En recuerdo de Raquel Diez Rodríguez de Albornoz

¿Estamos todos “fastidiosos” porque “lastimosamente” perdimos?

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Raquel Diez Rodríguez de Albornoz presentando su libro “Oral y Escrito”.

Foto: Amancio Alem

Por Edgardo Ignacio Saux

Durante nada menos que veinte años -entre 1980 y 2000- Raquel Diez Rodríguez de Albornoz publicó, en este mismo diario, una columna titulada “Oral y Escrito”. Según sus propias palabras, en ella “tomaba instantáneas del lenguaje periodístico a través del cual nos llegaron los acontecimientos locales y nacionales que fueron pautando nuestra historia”.

Personalmente, no estoy legitimado a nivel técnico más que para rendir un modesto y afectuoso homenaje a su memoria. Pero imagino que si viviera, algo diría hoy -nuevamente- sobre el tema.

Es un dato de la realidad que el lenguaje coloquial, por múltiples razones (entre las cuales no es ajena la imitación de neologismos gestados por progenitores de muy dudosa estirpe), abona términos, expresiones o frases cuyo empleo pareciera reproducirse en progresión geométrica en la medida en que es adoptado por “referentes” de los medios de comunicación (conductores de programas televisivos, periodistas deportivos, personajes de la farándula).

Y obviamente los mismos (“les” mismos, debiéramos decir si adoptáramos la peculiar pero insólita propuesta que enancada en el loable designio de la igualdad de género, comprendería en el caso “los” términos y “las” expresiones) nada tienen que ver con las pautas del lenguaje castellano que conforme a la Real Academia Española de la Lengua resultan aplicables al significado que se les quiere dar.

No digo con esto que debiéramos hablar y escribir como Miguel de Cervantes. Pero sí, al menos, ser conscientes de que el lenguaje no es una moda, como la ropa o la música, y que como todo producto cultural es maleable, pero no a nuestra pura y soberana voluntad.

Acepto -y hasta disfruto-, por ejemplo, el lunfardo. Pero no la ignorancia supina del significado idiomático, o la tilinguería en su empleo.

Dejo deliberadamente al margen la tendencia al uso casi patológico de los anglicismos, que parecieran relegar el significado de lo que queremos expresar en idioma castellano a un dialecto meramente regional o primitivo. Me pregunto (y me contesto, porque lo he tratado de indagar personalmente al viajar): ¿los angloparlantes usan palabras en castellano para darle mayor prestancia a su significado? Jamás. ¿O será que suponemos que la lengua de Cervantes es inferior a la de Shakespeare?

Pero eso, diría Santo Biasatti, “es otro tema”.

Las “novedades” lingüísticas son numerosas.

En el ámbito educativo, por ejemplo, ya hace tiempo que cuando se alude a que alguien recurrió a un medio de consulta clandestino en una prueba, se dice que “se copió” (en los tiempos en los que yo era estudiante, decíamos “copió”). ¿”Se” copió? ¿Alguien puede copiarse a sí mismo?. Admitamos que si preparé un “machete”, podría asumir que copio de lo escrito antes por mí mismo. Pero la expresión “se copió” se emplea aunque la “copia” sea de lo escrito por uno mismo, o por otro, o por lo tomado de un libro, o de una fotocopia, o incluso hasta de una consulta a Google por el celular sin que el docente lo advierta.

En las mesas de exámenes a nivel universitario, suele preguntarse entre los alumnos si el profesor “se presenta” para tal llamado o convocatoria (en relación a si la cátedra constituye la mesa examinadora o no). En realidad, quien se “presenta” o “no se presenta” es el alumno. El docente constituye o no la mesa examinadora en la fecha prefijada, pero no se “presenta” ni deja de presentarse.

En el lenguaje de todos nosotros y de todos los días, cuando se quiere significar que “sí” con cierto énfasis, la respuesta es “totalmente”. Lo que no significa ni sí, ni no; sino “enteramente, del todo”. El caso es llamativo, porque por lo general las modificaciones de las palabras que tienen un significado específico (todas lo tienen, pero algunas pueden ser abarcadoras de un género, o reconocer múltiples acepciones) implican achicar o acotar la cantidad de letras que la componen (por ejemplo, “promoción” ahora es “promo”). “Totalmente”, en cambio, implica el empleo de muchas mas letras que “sí”.

