Peisadillas

La que te parió

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“Maternidad” de Pablo Picasso.

Foto: Archivo El Litoral

Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

Los sueños son paridos, salen de nosotros, salen a la luz, generalmente en la noche, en la oscuridad de la noche, ellos toman vida. A diferencia del semejante acto de amor que es parir -con dolor- porque todo amor que se precie de tal lleva consigo el dolor, nuestros sueños -mis “peisadillas”- son paridos sin dolor, vienen del mundo de mis sueños para convertirse en papel cada sábado. Comienzo siempre mis líneas semanales hablando de los sueños, es que me despierto pensando cada día, antes de ponerme a escribir este texto, en qué voy contarles; o por qué lugares me llevarán mis sueños y en qué lugar los colocaré. Al igual que yo, mis sueños son imprudentes, se cuelan por lugares inverosímiles sin tarjetas de acceso o contraseñas, con la frente en alto y un guiño cómplice, de amor, siempre de amor, pasan con la sonrisa a cuestas, de dientes con brillantes estrellitas, optimistas sin excepción y exentos de todo impuesto al “caraculismo” actual provocado por el “IVA”, por la “VENIDA”, por el precio del dólar, por el debate pos debate, por la transición, por el frío intruso o por la llovizna persistente y tozuda que se repitió durante todo lo largo de la semana.

Mi piel tostada con el agregado del dulce deleite de mis paseos matinales se vieron opacadas por la insistente garúa, pero éste loco andarín de sempiterna sonrisa arrastra con lluvia o sin lluvia la mochila de recuerdos, memorias y todos sus sueños a babucha, a cuestas. Y así, caminando, observando, voy desandando y desenredando los pensamientos para reordenar algo más o menos que tuviere algún sentido, o al menos haciendo el intento en ese sinsentido que es el universo de los sueños.

Comencé estas líneas contándoles sobre que los sueños son paridos. Pero parir está reservado para las hembras, que con el solo hecho de parir se convierten en madres, fisiológicamente hablando... pues no puedo dejar de nombrar a aquellas madres del corazón que no tuvieron la suerte de ser receptoras del hijo en su vientre, aquellas madres, y lo digo con profunda admiración, que formaron una familia después de un arduo y largo proceso de adopción, que acogieron en su seno con intenso amor desinteresado y perpetuo a los hijos de alguien más.

Mandato divino que nos cuentan las escrituras: “En gran manera multiplicaré tu dolor en el parto, con dolor darás a luz los hijos; y con todo, tu deseo será para tu marido, y él tendrá dominio sobre ti...” (Génesis 3:16). Sin ser exégeta ni mucho menos, quizás esta frase del “Génesis” del Antiguo Testamento es el principio de uno de los comportamientos de las sociedades antiguas que se replican aún en nuestros días, siendo raíz fundamental del pensamiento machista y base y origen de las sociedades patriarcales, que son las reglas (explícitas o implícitas) que rigen la gran mayoría de las sociedades modernas, ya que desde sus principios toda la estructura familiar de las tribus o clanes estaban basadas (naturalmente) en la dependencia económica del hombre. El hombre decidía los destinos de su familia y el futuro que él definía para los hijos. La Madre, era solamente una figura decorativa, un adorno, despersonalizada y minimizada frente a la figura paterna, ella deambulaba siendo incubadora inerte e inerme de los placeres y los hijos del hombre (dueño) de la casa. En las clases acomodadas, en las familias ricas y adineradas, la sumisión de la mujer ante el hombre era más acentuada, de hecho, las familias de las mujeres pagaban tributo para poder casarse con el codiciado solterón.

Hay que honrar a la mujer y a la madre, tomarlas de ejemplo y amarlas por sobre todas las cosas. Erich Fromm, en su libro “El arte de Amar”, nos cuenta de las ventajas y la idealización de una sociedad basada en las características de una madre, la sociedad Matriarcal: “El amor de la madre es incondicional, y también es omniprotector y envolvente; como es incondicional, tampoco puede controlarse o adquirirse. Su presencia da a la persona amada una sensación de dicha; su ausencia produce un sentimiento de abandono y profunda desesperación. Puesto que la madre ama a sus hijos porque son sus hijos, y no porque sean ‘buenos’, obedientes, o cumplan sus deseos y órdenes, el amor materno se basa en la igualdad. Todos los hombres son iguales, porque son todos hijos de una madre, porque todos son hijos de la Madre Tierra.”

¡Feliz día madres!

No puedo dejar de nombrar a aquellas madres del corazón que no tuvieron la suerte de ser receptoras del hijo en su vientre, aquellas, y lo digo con profunda admiración, que formaron una familia después de un arduo y largo proceso de adopción, que acogieron en su seno con intenso amor desinteresado y perpetuo a los hijos de alguien más.

Mis sueños son imprudentes, se cuelan por lugares inverosímiles sin tarjetas de acceso o contraseñas, con la frente en alto y un guiño cómplice, de amor, siempre de amor, pasan con la sonrisa a cuestas, de dientes con brillantes estrellitas, optimistas sin excepción y exentos de todo impuesto al “caraculismo” actual.