ENTREVISTA CON CORINA RODRÍGUEZ ENRIQUEZ

La desigual distribución de tareas del hogar en el debate

Una barrera para la participación económica y, en consecuencia, para la autonomía. Una economista repasa las políticas públicas necesarias para revertir un panorama que, con matices, se repite en toda América Latina: espacios de cuidado y cambios culturales.

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“En promedio, las mujeres tenemos un nivel educativo más elevado que los hombres. Entonces, en algún sentido la sociedad invierte en las mujeres, pero subutiliza su fuerza de trabajo”, advierte la economista.

Foto: Guillermo Di Salvatore.

 

Nancy Balza

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El impacto de las tareas de cuidado del hogar y de otras personas, que en forma mayoritaria recaen sobre las mujeres -aquí y, en general, en América Latina-, es tema de estudio en cátedras y de debate en distintos espacios de reflexión. En nuestra ciudad se desarrolló ayer una charla denominada “Tareas del hogar: un trabajo sin sueldo pero con valor”, a cargo de la licenciada en Economía y docente de la UBA, Corina Rodríguez Enriquez, junto con la periodista Victoria Rodríguez. Fue en la sede de Festram, organizada por Mujeres al Frente, del Frente Progresista, Cívico y Social.

En diálogo con El Litoral, Rodríguez Enriquez evaluó que “lo que hace falta para transformar aquello que se define como injusta organización social del cuidado es la política”. Y explicará cuáles son algunas líneas posibles de acción.

—En nuestro país, ¿es reciente la visibilización del impacto que tiene la injusta distribución de las tareas de cuidado?

—En la Argentina, el tema lleva insinuándose algunos años a partir de que hay información y cierta sistematización. Lo atractivo es que se está imponiendo como debate de política pública. Hubo una concurrencia de una situación que se hace insostenible por este carácter injusto de la organización social del cuidado y ciertos sectores que hemos tomado el tema con interés y contribuimos a sistematizar evidencia que da cuenta de que esto es un problema para las mujeres y para la sociedad.

—Esos sectores que comenzaron a tomar el tema para su estudio, ¿son grupos académicos o pertenecen al Estado?

—El debate viene por el sector académico, organizaciones de la sociedad civil y grupos de mujeres que hemos trabajado tratando de incidir en el ámbito político. Y dentro de ese ámbito, se ha tomado más en la gestión parlamentaria que en la ejecutiva. Hoy se habla de cuidados y no se pregunta qué es eso.

—¿Por qué es un problema para la mujer y también para la sociedad?

—Es un problema para las mujeres porque con nuestro trabajo de cuidado no remunerado asumimos una mayor responsabilidad. Esto ya es injusto, pero además esta distribución desigual se transforma para las mujeres en una barrera a la participación en otras dimensiones de la vida: política, económica, educativa y para tener tiempo de autocuidado. Pero, fundamentalmente, es una barrera a la participación económica y eso limita la autonomía. La brecha se ve en el mercado laboral, donde las mujeres nos fuimos incorporando sistemáticamente, pero tenemos una tasa de actividad menor que los hombres y lo hacemos en situación de desventaja: nos ocupamos en empleos de menos tiempo, menores salarios y en peores condiciones. Una de las claves es la limitación de la autonomía económica de las mujeres con todo lo que conlleva. Pero, además, argumentamos que es un problema para la sociedad que se está perdiendo esta fuerza de trabajo subutilizada de las mujeres. Esto se vuelve más grave porque, en promedio, las mujeres tenemos un nivel educativo más elevado que los hombres. Entonces, en algún sentido la sociedad invierte en las mujeres, pero no hace uso de esa inversión porque subutiliza su fuerza de trabajo.

—Éste es un problema en toda Latinoamérica.

—Claramente, esto que menciono es transversal a toda Latinoamérica aunque con peculiaridades. Argentina es un país muy urbano pero en los países que tienen mayor población rural el tema ya no es sólo el trabajo doméstico o de cuidado sino también por la subsistencia.

—¿Cuáles podrían ser las alternativas para revertir este panorama?

—Primero, visibilizar el problema; en eso estamos y hemos avanzado. Y luego, las claves, las políticas públicas en tres dimensiones. La primera tiene que ver con regular las cuestiones vinculadas con el cuidado en el marco de las relaciones laborales en cuanto a licencia maternales, paternales y extensión de los períodos de licencia a la población ocupada informal; además, regular la provisión de espacios de cuidado por parte de las empresas. En este sentido, la ley de Contrato de Trabajo establece en un artículo que una empresa con más de 49 mujeres trabajadores tiene que proveer servicios de cuidado; el artículo no está reglamentado por lo que en la práctica no impera.

Otra dimensión de políticas públicas imprescindibles consiste en servicios estatales de cuidado para niños y niñas, personas mayores y con discapacidad y esto va desde aumentar la cobertura en educación inicial hasta proveer residencias para personas mayores o programas de servicios de cuidados domiciliarios. Esto es clave porque la injusta organización social del cuidado es una forma de producción de desigualdad: este concepto de que las mujeres destinamos al cuidado más tiempo que los hombres no es igual para todas: algunas tenemos menos carga de familia y, si la tenemos, contamos con más recursos para derivar esa tarea de alguna forma. Pero hay muchas mujeres que no tienen esos recursos. Para desarmar esa lógica, hacen falta servicios públicos de cuidado, accesibles, adaptados a las necesidades diversas de la familia y que brinden un principio de universalidad en su cobertura y calidad.

La tercera dimensión donde hacen falta políticas públicas es en el ámbito de las relaciones culturales. La redistribución sólo va a hacer posible cuando los estereotipos se transformen.

—¿Dónde deben producirse esas transformaciones?

—En educación, habrá que revisar o incorporar contenidos que tengan que ver con formar a niños y niñas en la idea de que el cuidado es algo que todos y todas podemos hacer y que está bueno que un nene en un jardín de infantes juegue con el cochecito y la cocinita. Además, hace falta cierta regulación en los contenidos de los medios de comunicación y las publicidades que son herramientas eficientes de reproducción de esterotipos y pueden serlo en su transformación, todo eso sin violar la libertad de expresión. Y luego con las tradiciones, la religión y la práctica cotidiana, es decir, lo que tenemos que hacer en nuestra casa. Tenemos que revisar nuestras propias conductas porque inevitablemente hemos sido criadas y socializadas en esta cultura y somos reproductoras de estos estereotipos.

“Algunos hombres se están cuestionando la manera en que ellos mismos fueron socializados, e intentan vivir relaciones más paritarias”.

PERFIL

Corina Rodríguez Enriquez es Lic. en Economía (Universidad de Buenos Aires), Master of Arts in Public Policy and Administration (Institute of Social Studies, Países Bajos), Dra. en Ciencias Sociales (Flacso, sede Argentina), investigadora adjunta del Conicet, y docente de Economía y Género en la UBA.