Enviar un mensaje por whatsapp (acepto que no conozco si ya se ha generado su equivalente en idioma español, con lo cual admito como válido su empleo) es “mandar un mensajito”. Cuando lo correcto es un “mensajecito”, como diminutivo relacionado con la brevedad de una comunicación por esa vía.

El adjetivo “mal” -que podría ser sustantivo cuando se lo singulariza, si hablamos por ejemplo de “el mal”-, que suele estar referido a la calificación de una conducta o expresión, se emplea ahora como sinónimo de “mucho”. (“Me resfrié mal”; “me equivoqué mal”).

“Mal” implica un juicio de valor, “mucho” uno de cantidad. Jamás podrían ser sinónimos.

Hace unos años, y con génesis en el contemporáneo argot porteño, empezó a usarse la expresión “está bueno” para calificar algo de manera positiva. Y en realidad, ese algo “es” bueno, pero no “está bueno”. Lo correcto (en lo que se quiere decir) sería “está bien”. Lo bueno, o lo malo, “son”, pero no “están” (podría decirse, válidamente, que algo o alguien “está mal”, pero paradójicamente no se alude a que algo “está malo”, sólo se usa “está bueno” (el espectáculo recomendable, el día de sol, ir a cenar a determinado restaurante).

La lista de referencias sería inagotable.

Pero estas sencillas reflexiones vienen a cuento, en tiempos de furor periodístico deportivo relacionado con el campeonato Mundial de fútbol de Rusia, con un par de expresiones que, según creo, tienen su cuna en futbolistas y en periodistas deportivos.

“Juancito está fastidioso”. Lo escucho de modo reiterado en los comentaristas de los partidos de fútbol que transmite la televisión. Se lo vincula con el hecho (a veces notorio) de que un jugador está molesto, impaciente, malhumorado. En síntesis, y si queremos, fastidiado.

No sé a quién se le ocurrió que “fastidioso” equivale a “fastidiado”. Fastidioso es quien ‘fastidia‘ (molesta) a otro u otros. En verano, y en Santa Fe, los mosquitos y el calor son “fastidiosa” compañía .

“Fastidiar” es “enfadar, molestar o disgustar” a alguien. Por ende, quien está “enfadado, molesto o disgustado” está “fastidiado”, no “fastidioso”.

Y una segunda y última referencia: hace unos años, el Club Colón de nuestra ciudad de Santa Fe contrató a un habilidoso delantero colombiano (Giovanni Hernández, quien incluso supo integrar la Selección nacional de su país). Recuerdo que en un reportaje radial que le hiciera una emisora local después de un partido, le escuché decir -y al menos en mi memoria, fue la primera vez que escuché la expresión- que “lastimosamente habíamos perdido”.

Lo cierto es que la misma se ha expandido, y se la emplea (mal) como equivalente o sinónimo a “lamentablemente”.

Uno y otro son adverbios, pero con significados diferentes.

“Lastimosamente” significa algo que sucede de un modo que da lástima, o que “mueve a compasión” (Me caí por la escalera de mi casa y me golpeé tanto que quedé en estado lastimoso).

“Lamentablemente” significa algo que sucede de un modo que merece ser sentido, o infunde tristeza. Algo que es de lamentar (Lamentablemente, no pude ir a visitarte porque me caí por la escalera de mi casa, y quedé en estado lastimoso).

“Lamentablemente perdimos” es la expresión correcta, en cuanto implica que se lamenta la derrota.

“Lastimosamente perdimos” es incorrecta, en cuanto no se dice que se lo lamenta, sino que produce compasión, pero no en quien lo expresa, sino en terceros. Y perder no genera compasión. Al menos, en nuestro sentido futbolero de mirar las cosas.

Raquel Diez Rodríguez de Albornoz, experta en gramática, semántica y ortografía, recordaba a Heidegger, cuando refería que “el lenguaje es la casa del ser, y en esa casa habita el hombre”.

Cuidemos la casa, y compartamos este rudimentario, menos que elemental, pero sentido, homenaje a su memoria.