Feldman de Etchebéhère, nacida en Moisés Ville y la única mujer en la guerra civil que dirigió un batallón de combate.

El principal reclutador de brigadistas en la Argentina -y en el mundo- fue el Partido Comunista. Pero no fue menor el aporte de anarquistas y socialistas. La inscripción, voluntaria, y las exigencias eran básicas: estar a favor de la república y ser antifascista. Entre los brigadistas hubo intelectuales, trabajadores, militantes políticos, mujeres y un número interesante de judíos, muchos de quienes luego, en España, se sumarán a la Unidad Botwin.

Brigadistas argentinos pelearon en Madrid y en las batallas de Albacete, Teruel, Brunete, Jarama, Guadalajara y, sobre todo, en el Ebro, donde la república quemó los últimos cartuchos ofensivos con la esperanza de dar vuelta una guerra que ya para 1938 parecía perdida.

También brigadistas argentinos desfilaron con sus compañeros de armas aquella jornada triste y gloriosa del 28 de octubre de 1938. Más de doscientas mil personas salieron a la calle para decirles adiós. En el palco estaban Lluis Companys, Manuel Azaña y Juan Negrín. Estos hombres y mujeres habían venido desde todos los rincones del mundo. Venían a pelear y a morir por una causa que identificaban con la causa de la humanidad. Creían muy en serio en una sociedad más libre y más justa. Y eran antifascistas convencidos. Muchos de sus amigos habían muerto en las trincheras y los frentes de batalla, a algunos le cerraron los ojos o le cavaron su tumba.

Pablo Neruda los recuerda en un poema: “...Entonces os he visto. Y mis ojos están ahora llenos de orgullo, porque os vi a través de la mañana de niebla llegar a la frente pura de Castilla. Silenciosos y firmes como campanas antes del alba. Llenos de solemnidad y de ojos azules venir de lejos y lejos. Venir de vuestros rincones, de vuestras patrias perdidas, de vuestros sueños, llenos de dulzura quemada y de fusiles a defender la ciudad española en que la libertad acorralada puedo caer y morir mordida por las bestias”.

Caballeros de la libertad

Esa tarde de octubre de 1938 los brigadistas regresaban a sus países como consecuencia de un dudoso acuerdo político exigido por la Sociedad de Naciones y el Comité de No Intervención. Muchos de ellos se despedían con lágrimas en los ojos. Ellos mismos, duros como eran, no podían evitar emocionarse.

Dolores Ibarrauri, la Pasionaria, los despidió con palabras que aun hoy emocionan. “Vinisteis a nosotros como hermanos nuestros y en los días más duros de nuestras guerra... Cuando los años pasen y las heridas de la guerra se vayan restañando, cuando el recuerdo de esos días dolorosos y sangrientos se esfumen en un presente de libertad, cuando los rencores se vayan atenuando y el orgullo de la patria libre sea igualmente sentido por todos los españoles, hablad a vuestros hijos, hablad de estos hombres, de estas mujeres de las brigadas internacionales... Podéis marchar orgullosos. Vosotros sois la historia. Vosotros sois leyenda... caballeros de la libertad del mundo. ¡Buen camino!”.

Entre los argentinos merecen destacarse los nombres de Juan José Real, dirigente comunista; Ramón Belanguer García que combatirá al lado de Buenaventura Durruti; Juan Gastón Gilly, Simón Tur, Alfredo Borello, Loy Klepach, Boris Mochkowsky, el tío Boris, que se desempeñó de oficial en el Quinto Regimiento y era conocido como “Ortiz”. Trabajadores algunos, intelectuales otros, antifascistas todos. Tampoco faltaban las ovejas negras de familias ricas, como es el caso de Carlos Kern Aleman, primo de Juan y Roberto Aleman.

Podemos discutir la ideología de estos hombres u objetar su identificación con Stalin o el comunismo. Lo que resulta difícil criticar es su capacidad de entrega, su pasión desbordada, la convicción de que estaban haciendo lo justo, lo que correspondía, la certeza de que para ser hombres plenos debían luchar para detener el fascismo en España y en el mundo.

La historia no se escribe de todos modos con un solo trazo y con tinta de un solo color. También están los pasajes oscuros, las líneas torcidas, los errores y las suciedades. No todos los brigadistas pensaban lo mismo y esas diferencias se hicieron presentes de la peor manera en los campos de batalla, sobre todo en Barcelona, como muy bien lo escribe George Orwell.

Junto con los ideales y el coraje convivía el sectarismo, el dogmatismo criminal, los operativos inescrupulosos. No todos los brigadistas murieron por las balas de Franco. Lamentablemente. No pocos cayeron ejecutados por los comisarios políticos del comunismo. Victorio Codovilla, el burócrata del PC argentino se jactó de realizar el trabajo sucio acatando las órdenes de Moscú. No fue el único y a decir verdad no solo los comunistas cometían tropelías en el bando republicano. Anarquistas y troskistas no se quedaban atrás, nada más que su influencia política y militar era menor. Hay que decir también que no todos los brigadistas eran muchachos puros e idealistas. También hubo aventureros irresponsables y cultores del heroísmo y la muerte. A modo de conclusión parcial, no es desacertado postular, entre otras cosas, que la República perdió la guerra civil por los errores y torpezas cometidas por quienes defendían la República aunque de republicanos tenían poco y nada.

Entonces, ¿hay que reivindicar o condenar a estos brigadistas? Lo siento por mí y por todos si la realidad es más complicada de lo que nos gustaría. Supongo que más que juzgar hay que tratar de entender el clima de época, las ideas e imaginarios presentes y las opciones políticas disponibles. En tiempo presente y en situaciones dramáticas es probable que a la hora de elegir no haya mucho margen para la duda, pero a la hora de indagar el pasado se impone la reflexión y todas las dudas son válidas.

Estoy convencido que los hombres que marcharon a España lo hicieron movilizados por lo que creían eran los mejores ideales de su tiempo. Que a la hora del balance histórico esos ideales no hayan sido ni tan puros ni tan justos como se creía, no impide reconocer lo que allí hubo de valioso para la condición humana y también lo que hubo de injusto e indigno. (Continuará)