Luis Salinas

“Santa Fe es un lugar musical”

El músico reconocido a nivel internacional se presentará el viernes en Tribus Club de Arte. En diálogo con El Litoral repasó los hitos fundamentales de su carrera y la actualidad compartida junto a su hijo Juan Salinas.

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Luis Salinas estará acompañado por su hijo Juan, Alejandro Tula y Juancho Farías Gómez.

Foto: Gentileza producción

 

Leonardo Pez

Este viernes, desde las 21, Luis Salinas volverá a presentarse en la ciudad de Santa Fe luego de algunos años. Antes del concierto en Tribus Club de Arte (República de Siria 3572), que incluirá un repaso por su obra y su último álbum “El tren”, el Maestro se tomó un tiempo para conversar con El Litoral.

Reencuentro

—¿Qué se puede adelantar del concierto en Santa Fe?

—Voy a volver después de mucho tiempo. Yo no me acuerdo cuándo fue la última vez que tocamos en Santa Fe... creo que fui de invitado del “Negro” Aguirre, un recital al aire libre que fue hermoso. Las veces que hemos tocado por ahí siempre fue muy linda la respuesta de la gente. Va a ser muy especial porque Santa Fe es un lugar musical. Voy a reencontrarme con amigos que tengo y con el público. A veces, cuando voy se genera una jam session. Me acuerdo que un día toqué con una orquesta de jazz (La Santa Fe Jazz Ensamble) y había muy buenos músicos. Terminamos haciendo un blues, y un tema de jazz, y se armó una onda bárbara con el saxofonista y con la orquesta.

—¿Cómo funciona Luis Salinas Cuarteto?

—Me van a acompañar Alejandro Tula (un músico santiagueño con el que venimos tocando hace muchos años, que hace folclore y otras cosas), Juancho Farías Gómez (un gran representante de la familia y de la libertad que han tenido siempre los Farías Gómez, que además toca el piano, la guitarra, la percusión y el bajo), y la frutilla del postre que es para mí tocar con mi hijo, Juan. Él ha escuchado de todo de chico y eso es lo que está saliendo en su manera de tocar. Su primer disco ya tiene algunos temas propios: funk, rock, también una chacarera y una zamba, y cosas de Wonder y de Jeff Beck. Así que la cosa irá para un lugar abierto que podemos, como decía un amigo, salir para cualquier lado.

—¿De qué forma se va filtrando la improvisación en la interpretación de las canciones?

—A mí me pasa con algunas canciones de Atahualpa, de Troilo o de Gardel que son tan lindas así como están que el placer está en tocar la canción y frasear la melodía, en todo caso. Ahí está un poco la improvisación. Hay otros temas que dan más para la improvisación, pero siempre tiene que estar dentro de la canción, que uno pueda cantar el tema sobre el solo, no que sea un solo que no se sabe de qué canción es. Siempre me gusta que se respete la composición. La improvisación va sucediendo. Uno arma una base y, desde ese lugar, a veces nace hacer una cosa y a veces no da, solamente frasear la melodía. Pero la improvisación ya está en el fraseo de la melodía.

Necesidad espiritual

—¿Qué sentís cuándo se da esa conexión con el público?

—Para mí, tocar es una energía espiritual más allá de las notas y entender que el momento es único e irrepetible. La gente no tiene por qué entender de armonía, melodía, ritmo, pero se da cuenta cuando es sincero lo que uno está haciendo. Ir a tocar es algo único, distinto, que lo vivimos todos: el músico y la gente. No es los músicos por un lado, y la gente por el otro. Es una noche que estamos pasando juntos. A veces, el público te hace un silencio maravilloso para que vos toques finamente algunas cosas y, de golpe, también puede pasar que canten o que bailen. Por eso tiene la adrenalina de que uno arma una cosa y lo demás sucede en el escenario. Me seduce no saber bien qué va a pasar.

—¿Cómo describirías ese momento en que confluyen el artista y el público?

—Creo que la felicidad es cuando uno siente que está en el lugar y en el momento indicados. Lo vivo cuando toco, mucho más cuando lo hago con mis amigos y, especialmente, con mi hijo. Los grandes artistas que he conocido tienen en común que ninguno de ellos se miente, tocan lo que sienten. Algunos son más famosos, otros menos, pero eso no se negocia. La primera vez que Juan subió a tocar, yo le dije “vos tenés que sentir tus notas, escuchar a tus compañeros y disfrutar. No tenés nada que demostrar, Si lográs eso, lo vas a pasar bien vos y la gente”. Porque si uno no se emociona, la gente tampoco.

—En tu caso particular, Luis, ¿por qué creés que te fuiste afincando en la música instrumental?

