Tribuna de opinión

La reforma laboral y el futuro de los argentinos

por Néstor Vittori

La Argentina, a través de la propuesta de reforma laboral que presentó el gobierno del presidente Macri, ingresa a un debate que será determinante para su modernización económica y su proyección de crecimiento, acorde con los desafíos de la revolución tecnológica y la competitividad externa de nuestras producciones agroindustriales e industriales, así como toda la gama de servicios.

Se corresponde con una visión dinámica de la mayoría de las actividades, cuya estructura formal convencional se encuentra hoy día superada por la realidad de una evolución que ha hecho en la práctica que numerosas actividades convencionadas incumplan sus normativas, o impidan el desenvolvimiento tecnológicamente moderno, generando ineficiencia, costos no competitivos, que afectan severamente la sustentabilidad de las empresas y por lo tanto de los empleos.

Se esgrime, como oposición a cualquier reforma de las normativas laborales, que las mismas tienden a precarizar el empleo, sin entender que la peor manera de hacerlo es la no sustentabilidad de las empresas por ineficiencia tecnológica, falta de rentabilidad y de inversión, factores éstos que son las únicas garantías -para más de una adecuada gestión gerencial- que tienen los trabajadores para asegurar la continuidad de sus fuentes de trabajo.

La estática normativa vigente no contempla los cambios producidos en casi todas las actividades, que avanzan en el achicamiento de sus costes marginales, en muchos casos cercanos a cero, que obligan a exprimir la eficiencia, para sacarle “jugo a las piedras”, y donde cualquier sobrecosto respecto del arco competitivo deja a las empresas fuera del juego.

Son muchas las empresas argentinas que se encuentran en ese trance, y esto lo observamos a diario a través de las noticias periodísticas. Algunas no tendrán salvación. Unas como consecuencia de la obsolescencia de su oferta productiva, algunas por la antigüedad de sus procesos tecnológicos, otras por la sustitución de sus funciones y varias por no adecuarse a la dinámica del cambio.

A diario observamos el impacto de las nuevas prácticas sobre las viejas estructuras de organización empresarial y laboral cuando vemos los mecanismos canalizados por Internet. Un claro ejemplo es el de Uber, que compite y sustituye a la antigua oferta de los taxímetros; o el del comercio electrónico que jaquea a los centros comerciales y a los negocios tradicionales a través de la venta on-line, con una oferta de los mismos productos a precios más bajos; o el correo electrónico, que reemplaza al correo tradicional y elimina su costo; o la banca electrónica, que sustituye los movimientos físicos del dinero y los usuarios, disminuyendo o eliminando la atención al público; o los peajes electrónicos que eliminan o disminuyen el cobro en efectivo, con la consiguiente reducción del costo de cajeros manuales.

Todo ello a modo de ejemplo, entre otras muchas opciones presentes y futuras que tendrán una particular gravitación en la industria, que ya por estos días en el mundo ofrece ejemplos de fábricas totalmente automatizadas, como es el caso de las modernas plantas automotrices, que eliminan la dependencia respecto de los obreros industriales y donde muchas actividades otrora humanas, son reemplazadas por robots que sustituyen sus tareas.

El horizonte del trabajo humano, sin duda, se desplaza hacia las actividades de servicios y adquiere una dinámica de cambio permanente que va a requerir una gran flexibilidad en su organización y, al mismo tiempo, la creación de nuevas estructuras solidarias que, sin interferir en la organización de las empresas, ayuden a no dejar a la intemperie a los trabajadores que pierdan su trabajo, o lo que es peor aún, no tengan las capacidades para encontrarlo en actividades que puedan ofrecerlo, pero que requieran cierta especialización.

El desafío para la Argentina es doble. Por un lado, porque viene de muchos años de un sistema estructuralmente muy conservador y rígido. Por el otro, ese sistema que fue sostenible en un esquema de aislamiento, hoy va de contramano con la globalización, estando gran parte de nuestro aparato productivo tecnológicamente atrasado. Si queremos ser internacionalmente competitivos, debemos modernizarlo y no caer en la trampa de querer “vivir con lo nuestro”, que ha sido el dogma que ha llevado a la Argentina al estancamiento.

Un párrafo aparte lo merecen actividades que, utilizando a las relaciones laborales como materia prima, han desarrollado superestructuras para su aprovechamiento, como lo son las prestaciones jurídico-laborales, las médico asistenciales, las turísticas, entre otras, que configuran un costo adicional al verdadero costo laboral, desarrollando fenómenos con lógica propia.

Los abogados laboralistas han construido una verdadera industria del juicio, cuyos beneficios conspiran contra la productividad y competitividad de las empresas, quedándose con la parte del león en la mayoría de los juicios, compartidos en buena medida con las cúpulas sindicales que terminan siendo sus socios y brindándoles migajas a los asalariados actores de los reclamos.

Es vital para la salud económica de la Nación encontrar remedio a estos excesos, que en la consideración inversora que tanto necesitamos, nos colocan fuera del mundo, por resultar vicios incomparables, imposibles de medir a la hora de estimar la posible tasa de retorno de las inversiones que necesitamos.

El mundo inversor necesita reglas claras, con resultados comparables con el desempeño de las inversiones en otras jurisdicciones, donde la estabilidad ordena los cálculos, más allá de los avatares propios de cada negocio.

La perspectiva gradual planteada por el gobierno nacional en la proyección de los cambios, quizá resulte superada por la velocidad con que éstos se registran en el momento actual, donde el big data, la nube, la Internet de las cosas, la robótica y la inteligencia artificial, no son promesas de un futuro de ciencia ficción, sino realidades que se incorporan todos los días.

Cada día que pasa en la resistencia al cambio, es un día de atraso en el abordaje del futuro y una nueva postergación para el universo de los que menos tienen.