A PROPÓSITO DEL NUEVO LIBRO DE A. CAMACHO GÓMEZ

Observar y pensar el “ancho mundo” y el “bípedo implume”

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Imagen de la portada del último libro del autor. Antonio Camacho Gómez, entre otras tantas actividades, es columnista de El Litoral. Foto: ARCHIVO.

Por Estanislao Giménez Corte

@EstanislaoGC

I

En “La espantosa banalidad del mal. Más allá del periodismo. 1980-2017” (Editorial Dunken, Buenos Aires), Antonio Camacho Gómez -periodista, escritor, conferencista, crítico de arte, actor, poeta y etcéteras varios- propone al lector una selección de artículos publicados a lo largo de su extensa trayectoria. El corte temporal aludido en el título funciona como una indicación posible de aquella elección pero, asimismo, explica sus muchos otros trabajos, desperdigados en las labores más diversas. En las Palabras Liminares, Camacho incorpora una necesaria revisión inicial, una reflexión debida -una deuda contraída- al interior mismo del concepto de periodismo. Lo llama, a secas, un “quehacer incalificable”; y se pregunta, ¿éste es oficio, arte, juego, negocio? De aquí surgen, por decantación, otros interrogantes posibles: ¿qué cosa es el periodismo?, ¿cómo se lo puede definir?, ¿cómo se lo ejerce? Asistimos, así, a preguntas en ebullición desde tiempos inmemoriales, a una intención intelectual que puede “rodear” un concepto o aproximarse a él, pero sólo eso, como quien ausculta una sombra en la distancia y, sin certeza alguna, se aventura a decir algo sobre ella. Puede decirse, con todo, que algo similar ocurre con otras categorías conceptuales que rechazan, por los motivos que fuesen, ser reducidos o encorsetados a “una” definición avalada por un colectivo. El periodismo, en particular en el caso que nos ocupa, puede pensarse como una materia a ser moldeada por cada uno de sus ejecutantes o, como diría un pensador ruso: “Allí donde hay un estilo hay un género”.

En el caso particular que referimos, la prosa del autor toma la forma de una ensayística breve, punzante y dinámica, que aborda materiales y objetos diversos, y que los pone sobre la página a partir de una especulación de tipo intelectual (protofilosófica, cuasisociológica); una prosa a todas luces no academicista; sin pretensiones eruditas, de lectura ágil y amable, que parten de la óptica de un observador (ocasional) de las cosas y del mundo. Son visiones o percepciones del lector, del escucha, del televidente, del sujeto que escudriña el devenir de las noticias y de los acontecimientos, pero consideradas como un preludio o introito a ser intervenido y cuestionado, como una indignación posible, como un señalamiento o una queja (a lo que vemos): es la aparición de una mente que observa a su alrededor las cosas del devenir pero que busca in situ casos, ejemplos, lecturas, autores con los que contraponer esos asuntos. El autor “lleva” los objetos que observa a su propio universo de pensamiento y de formación cultural, como un modo de sopesar o calibrar lo observado con sus sentidos. Ese arrastre, esa fuerza física o motriz en tensión, es un ejercicio habitual en los escritores y en los intelectuales. El aludido movimiento le da por lo general la inscripción de una problemática en una formación específica, en donde lo observado “colisiona” con las manifestaciones de un yo inquieto y curioso. Hay, trabajando en Camacho, una memoria emotiva e intelectual que “incorpora” lo recién visto a lo que el autor trae en la mochila de su vida desde siempre. Allí se evidencia el lento e irremplazable ejercicio de la lectura. Así, lo que vemos como mera noticia, episodio o cuestión, se completa, se abisma, se ramifica y toma otro color en la interpretación que se hace de las cosas del mundo, a partir de una experiencia y una praxis personal, como si el paño de lo real que circula por los medios fuese arrastrado hasta la voz de un autor que “pone” ese episodio en el concierto de sus saberes construidos previamente. Es precisamente el modo en que trabaja un periodista, o mejor, un ensayista.

