¿Y si dejamos en paz a Alfonsín...?

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Por Carolina Piedrabuena

El intento de apropiación del legado de Raúl Alfonsín, es probablemente uno de los espectáculos más decadentes que nos ofrece lo que hemos convenido en denominar la “grieta”. En primer lugar, quien alguna vez escuchó al menos un discurso de Don Raúl, o mínimamente ha leído alguna de sus tantas declaraciones referidas a la democracia, tendría la seguridad de que jamás hubiera estado de acuerdo con promover y alimentar la división entre los argentinos, por lo que el concepto “grieta” es absolutamente ajeno al ideario alfonsinista.

En estos años hemos visto cómo unos y otros pretenden convertirse en exégetas del pensamiento de Alfonsín, y en esa tarea intentan avalar con su memorias cosas con las que no acordó jamás en toda su trayectoria como líder político, por lo que resulta por lo menos extraño, que lo hiciera ahora que ya no está con nosotros.

Por un lado están los que dicen representar la esencia del ideario socialdemócrata alfonsinista y en el mismo acto son condescendientes con un pasado de corrupción y atropello a las instituciones que difícilmente tenga algo que ver con la austeridad republicana con la que gobernó y vivió el ex presidente. Quienes se encuentran en esta orilla del abismo que dividió a nuestra sociedad, olvidan que caminan al lado de quienes aplaudieron al presidente Kirchner cuando un 24 de marzo de 2004 haciendo gala de sus excesos verborrágicos, ignoró de manera artera todo lo que el primer gobierno de la democracia recuperada había hecho para el juzgamiento y condena a los responsables de la última dictadura, cuando aún el poder militar se cernía como una amenaza real.

En la otra orilla, se sitúan quienes sostienen que en función de “defender la república”, es necesario hacer caso omiso al sufrimiento de millones de argentinos que padecen las consecuencias de una palmaria impericia (en el mejor de los casos) en el manejo de la economía. Sería bueno recordar que Alfonsín dijo tantas veces como pudo que la nuestra era una democracia renga, porque habíamos logrado la libertad, pero aun nos faltaba la igualdad, por lo que resulta bastante improbable que estuviera de acuerdo con defender una experiencia de gobierno que ha demostrado tener poca o nada sensibilidad social para comprender los alcances de un ajuste salvaje que solo logró generar más pobreza y que ejecutó un modelo económico donde los únicos ganadores son los especuladores financieros.

Tengo la convicción de que carece de sentido tratar de usurpar la memoria y el legado de Alfonsín. No es posible hacerlo sin caer en el absurdo, y por otra parte resulta un ejercicio contra fáctico, ya que no existe posibilidad de saber qué diría Raúl en este momento, aunque si existen elementos para suponer que cosas no haría, simplemente basándonos en la coherencia y honestidad intelectual que marcaron su historia de vida.

Si fuera posible proponer algo en medio de la irracionalidad que por momentos predomina en la discusión pública de nuestro país, creo que sería bueno dejar de “hacerle decir cosas” a Alfonsín y en todo caso tratemos de hacer lo que él hizo, lo que seguramente hubiera hecho en un momento como este, actuar con patriotismo, poner el interés de la nación por sobre interés sectorial, estar dispuestos a tomar decisiones que no van a darnos réditos políticos pero que son necesarias, en definitiva en lugar de pretender mezquinamente apropiarnos de su legado, habría que seguirlo.

Todavía recuerdo la lluviosa tarde en el cementerio de la recoleta, cuando fui junto a miles de argentinos más a despedirlo y me quedaron grabadas las palabras de Antonio Cafiero que nos dijo a todos los allí presentes que Alfonsín ya no nos pertenecía solamente a los radicales, le pertenecía desde ese momento a todos los argentinos, cuánta razón tenía y que bueno sería tenerlo siempre presente, la memoria de Don Raúl significa demasiado para la historia argentina, cuidémosla.

Tengo la convicción de que carece de sentido tratar de usurpar la memoria y el legado de Alfonsín. No es posible hacerlo sin caer en el absurdo, y por otra parte resulta un ejercicio contra fáctico.