Reflexiones

Guillermo Appendino

La vida muchas veces resulta algo compleja, y no siempre, o casi nunca, suele acontecer completamente acorde con nuestros deseos. Entonces uno irá desarrollando los diferentes aspectos de su ser, emocional, social, familiar, laboral, físico, entre otros, en ocasiones según las propias aspiraciones y otras veces simplemente como pueda; quedando claramente a una considerable distancia de nuestros sueños, dependiendo esto de cómo se sucedan y hagamos suceder un sinnúmero de situaciones y condiciones internas y externas a nosotros.

Que a nadie le gusta esperar demasiado por algo deseado parece ser cierto, pero habrá que aprender a llevarse de la peor manera posible con el embaucador “ahora, ya”, advirtiendo que todas las realizaciones importantes implican sus dilatados tiempos y reducidas velocidades, tal como nos alecciona cada día la naturaleza con miles de sencillos ejemplos.

Pero llega un día, un momento, una hora, o tal vez unos pocos segundos, en que uno logra ser lo profundamente deseado, en cualquiera de sus rasgos humanos, donde eso que estaba latente empujando desde adentro, tratando de brotar, puede finalmente emerger, manifestarse, exteriorizarse, pudiendo ser genuinamente de forma integral.

Entonces, en ese instante, en ese minuto o esos años, uno sentirá haber logrado escalar interiormente desde la sima hasta su cima, presenciando desde esta cumbre -mientras se seca el sudor- uno de los pocos y extraordinarios acontecimientos de su vida. Y por poco que dure la conquista de aquel sueño, ese encuentro entre la embrollada realidad y un deseo profundo, será suficiente para que el alma ya nunca pueda olvidar el particular perfume que tiene un sueño luego de haber podido ser abrazado, desvelándola cada noche para planear cómo volver a atrapar nuevamente ese o algún otro arisco sueño.