El Teatro

Como la vida misma

Carlos Catania

De todos los artistas, el actor es quien más directamente percibe que todo ha de morir un día. Aniquila así obstinadamente, noche a noche, las apariencias del tiempo y del espacio probando con ello que el Teatro, como la Vida misma, se consume a medida que se hace, agotándose hoy y aquí, sin pedir ni aspirar a nada más y sin más gloria y pena que el esfuerzo presente. Como en la Vida también. Caído el telón se acabó el Teatro, se acabó el Arte, si es que lo hubo; se acabó todo. La sensación que produce una sala vacía, semejante a una tumba sin cadáveres, expresa el destino, trágico y glorioso a un tiempo, de un Arte que sólo lo es en movimiento, es decir en comunicación. Al otro día se levantará el telón, es cierto; la posibilidad de otra función es equiparable a la esperanza humilde del ser humano. Y se repetirán, tal vez por un tiempo, esas pequeñas muertes nocturnas con que se nutre la savia del histrión. No obstante, en verdad eso carece de importancia. Lo que uno exige con la clarividencia del Absurdo, es la posibilidad de terminar el espectáculo, de darle la apariencia final de un telón que cae a tiempo prudencial sobre las felicidades y los resentimientos, sobre las pasiones e ilusiones de los hombres. Un telón interrumpiendo la obra por la mitad constituye una traición imperdonable y revela un alto grado de inmisericordia e irracionalidad, sumamente difícil de tragar.

La sensación que produce una sala vacía, semejante a una tumba sin cadáveres, expresa el destino, trágico y glorioso a un tiempo, de un Arte que sólo lo es en movimiento, es decir en comunicación