A propósito de “En el oeste” de Germán Ulrich

Crónicas del desamparo... y algo más

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El desborde del río Salado en la ciudad de Santa Fe, con su secuela trágica, llega a través de las páginas de “En el oeste”, libro de Germán Ulrich publicado por la Editorial de Entre Ríos.

Foto: Luis Cetraro

 

Por Carlos Marín

El tono hace recordar a ese fresco neorrealista -docuficción- “Tire Dié”, de Birri. Buena parte de los relatos que se suceden en las páginas de “En el oeste”, de Germán Ulrich, se eslabonan a esa perspectiva.

Ulrich, vialense radicado en Santa Fe, incursiona en este libro en una temática que -se desprende del detalle con que avanza en la construcción de paisajes, ambientes y personajes- conoce en profundidad: el desborde del río Salado. En la imaginación del autor, esos relatos expresan la experiencia de alguien que la plasma acaso por haberla vivido, por haber puesto el cuerpo a esa situación límite que se vivió en la vecina capital en abril de 2003.

Así, en una serie de textos breves, Ulrich hace foco en una situación que conoce. Y hace gala de ser un observador consumado del detalle y la intimidad de los desposeídos que se amontonan en la periferia de un sistema impiadoso.

Vinculado a la crónica costumbrista en la senda de referentes como Mateo Booz o Julio Migno, el autor oriundo de Entre Ríos retoma en este trabajo esa línea estilística. Lo hace con prosa fluida, dinámica, con sintaxis correcta y una estructura simple, pero sostenida en ideas. Algo que el lector siempre agradece.

Todos los “cuentos” que presenta “En el oeste” giran -a modo de sistema planetario alrededor de un Sol- en torno a un eje común: la inundación y las innúmeras consecuencias del meteoro, que en este volumen se limitan a exponer los universos de los personajes implicados en los 13 relatos que integran esta edición publicada por la Editorial de Entre Ríos.

Postal local

Las crónicas -lacerantes en su mayor parte-, escritas por Ulrich, traducen la intemperie humana, física, social, en un país con un tercio de su población debajo de la línea de pobreza. Como una mancha aceitosa que se ha esparcido lenta y persistente hasta cubrir el país, la miseria en sus diversos registros -material, ética, espiritual-, con su correlato de violencia y exclusión, está plasmada en las páginas de estos relatos.

Cierto, no es algo novedoso lo que descubre el autor. Es tan viejo como la humanidad. Ya Charles Dickens lo tradujo en sus trabajos en que ilustró la contracara de la culta y victoriosa Inglaterra victoriana, con las secuelas de un modelo económico que arrojaba al desamparo -como desecho o escoria- a centenares de miles de proletarios que se arracimaban en callejuelas inmundas e infectas, en un ambiente de violencia y delincuencia cotidiana. Un ambiente -el de aquellos andurriales terribles-, que tan vívidamente describió Dickens y que conoció también Jack el destripador.

Ulrich, con el enfoque y la perspectiva de alguien ubicado en su realidad, también realiza una operación similar a la del autor inglés. Sus relatos son denuncia de una situación de injusticia social. Se ocupa de hacer visible el universo ominoso y opresivo de aquellos seres humanos que nadie quiere ver; es decir se trata de personas que están allí pero que son invisibilizadas.

También avanza, desde la mitad del libro hacia adelante, en presentar algunas imágenes de protagonistas de clase media. Y hacia el final, de las autoridades, de esos responsables de decisiones que afectan a sus vecinos a los que consideran estadística. La crónica allí es impiadosa, pero sin que ello signifique mengua en el análisis realista de las situaciones que deben ponderar estos mandatarios antes de tomar sus decisiones. Allí se exponen en toda su crudeza las bambalinas del poder.

Hambre de más

Filiado en esa tradición literaria, con su libro Ulrich concreta un fresco que avanza desde lo local a lo global en un camino que también recorrió Saer, con sus relatos e inolvidables personajes. Claro que Ulrich lo hace con un ritmo y un estilo muy diferentes. Allí donde el autor de “Cicatrices” proponía un río ancho y caudaloso para un discurso que avanzaba entre meandros y remolinos, que una y otra vez se alejaban para retornar luego al cauce principal, el autor oriundo de Viale hace de la brevedad y la concisión un norte de su prosa.

Sin regodearse en lo superfluo, ni abundar en lo escabroso innecesariamente, en la escritura de sus trabajos, Ulrich ha avanzado puliendo hasta lo esencial. Está, sí, el detalle, pero como tono general de ambiente o una pincelada que agrega un matiz aquí y allá.

La vida se cuela en las páginas de libro. La vida, con sus milagros de generosidad, esperanza, coraje y valentía. La vida, con la violencia, el crimen, la delincuencia, el sometimiento, la droga.

Así aparece en “En el oeste”, relato del cual toma título el libro, que cuenta “un oscuro acto de justicia”; o en “Un hombrecito”, en que se exponen los códigos que enmarcan las conductas de los sectores más débiles.

El problema del retorno al barrio arrasado, la burocracia, el sufrimiento, la impotencia están en “La vuelta”.

En “Lo peor ya está pasando”, Ulrich escapa al ámbito primario de los barrios arrasados para retratar la intimidad de un personaje viudo de clase media, residente en el centro de la ciudad, para demostrar que incluso hasta los más aislados e indiferentes son tocados por las consecuencias de un meteoro. Nadie se salva de estas cosas, es el mensaje.

Algo de la vida de los sectores medios, con sus conflictos, opciones y toma de posición, aparece también en “El cielo en Santa Fe (una coartada)”.

En la parte final aparece el poder, su intimidad, y las consecuencias en quienes lo ejercen tras el desastre. En un final con humor e ironía como recurso para comprender lo inexplicable y asimilar la tragedia, que dejó profundas marcas en el cuerpo social de Santa Fe.

“Juicio al río” -que cierra el libro- recuerda lejanamente esos ambientes y personajes que tan bien describió Saer -a través del inefable Tomatis- en “Cicatrices”. Específicamente a quienes son responsables de impartir justicia y algunas circunstancias que acompañan su existencia.

Como “Tire Dié”, por qué no, estos relatos tienen hambre de más. Bien podrían tener -si existiese una industria cultural consolidada y que apostara a la producción local- un destino de serie con capítulos unitarios o ¿por qué no? el destino de un film que, solapando las historias, las cuente a todas en un ramillete.

A todo ello, y por si algo faltase, el trabajo añade un valor más: ser registro de un acontecimiento extraordinario, queda como memoria desde la literatura.

Sus relatos son denuncia de una situación de injusticia social. Se ocupa de hacer visible el universo ominoso y opresivo de aquellos seres humanos que nadie quiere ver; es decir se trata de personas que están allí pero que son invisibilizadas.