II

Los ensayos de Camacho Gómez se leen a partir de una sólida construcción que no admite ambages: los caracterizan una prosa clara y precisa que respeta la energía del lenguaje -sometiéndola a un orden- que indica sin dudas una formación, una preocupación y una ocupación por la cadencia de la cosa escrita. Se perciben un ritmo y una síntesis que se plasma en la claridad expositiva y en la tensión información-opinión. En casi todos los textos, además, el autor busca ejemplificar sus hipótesis de trabajo a partir de analogías, comparaciones, ejemplos, casos, citas, metáforas de su propia cosecha; quiero decir, de sus lecturas que se incorporan para pensar algo desde una óptica novedosa. Camacho dice: “Esto ha sucedido, esto he leído: esto surge de esa ecuación”. El autor trabaja a partir de fragmentos o extractos de lo real: los tamiza, los analiza, los disecciona. Escoge una pequeña pieza de entre la “opulencia comunicacional” o la semiosis ilimitada y penetra en sus entrañas. Una reseña reiterada, uno de los temas que por multiplicado no deja de ser interesante, es el modo de pensar en el “mal” (las guerras, migraciones, hambrunas), tomando la categoría de Arendt.

Desfilan en sus textos, como pequeñas referencias, citas o comentarios, los nombres de Dante, Sartre, Ciro Alegría, Malraux, San Pablo, Pérez Reverte, Martin Amis, Víctor Hugo, Huxley, Tomás Moro, Shakespeare, Faulkner, Oscar Wilde, Víctor Hugo, Salman Rushdie, García Lorca, la Biblia, Freud, Kipling, Judas, Francisco, Camilo José Cela, Ortega, Borges, Erasmo, Picasso, Einstein, Antonio Machado, Luis de León, Unamuno, Kafka, Rilke, Giovanni Papini y tantos más.

III

La búsqueda de referencias históricas para aludir a cuestiones del presente; las literarias para referir a episodios cotidianos, como quien amplía el marco y el contexto de la pequeñez de lo mundano para inscribirlo en el amplio y vasto campo del saber de todos los tiempos, caracterizan este libro. Ese ejercicio, de más está decirlo, no puede ser ejecutado por cualquiera. La inclusión de un pequeño fragmento de lo cotidiano para “volver a pensarlo”, a la luz de una nueva perspectiva, requiere de una lenta y progresiva tarea, que no proviene sino de una paciente militancia lectora. Camacho no pretende elaborar teorías ni novedosas hipótesis: comenta casos conocidos y resonantes a los cuales, ocasionalmente, dota de una nueva luz: añade una pizca que modifica lo dicho, un detalle que conmueve, una frase que ilustra, un adjetivo que califica. Observa, desde más cerca o desde más lejos, los episodios de la vida posmoderna, “líquida”, “post industrial”. A veces, se evidencian tópicos reiterados: la cuestión de la ancianidad y de la tercera edad, la preocupación y ocupación por las mujeres y las madres a partir de una suerte de perspectiva de género no radicalizada, la presencia de la ciencia y la religión, que permea todo el volumen (aquello del “libro de libros”, de que todo viene de las escrituras), los modos de soportar el Taedium vitae, la muerte, la política, la televisión semi-analfabeta, la familia. Como en un panóptico de lecturas propias y hasta antojadizas, el autor se apoya en distintas citas de autoridad y dota, desde la tensión tema-tesis, un desarrollo particular a cada texto. Son ensayos en los que, como se alude en una de las citas, “no ha pretendido nunca una absurda consecuencia doctrinal y sí tan sólo una continuidad en el desarrollo de su pensamiento”. Las enumeraciones y los ejemplos pueden ser vistos, asimismo, como modos de utilizar los recursos de la lengua a los fines de presentar un problema y abordarlo; a ello se suman los casos y los autores, en una suerte de ofrecida inteligencia y en una invitación a la especulación intelectual y al pensamiento. Con todo, el epicentro de sus tribulaciones es la referida al “bípedo implume”: el hombre. Más aún, podemos recordar la famosa sentencia: “Hombre soy; nada humano me es ajeno” (1). Sobrevuela el libro una máxima no escrita que referiría a la conducta cuasi obsesiva de escribir y escribir sobre cualquier tema en el que se detenga nuestra emoción y nuestra percepción, cuyo origen puede adjudicarse a Montaigne. Persistentemente, el autor se hace eco, en boca del Manco de Lepanto, de esta frase para el mármol: “Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, gran señor, ésta te escribo”.

(1) Esta frase fue escrita por Publio Terencio Africano, en su obra “El enemigo de sí mismo”, del año 165 a.C. (www.wikipedia.org).