Mar del Plata

El viejo “Guillermito” Fernández

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Fernández aclara que hace 53 años que comenzó a cantar, que al principio de su carrera le molestaba y que ahora, en cambio, pasando los 60 años almanaque, le resulta grato el diminutivo.

Foto: Gentileza producción

 

Raúl Emilio Acosta

Mar del Plata. En Luro y la Costa, así se lo ubica, está el hotel Antártida Argentina, con su Café Orión, donde hace 14 años se refugia la Peña Tango Bravo. Allí cantó, el sábado 19 de enero pasado, Fernández, Guillermo, más conocido como “Guillermito”.

Fernández aclara que hace 53 años que comenzó a cantar, que al principio de su carrera le molestaba y que ahora, en cambio, pasando los 60 años almanaque, le resulta grato el diminutivo.

Él y su guitarra. Antes una sorpresa que llenó la noche. Una cantante de Necochea, Silvia Sab, con un joven pianista de apellido Sosa, trajo zambas y finalmente tangos dejando la clara sensación de que la noche no había sido una pérdida. Dueña de una voz que acepta los desafíos de temas como “La Pomeña” y antiguos valses como “Gotas de lluvia”, hasta versiones respetuosas de “La última curda”. Silvia Sab, donde quieran que la escuchen nombrar, sepan que vale la pena escuchar alguien que afina, respeta la melodía y no hace show para la tribuna tanguera, simplemente canta. Canta bien. Muy bien. Remember el nombre: Silvia Sab.

Desde niño

De Guillermito Fernández dos anécdotas que son necesarias. Contó que quien primero lo escuchó, para una prueba en el antiguo Canal 7, fue el productor del programa y que eligió un tema de Raphael, otro bolero y finalmente un tango. Apenas empezó el tango, el productor le dijo: “Eso es lo que tenés que hacer, Aprendete otros tangos, eso es lo tuyo”. Respetos por ese olfato: Héctor Ricardo García. Fue hace más de medio siglo. Lo escuchó. La otra anécdota refiere a que cantaba en cantinas y un día lo escuchó Troilo y le dijo: “Estás cantando desde afuera para los de afuera, tenés que cantar desde adentro, para que escuchen afuera” Los jóvenes a veces no hacen caso de los consejos. Aníbal Troilo, como García, también merece todo el respeto.

Guillermito Fernández es un misterio. Elige, en casos como el de este show marplatense, un repertorio que exige afinación y calma. Mucha calma. A los alaridos, como en las cantinas, la calma se pierde. En todo caso hay una versión muy clara del consejo: “El que canta a los gritos no escucha su propia voz”.

El misterio es una pregunta. Conoce todo del oficio, cada día toca mejor la guitarra. Tiene más de 50 años de cantor. Si tiene voz y potencia, también oído, la duda aparece ¿para qué gritar? Por qué forzar la voz con un tono más nervioso (más alto, más jugado) si lo importante es la comprensión, por qué... Incomprensible. Difícil respuesta.

Abrir el juego con “Oblivion” (un Piazzolla) y cerrar con “Balada para un loco” (otro Piazzolla) sería un indicador pero que en el medio se pierde. De todos modos su versión conversada, tarareada (¿skat?) bluseada y fragmentada de “Balada” merece escucharse. Es el cierre y es un punto alto. Tengo discusiones íntimas con ese tema.

Dos veces me sentí conmovido por un viejo tango que es controversial, es “de protesta”. Rolando Laserie lo fraseó excepcionalmente. Liliana Felipe, una argentina que reside en México, hizo una dramatización que recomiendo. Guillermito cantó “Las 40” (referencia al tute cabrero, un juego de cartas) y su forma de decir, no como confesión sino como alarido aquello que dice el texto: “La vez que quise ser bueno en la cara se me rieron / cuando grité una injusticia la fuerza me hizo callar / aprendí que en esta vida hay que llorar si otros lloran y si la murga se ríe uno se debe reír...”. Es el tango que alecciona: “... toda carta tiene contra y toda contra... se da” . Se lo puede calificar de vencido por lo obvio. No se lo puede cantar sonriendo y a los gritos. No.

Canciones

Un repertorio donde estaba “Afiche”, “Anclao en París”, “Serenata para la tierra de uno”, “Boedo” (con el inefable poema de Dante Linyera) un tango que todas las orquestas eligen para que descanse el cantante y lo presentan en versión instrumental, para que se luzca esa melodía de De Caro. La “Milonga del Trovador”, que tiene la marca de Jairo, que lo referencia a sus años en París con Astor como amigo. “Pequeña”, ese vals que, desde Osmar Maderna hacia acá, ha recorrido escenarios y que remite desesperadamente a la intimidad ya tenía confundido a un oyente despierto que tuvo que escuchar, muy cercanos entre sí, “Barro tal vez” (la zamba desafío del Flaco Spinetta) y “Naranjo en flor”. Parecía demasiado y lo fue. Atacar con una “morriña” y cantarla en el idioma galaico/portugués, natural de Galicia, fue excesivo. Nos salvamos de Rosalía de Castro porque, seguro, ignora su existencia.

El cierre con lo dicho, “Balada”, me remite a un instante único. Terminando la década del ‘60 sucedió algo definitivo en la música popular cuando, en el Luna Park, el tema “El último tren”, de Camilloni y Ahumada, cantado por Jorge Sobral, le ganó el Festival Iberoamericano de la Canción, rubro tango, a “Balada para un loco”, de Piazzolla y Ferrer cantado por Amelita Baltar.

Acompañando a Canto Cuatro que presentaba “Canción del Centauro”, de Iván Cosentino y Tejada Gómez, en el rubro folclore, yo vi las monedas en el escenario y oí los insultos a Amelita. Piazzolla hizo muchos y muy buenos antes y muchos y mejores después. Con “Balada” hubo un quiebre definitivo.

Está claro que las canciones son de quien las canta en ese instante (de la magia) y que quien escucha participa o la magia no existe.

El viejo Guillermito Fernández es un misterio. Tiene todo para ser Guillermo. Debería tener alguien que lo aconseje. Es uno de los grandes y será indiscutido apenas se dé cuenta de que se canta como le decía el gordo. Simplemente eso.