—Se fue dando así. Alguna vez yo estaba tratando de explicar mi libertad artística para un medio y pasó Rubén Juárez al lado mío y me dijo “no expliqués tanto, tocá”. Hay cosas que son difíciles de explicar: el amor, la creatividad y por qué uno es lo que es. Simplemente, sucede. Lo que sé es que hay una diferencia en hacerlo porque te gusta y hacerlo porque necesitás hacerlo. Hay una diferencia en decirle a una mujer “quiero verte” a decirle “necesito verte”. Mi relación con la música, en general, es de necesidad. Hay músicos que tocan porque les gusta y hay otros que si no tocan se mueren. Yo soy de ésos: no concibo mi casa sin la guitarra. No concibo la vida sin la música. Si Dios te da una condición natural, uno tiene que desarrollarla y brindársela a la gente y a los que tocan con vos, entendiendo que la música es más importante que el músico. O sea, que hay que estar al servicio de ella. La gente viene a escuchar música, más allá de la persona que esté tocando. Hay un momento en que cierran los ojos y empiezan a escuchar, a sentir.

En perspectiva

—En el álbum de Juan participaste tocando el bajo. ¿Cómo te llevás con el resto de los instrumentos?

—A mí me gusta mucho tocar el bajo, pero lo hice animado porque estaba Martín Ibarburu (uno de los mejores bateristas del mundo) y Javier Lozano, que es mi compadre musical. Me animé a hacerlo con ellos dos y con el glamour que significa tocar el bajo para tu hijo. Yo le dije “vas a tocar con mejores bajistas que yo, pero con el glamour que yo toqué, difícil”.

Además del bajo, toqué alguna vez el bombo, las congas y el timbal, porque me gusta mucho la salsa. Y el canto siempre está dando vueltas. Yo tengo una relación muy fuerte con las guitarras. Una vez me dijeron que explique mi relación y yo dije: “mirá, si yo tengo una cita de cualquier tipo y agarro la guitarra antes, seguro que llego tarde”. Nada se acerca siquiera a lo que me pasa con la guitarra.

—De todas las guitarras que has ejecutado a lo largo de los años, ¿tenés preferencia por alguna en particular?

—Mi primera guitarra la tuve a los 27 años, fue ahí donde pude comprarme una. Entendía que el instrumento es uno y que tocado por distintas personas suena diferente. Cada uno tiene un toque y hay que sacarle sonido. Me ha pasado de agarrar guitarras malas y tenía que buscarle el sonido para que suenen bien. Tengo un cariño muy especial por una guitarra Godin que me acompaña hace mucho tiempo. Ahora aparecieron unas nuevas, y yo sigo agarrado a esta guitarra. Lo mismo que una guitarra Gibson Standard vieja. También le pasa a Juan con su primera Fender, tiene una relación como si fuera un dedo más de él. Para colmo, no me la presta (risas).

—Desde tu punto de vista, ¿cuáles son los hitos más importantes en tu carrera?

—Los dos más importantes fueron tocar con mi viejo y con mi hijo. También, cuando subió mi hija (Rita) a cantar alguna vez. Y en lo específicamente profesional, fue muy fuerte haber tocado con Dino Saluzzi en el Colón, con Mercedes Sosa en Cosquín, cantar y tocar con Rubén Juárez en el Obelisco para 25.000 personas, y haber tocado con Tomatito. Por suerte, la lista es grande. Fueron momentos espirituales y musicales muy grandes para mí.

Cuando uno quiere aprender, aprende. Yo le digo a Juan: “Si encontrás a grandes músicos, no te la pierdas”. Hay momentos donde hay gente que puede tocar menos que vos y vos tenés que enseñar; si alguien toca más o menos como vos tenés que compartir; y si estás con alguien que es más que vos tenés que preguntar, escuchar y aprender.

—¿Qué guitarristas contemporáneos te emocionan?

—Hay varios. Pero tengo un acercamiento muy especial con Marcelito Dellamea, un chaqueño que toca bárbaro; Alambre González, un guitarrista de rock y blues impresionante; Hugo Rivas, que para mí es hoy el mejor guitarrista de tango; y uno que me emociona todo el tiempo, y es un combinado de las dos cosas, que es Nahuel Penissi. Hemos tocado juntos, toca la guitarra increíble, con una musicalidad, además de lo que canta.

Siempre siguen apareciendo músicos muy buenos. Alguna vez le dije a Tomatito: “Tenés que venir a la Argentina. Para hacerte un resumen, en una época, en casi todas las cosas había una guitarra, se tocara o no”. Porque ésa es la relación que tiene el pueblo argentino con la guitarra. Cuando un pueblo tiene esa historia siempre van a aparecer guitarristas, músicos, que algunos uno conoce, otros no, que están ahí guardados y resulta que se tocan todo. Siempre vamos a tener buenos músicos, porque es un pueblo musical el argentino.