Tribuna política

La cobarde deserción del peronismo

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El 1º de mayo de 1974 Perón expulsa a Montoneros de una Plaza de Mayo colmada de gente. El momento fue transmitido a todo el país por televisión. Foto: Archivo

Daniel Zolezzi

Un fenómeno singular, que -sucediendo dentro del peronismo- afecta a toda la política argentina, parece no suscitar la atención que debería prestársele. Más aún: es llamativo el silencio que lo rodea.

Consiste en la creciente ocupación de ese partido, por quienes fueran expulsados de él por Perón. En otras palabras: allí lleva la voz cantante - presenta la candidata de mayor peso- el sector que, en su momento, apoyaba a la guerrilla marxista que se ponía la camiseta del peronismo.

Cabe recordar -a las nuevas generaciones- que en los años 60 y 70 del siglo pasado, cuando el comunismo gobernaba casi medio planeta, exportaba guerrillas afines a los países ajenos a su órbita, con el fin de incorporarlos a la suya.

En nuestro país, sus primeras tentativas tuvieron lugar durante el democrático gobierno de Illia (cosa que hoy -deliberadamente- nadie quiere recordar). También otros países, en los que imperaba la democracia, sufrieron esa violencia: Uruguay con los Tupamaros e Italia con las Brigadas Rojas.

De modo que la guerrilla que, entre nosotros, reapareció a comienzos del 70 no tenía por finalidad restablecer ninguna democracia. Su propósito era instalar una dictadura de signo propio. Sus principales organizaciones fueron el ERP, las FAR y los Montoneros. Esta última, se decía peronista, procurando una inserción popular que jamás podía lograr desde la izquierda ortodoxa.

No obstante, su verdadera ideología se hizo patente -aún para el más ingenuo- cuando se fusionó con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), grupo decididamente marxista - leninista (octubre de 1973). Eso sí, una vez unidos, con los mismos fines de camuflaje, conservaron el nombre de Montoneros.

Otra prueba de su genuina ideología la brinda el hecho de que -aún antes de esa fusión- los Montoneros tuvieron por blanco predilecto a los dirigentes gremiales peronistas. Así, asesinaron a Vandor, a Alonso y a Rucci. Particularmente cercano, este último, al General Perón.

En los años de su exilio, Perón se abstuvo de condenar a la guerrilla, considerando que la acción de ésta favorecía su retorno. La cosa cambió -previsiblemente- cuando volvió al país. Forzó la renuncia del presidente Cámpora, por considerarlo complaciente con ella, y, al poco tiempo, asumió la presidencia.

El 1º de mayo de 1974, siendo presidente por tercera vez, Perón expulsó a los Montoneros. Y lo hizo ante una Plaza de Mayo colmada y ante todo el país que lo contemplaba por televisión. Su paciencia estalló:

“A través de estos veinte años, las organizaciones sindicales se han mantenido inconmovibles, y hoy resulta que algunos imberbes pretenden tener más méritos que los que lucharon durante veinte años. Por eso, compañeros, quiero que esta primera reunión del Día del Trabajador sea para rendir homenaje a esas organizaciones y a esos dirigentes sabios y prudentes que han mantenido su fuerza orgánica y han visto caer a sus dirigentes asesinados, sin que todavía haya tronado el escarmiento”.

Además, habló “...de estos infiltrados que trabajan adentro, y que traidoramente son más peligrosos que los que trabajan desde afuera, sin contar con que la mayoría de ellos son mercenarios al servicio del dinero extranjero”.

Más claro, echarle agua. Hasta el fin de los días de Perón -y hasta el fin de la presidencia de Isabel- el enfrentamiento entre el peronismo y los Montoneros fue sangriento y pródigo en bajas.

Y era ese peronismo -y no otro- el que dialogaba amistosamente con el radicalismo y era aliado del desarrollismo, de los democristianos y de los conservadores populares.

Paradójicamente, el gobierno militar que destituyó a Isabel en 1976, ayudó a que el peronismo y los Montoneros, si no se mezclaran, se confundieran. Tan desafortunado logro, fue consecuencia de que encarcelara a peronistas ortodoxos y obligara a otros a exilarse. Así, los reunió en prisiones o en el exilio. Y les brindó un adversario común.

Después de 1983, el peronismo permitió que los sobrevivientes Montoneros -y sus cuadros de superficie- ocuparan algún espacio partidario. Sus votos también contaban, pensó erróneamente. Con todo ese espacio, era acotado.

El punto de inflexión llega con los K, quienes por cálculo político o procurando que se olvidara su dorado “exilio” santacruceño, asumieron un discurso de izquierda que idealizaba el pasado guerrillero (del que ellos carecían).

En sus doce años de Casa Rosada, distribuyendo fondos, dispensando favores o imponiendo sanciones, minaron toda resistencia partidaria. Nadie se acuerda de Rucci. Todos olvidaron a Alonso. El peronismo estructural, convive con quienes reivindican a sus asesinos. La juventud K, adopta -provocativamente- el nombre de Cámpora, un defenestrado por Perón. Muchos izquierdistas que jamás militaron en el peronismo, lo hacen en las legiones K.

Esta izquierda de hoy, que reivindica a los asesinos de Rucci -hombre honesto y humilde- incluye en su “proyecto” a lo más millonario y corrupto del sindicalismo.

¿Qué ha sido, a lo largo de estos años, del peronismo clásico? Hoy, algunos quieren dejar la incómoda tutela de Cristina. Pero no lo hacen con la energía necesaria.

Tímidamente, asumen el mote de “peronismo alternativo”, tácita admisión de que el “peronismo” a secas, ya es de otros.

Si, en su momento, los que se quedaron del lado de Perón, hubieran trazado límites, la cosa sería distinta. Al peronismo tradicional, con los K y su gente, no los une el afecto. Es el espanto ante las causas penales, el que le impide romper con ellos. Porque pueden herir mortalmente a los unos y a los otros.

El punto de inflexión llega con los K, quienes por cálculo político o procurando que se olvidara su dorado “exilio” santacruceño, asumieron un discurso de izquierda que idealizaba el pasado guerrillero (del que ellos carecían)