Espacio para el psicoanálisis

El “Don Juan”, fantasía femenina

Por Luciano Lutereau (*)

Don Juan, es decir, aquel que sería capaz de ver la singularidad de cada mujer; o, dicho de otro modo, ese hombre que podría apreciar a cada mujer como única, para el cual sólo existirían las mujeres y nunca buscaría en una los rastros de otra. Este hombre no existe. Y, según Jacques Lacan, habría que entreverlo como una fantasía femenina: la mujer imagina que podría haber un hombre que no estuviese atravesado por la castración.

Sería un hombre, entonces, al que nada le faltaría... como a la mujer. He aquí por qué Lacan dice que se trata de una fantasía femenina, aunque sería más correcto decir que se trata de una fantasía neurótica que imagina en el hombre un goce simétrico al de la mujer.

La función del donjuanismo no nombra lo que habitualmente llamamos un “Don Juan” (el mujeriego), sino una condición estructural: “La huella sensible de lo que les planteo acerca de Don Juan es que la compleja relación del hombre con su objeto está borrada para él, pero a costa de aceptar su impostura radical. El prestigio de Don Juan está ligado a la aceptación de dicha impostura” (Lacan, 1962-63, 209).

Dado que para él está borrada la relación con el objeto, por lo tanto, Don Juan no es un hombre deseante. De este modo, cumple asimismo (como toda fantasía) una función defensiva: “Hay que decirlo, no es un personaje angustiante para la mujer. Cuando sucede que una mujer siente que es verdaderamente el objeto en el centro de un deseo, pues bien, créanme, de esto es de lo que en verdad huye” (Lacan, 1962-63, 210). En definitiva, el fantasma de Don Juan es una forma de defensa contra el interés (y el deseo) que un hombre podría manifestar por una mujer.

Una deriva de este ponerse a resguardo se da a través de la idealización del hombre, al cual se le supone que podría tener a todas las mujeres, como un modo de indeterminar el carácter singular del deseo. Otra deriva podría estar en un fantasma de celos y, en este caso sí, en la suposición de que el hombre es un mujeriego, como una manera de salir del “centro”.

Ambos aspectos podrían resumirse en la idea de que la habitual acusación de donjuanismo que las mujeres reprochan a los hombres aúna un componente celotípico tanto como cierta idealización.

Por esta vía, es curioso advertir que la atribución de un más allá de la castración termina siendo un modo de rechazar una condición deseante; o bien, es un modo de volver a notar que, en psicoanálisis, la castración es constitutiva del deseo.

(*) Doctor en Filosofía (UBA) y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante”, “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina” y “Edipo y violencia. Por qué los hombres odian a las mujeres”.