Peisadillas

Primavera con C&D (Calor y deseo)

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Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

Siempre hay algo para soñar, y no es ese tipo de sueño que es un deseo implícito, es simplemente ese sueño de pimpollo que se transforma en flor, son los sueños que afloran, que se rinden al primer calorcito de septiembre, que buscan su primer verdor. Esos sueñitos chiquitos, inmaduros, apenas un brotecito que termina siendo una copa de árbol, tupido, generoso de sombra en días de calor, de protección en días de lluvia. Son esos sueños que llegan a la estación deseada, a horario y sin escalas. Lo nublado que empaña la tristeza se vuelve luz que ilumina la modorra invernal. Solo tenemos que mirar un poquito para darnos cuenta que los brotes verdes llegaron para quedarse, al menos unos días; brotes verdes de verdad. ¿Qué nos dejó el largo invierno? Nos dejó una deuda así de grande, así, con los brazos del Cristo Redentor, con la mirada gacha, con lacrimosa vista perdida, con la tristeza aterida, con el desasosiego a cuestas. Nos dejó menos laburantes. Como en un pase de magia (negra), la calle se llenó un poquito más de personas que antes estaban ocupados, que trabajaban, que llevaban adelante un hogar, una familia, o su propio sustento básico. Nos dejó un tendal de desmanejes, de volantazos, de dimes y diretes, de memes y deme algo, de poco a casi nada, de la revolución de la alegría a la involución de la felicidad. No soy un analista político, mucho menos un político analista, apenas soy un personaje incorregible políticamente incorrecto. Lo correcto no lo corrijo, y corro con la ventaja de hacer saber que no sé lo que realmente quiero saber, para tener el provecho de saber un poco más de lo que creo saber.

La nostalgia invernal se vuelve esperanza primaveral. Las soledades de invierno son mucho más solitarias, de ojos semidormidos, casi congelados en su amodorrada quietud. Las oscuras tardecitas de invierno son de cuerpo encavado en un sofá o en una cama sin peso específico. Y uno se siente específicamente pesado.

Pero así como todo pasa, también todo llega, y la primavera llega por fin a su principio. Por el canto de puertas y ventanas, el frío viento intruso va dejando lugar a la luz del nuevo sol. La nueva/vieja luz del sol arremete acompañada de voces disonantes de púberes que van adoleciendo la edad del amor y el no control paternal, que no es lo mismo que descontrol, aunque así pareciera. Casi en la misma onda sonora y similar tono, el gorjeo de los pájaros también se cuela por las rendijas.

Los días se llenan de colores y voces, y en este año la transición no solo es climática, también es política, ¡y cómo no!, bajo un clima enrarecido; con algunas cosas no tan claras y con cierta desidia de quien se supone se va de mala gana. El festival de la alegría organiza una “marcha para ganar” que va a replicar en 30 ciudades, a partir del 28 de septiembre, la gatuna felicidad -que es asistida por infinidad de “trolls” a sueldo- festeja y se desentiende de la realidad, a pocas cuadras, más precisamente en el Congreso de la Nación y con sólo 14 oradores (algo así como una sesión express), se firma de forma unánime la prórroga de la Ley de Emergencia Alimentaria, que va a incrementar en un cincuenta por ciento todas las partidas presupuestarias para los programas de alimentación. Mientras el hambre aprieta, la televisión se llena de panqueques, pero no son dulces y algunos con mala leche. La justicia, que tarda en llegar y no justamente en su justa manera, se reacomoda con los nuevos actores, entonces empiezan causas y vuelven las causas que se encausan, o son liberados aquellos que estaban libres de culpa y cargo, y así, balanza en mano, va pispeando sin disimulo. ¿Qué si es ciega?... no se ve. En contraste, no se siente ni se palpa la controlada y hasta serena ansiedad de quienes se suponen llegarán. Los que vienen llegarán, eso es seguro, las remanidas encuestas, como siempre digo, que tanto cuestan, y no cuentan nada, y nos cuesta creer, nos dicen, que son esos los que vienen. Lo que no se sabe, es si llegan a buen puerto.

Pero empieza la primavera, y florecen los sueños.

Pasamos el invierno señoras/es. Y eso, es algo para festejar.