“La extraordinaria vida de Jorge Valente” en La 3068

Cuando la tristeza construye felicidad

Cuando la tristeza construye felicidad

La pieza es difícil de poner en escena, pero la tensión no decae en ningún momento. Obtiene del elenco el mejor resultado.

Foto: Gentileza producción

 

Roberto Schneider

Algunas certezas tiene la vida de Jorge Valente. Al menos la que surge con nitidez es la que sostiene que el día que cumple 59 años va a morir. Joven. Muy joven. Su destino está marcado. Nuestro protagonista es, nadie puede dudarlo, un hombre joven. Tiene redes sociales y en su Facebook dice que nació el 2 de junio -precisamente el día del estreno de “La extraordinaria vida de Jorge Valente” en La 3068- y que le gustan mucho las canciones de Sandro, The Beatles y Charles Aznavour, que por supuesto están incluidas en la banda de sonido. Y Valente es un permanente pensador: “El oficio del actor es recordar. Un hombre sabio dijo: ‘No recordamos, reescribimos la memoria como se reescribe la historia’”. Valente es también muy inteligente.

El número tres (3) tiene una fuerte simbología: tres son las fuerzas de la materia: acción, reacción e inercia; tres son los hijos de Adán: Caín, Abel y Set; tres son los raciocinios: deductivo, intuitivo e inductivo. Tenemos también la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y más, mucho más. Para el autor, Javier Bonatti, el tres es de algún modo un número de perfección: Jorge Valente se multiplica por tres. Con una coherencia sumamente significativa, que sólo el espectador puede descifrar. Los tres conviven en la escena, con lo que el planteo es también una suerte de subgénero del teatro contemporáneo.

En el texto, existen muchas posibles vueltas de tuerca y Bonatti tiene domino certero en el arte de enhebrar situaciones. Las que plantea se encajan una dentro de la otra, para construir una historia que le posibilita escribir la autobiografía de Valente -tal vez su alter ego- “y se dio cuenta de que el papel no le alcanzaba, que debía ser corpórea”. Por suerte. Sobre ese cañamazo teje (o borda, mejor dicho) el dramaturgo un texto riquísimo y también admirable, por sobre todo profundo. “Para acordarse de la sed, hay que tener sed. Para acordarse del amor, hay que estar solo. Para acordarse de vivir, hay que actuar. Éste es el final. La garganta se contrae. Lo no dicho será el material latente para una nueva obra. Ya está, no alcanzó. No me alcanza. Para acordarse de la muerte, hay que morir”, dice uno de los Jorge.

Así, las revelaciones conducen al espectador de sorpresa en sorpresa hasta un desenlace eficaz que por supuesto no revelaremos. El diálogo filoso, brillante, devela asimismo la sombra persistente de una bella mujer, corporizada en varias mujeres, a la (las) que los tres Valente habrían amado.

¿Fueron amados por ella de la misma manera? ¿Hubo una distinta para cada uno? Y la pregunta fundamental: ¿a quién amamos realmente cuando creemos amar a alguien? Porque... “¿a quién le importa lo que sentimos? Hay vidas que pasan y ya... Sin marca. Lo triste es andar buscando... buscando como un idiota toda la vida... eso. Dejar algo, una huella, un sentimiento profundo en el otro o en otros...”.

El mismo Jorge Bonatti pone al servicio de su obra lo mejor para estructurar un montaje escénico con mucho de cinematográfico (su otra gran pasión). Tiene mucho sentido musical del ritmo. La pieza es difícil de poner en escena, pero la tensión no decae en ningún momento. Obtiene del elenco el mejor resultado: Sergio Abbate, Camilo Céspedes y Lautaro Ruatta componen cada uno de los Jorge Valente de la mejor manera: con absoluta entrega y precisión; con dicciones claras y emotividades no disimuladas. Sofía Kreig ofrece el mejor trabajo de su carrera. La actriz entiende que debe interpretar muchos personajes y entrega a cada uno de ellos la necesaria particularidad. Lo más importante es destacar que absolutamente todos se entregan al juego propuesto por el autor y director, para obtener los mejores resultados.

Es preciosista y funcional la escenografía de Ana de la Puente y suma aciertos el vestuario de Fernanda Gonzálvez. La iluminación de Pablo Martínez crea los climas necesarios para tanta vertiginosidad y son precisos los artefactos creados por el mismo Martínez. En síntesis: una extraordinaria puesta en escena de un teatro construido por jóvenes que seguramente disfrutarán los jóvenes pero al que los mayores pueden entregarse para disfrutar de una vida extraordinaria, la de Jorge Valente, que se puede parecer a cualquier otra si pensamos en el dolor de seguir siendo. Ahí hay tristeza. Disfrutemos entonces la alegría de jóvenes que trabajan para construir momentos de felicidad.