Llegan cartas

Para Alberto Pompeo Tardivo

SERGIO VAUDAGNOTTO

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Estimadísimo Alberto: utilizo esta vía para llegar a usted en estos primeros días del año. Soy uno de aquellos pibes a los que allá en Baunes y Tronador, detrás de la fábrica La Estrella, nos inculcaba el juego en equipo. Y “no la metas en el fuego”, “no la dejes picar”... Nino, mientras tanto, peloteaba a los arqueros. “Oli” era un mago, como varios de los que en nuestro país se calzan la diez. Tiqui, tiqui... A la derecha con el “Holandés”, a la izquierda con “Coqui”, al medio con Fabián... A él se la pasábamos para que imaginara y filtrara el peligro. El Chino no era el Checho, pero por esa punta eran pocos los que pasaban y, si lo hacían, llegaba el cruce del “Cordobés” Olarán. Por las dudas estaba “Horacito” y todavía nos quedaba “Goma”, por si acaso. Cierto día, me equivoqué ahí mismo, en Las Malvinas, y se la tiré por arriba al arquero de Atlanta: 1-0 y a cobrar. Otra vez, en Villa Domínico, igualamos 0-0 con Independiente. Hacía un frío terrible. Mis padres habían hecho más de 500 kilómetros para verme. Cuando salí del vestuario, mi viejo (DT en una liga del interior del interior), me dijo: “No la tocaste”. Y le respondí: “El diez de ellos, tampoco; como me lo pidió Tardivo”. Yo no era de los mejores, para nada. Pero prestaba atención y aprendía a no meterla en el fuego (si venía sucia desde el lateral derecho, salía jugando con el izquierdo), a no dejarla picar (si no se podía parar la pelota, rechazarla con la cabeza, con el hombro, con la rodilla... porque si picaba era una ventaja para el rival, que corría de cara hacia nuestro arco) y así con otros conceptos. Tenía apenas 17/18 años y con el tiempo, quien dice, tal vez... En esos 16 meses pude jugar algunos partidos en reserva: Tigre, Newell’s en el Parque de la Independencia con mis viejos en la platea, un par más... y chau, me rompí. Y en este punto es donde comienza el capítulo de la historia que me interesa recordar. Punto y aparte.

Cuando me corté los ligamentos y me partí los meniscos (y el corazón), cuando la soledad se escribía con lágrimas en la pensión que Argentinos me brindaba en Raulíes 2029, hubo alguien a mi lado. Alguien que me llevó a Agremiados y me afilió para que fuera Miguel Fernández Schnorr, el mejor, quien me atendiera. Y cuando el médico de Independiente, de FAA y jefe de Traumatología del Argerich me internó en aquel hospital para que esperara quirófano, hubo alguien que se cruzaba la enorme ciudad para acercarme frutas. Me lo puedo imaginar aún hoy: avenida San Martín, Parque Centenario, Díaz Vélez, Once, Congreso, Barracas, Parque Lezama... Como ve, Alberto, hay cosas que no se olvidan.

En uno de aquellos viajes en su auto hasta Agremiados pude mostrarle mi libreta de estudiante de Periodismo. Bueno, resulta que terminé la carrera, fui redactor en la Agencia Saporitti, en Diarios y Noticias (DyN) y después en el exterior.

Ya de regreso en Villa María, con una familia, con poco pelo y muchas canas, trabajando en El Diario cooperativo de la ciudad, uno empieza a mirar atrás, a repasar las asignaturas pendientes y una de ellas era encontrarlo. Ya no tengo a mis viejos, que son quienes me enseñaron a ser agradecido. Pero aquí estoy, para darle las gracias por aquella enseñanza: el secreto, la jugada extraordinaria de ser buena gente.

Gracias, nuevamente. Y lo mejor para este año. Gran abrazo.

PD: Solemos pasar por Santa Fe una vez al año. Si usted me da señales (whatsapp 3534145436), tal vez podamos compartir un café. Para mí sería un gusto por lo mucho que lo aprecio.