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La generación dorada
Miguel Ángel Reguera
Las tapas de los diarios dicen que un adolescente ha ganado casi un millón de dólares en el mundial del video-juego “Fortnite”. La noticia sorprende, aun más por los comentarios sobre entrenadores, psicólogos, nutricionistas y estrategas que asisten a todos los competidores de e-games o e-sports. Y entonces pienso en aquella generación que no reclamó nunca para si la gloria, ni el dinero, por haberse destacado en juegos como el balero, el elástico, el yo-yo, la payana, el trompo, la perinola, el veo-veo, la rayuela y tantos otros, que con los criterios de los mercaderes actuales, debieron ser olímpicos en el siglo pasado. ¿Qué olvido doloso o sórdidos intereses, despreciaron nuestras destrezas y nos han privado de tener esas preseas doradas en las vitrinas argentinas?
Cuando vemos que disciplinas como el kiteboarding, karate o beach handball son incluidas como disciplinas olímpicas, nos invade el recuerdo de las mágicas carambolas de billar a tres bandas de nuestros campeones de bares y cafés. En cada barrio había también un niño aspirante a medallista, que con su “lecherita” puntera se cansaba de pelarle a los chambones hasta el último bolón de vidrio verde. ¿Qué alemán, ruso o canadiense, hubiera saltado más alto que nuestras campeonas, con su soga y una vereda despareja? Y ni hablar de aquellos que conservan el arcano de aquel espacio nimio donde se ocultaron cuando ganaron la escondida más larga de su infancia; que no pudo ser interrumpida por los falsos gritos de “sangre”, ni tampoco por la madre aquella que los tentaba con una merienda tan sabrosa como obligatoria.
Quiero pues reconocer a esos campeones anónimos sin cuyos talentos lúdicos, el fútbol se hubiera privado de la metáfora perfecta para calificar al autor del mejor gol de la historia y probablemente el relator hubiera tenido que limitarse a gritar: ¿De dónde viniste pentatlonista alado o lanzador de martillo astral? Por suerte también esa voz supo valorar a los héroes de la generación dorada que solo con papel y caña, podían construir barriletes celestes para remontar sus sueños al cosmos.