Cuna del cristianismo

Belén, el principio

Belén, el principio

El Pesebre Real de la Reggia de Caserta (sur de Italia), el último gran Belén realizado durante la dominación de los Borbones españoles en los Reinos de Nápoles y Sicilia, luce su “libre y fantasiosa” versión de los Evangelios.

Foto: Archivo - EFE

Por Antonio Camacho Gómez

Todos los cristianos, y muchos que no lo son, han oído hablar de Belén, la tierra natal de Jesucristo. Para los primeros el lugar geográfico en donde se produjo el hecho más importante en la historia humana. Pero, ¿qué saben unos y otros, en profundidad, de aquel medio y de su significación en la etapa antigua que marcó para siempre el feliz advenimiento? Contestar, sin abrumar, este interrogante es lo que pretende, en coincidencia con el tiempo de alborozo navideño, la presente nota.

El nombre primitivo de Belén, como se lo conoce ordinariamente, o Bethlehem, fue Beth-Lahamu o “casa de Lahamu”, divinidad de Babilonia que veneraban los cananeos de la región y que al ser reemplazados por los hebreos se interpretó con el sentido de beth-lehem (casa del pan). También se lo denominó Efrata tras el asentamiento citado en Palestina, y mucho antes de la venida de Jesús, en el siglo octavo, un profeta, Miqueas, la había considerado “pequeña” entre las reparticiones de la tribu de Judá.

Con una población ciertamente mísera, compuesta en su mayor parte por pastores y campesinos pobres, calculada en unas mil personas, constituía un lugar estratégicamente ubicado para las caravanas que desde Jerusalén viajaban a Egipto; las cuales contaban con un albergue llamado de Camaam, porque fue construido por éste, al que se supone hijo de un amigo de David (II Samuel, 19, 37 y siguientes). Estas caravanas recorrían el camino que unía a Nazaret con Belén -actualmente unidas por una carretera de aproximadamente ciento cincuenta kilómetros-, en tres o cuatro días; aunque en los días del censo, cuando María, embarazada de nueve meses, y José, obligado por la ley a cumplir con el registro, se desplazaron penosamente hacia el pueblecillo y tardaron más de lo debido en arribar a destino en virtud del incremento de transeúntes. Conviene no pasar adelante sin señalar que las vías de comunicación no habían sido todavía trazadas y atendidas por los romanos, expertos en tal menester, por lo que la circulación era a veces dificultosa para camellos y asnos, entre los cuales reposaban los viajeros durante la noche.

El ya citado albergue de las caravanas, que Lucas llama hospedería y puede inducir a pensar en alguna fonda modesta de un pueblo de nuestro tiempo, no era más que un recinto sin techo, con muros elevados que constaban de una sola puerta. En su interior, junto a uno o más muros existía un cobertizo con paredes en algunos lugares y varias estancias contiguas, reservadas a los que podían pagar el lujo de tal comodidad. El resto era un promiscuo cohabitar de bestias y viajeros presididos por el hedor y la suciedad, sin un ámbito privado para nacer, morir y efectuar necesidades primarias.

Cuando la santa familia arriba a Belén, repleto de forasteros, no encuentra un alojamiento con la reserva imprescindible para la condición de la Virgen. Por eso dice el evangelista referido que no había lugar para ellos en la hospedería, como tampoco en las humildes viviendas de un solo aposento en planta baja en las que a veces se acogía al visitante en situación similar a la imperante en el albergue. Por tal causa los esposos decidieron buscar la soledad y el recato de un establo un tanto apartado de Belén, similar a las cavernas excavadas en montículos cercanos al poblado.

Se ha dicho que la pobreza y la pureza constituyeron el motivo histórico de que Jesucristo naciera en un establo. Porque, por un lado, su padre legal no tenía recursos para alquilar un lugar separado en competencia con numerosos interesados, y porque su madre natural quiso rodear su alumbramiento de reverente reserva.

La cuna del cristianismo fue todo lo humilde que quiso su fundador para señalar una senda de elevación espiritual que enaltece no sólo al creyente, sino a cuantos, sin apego confesional, pretenden, de manera ejemplar, exaltar los valores humanos.

Con una población ciertamente mísera, compuesta en su mayor parte por pastores y campesinos pobres, calculada en unas mil personas, constituía un lugar estratégicamente ubicado para las caravanas que desde Jerusalén viajaban a Egipto.

No había lugar para ellos en la hospedería, como tampoco en las humildes viviendas de un solo aposento en planta baja (...). Por tal causa los esposos decidieron buscar la soledad y el recato de un establo un tanto apartado de Belén, similar a las cavernas excavadas en montículos cercanos al poblado.