REFLEXIONES ELECTORALES

Los valores más profundos le empataron al bolsillo

Por Roy López Molina (*)

Luego de la desconcertante derrota en las elecciones del 11 de agosto, dos razones potentísimas explican la extraordinaria remontada en las elecciones del último domingo: el presidente y la gente.

Mauricio Macri, a quien muchos pretendían ver irse anticipadamente “escupiendo sangre”, demostró, en un curso intensivo de liderazgo, ser poseedor de una capacidad personal y política para reinventarse a sí mismo. El presidente de las elecciones generales no tuvo nada que ver con el presidente de las PASO. Incluso más, entre la incertidumbre y el desánimo generalizado, el #24A, con una Plaza de Mayo llena, nació un nuevo dirigente desconocido hasta ahora: aquél que, con fortaleza mental y espiritual, y desatando su amor propio, se puso al frente de una campaña que parecía liquidada. Nadie más que él sabía lo difícil del objetivo. Y nadie más que él sabía lo imprescindible de dejarlo todo para que sobreviva todo.

Ese sujeto político individual, dispuesto a dar batalla, encontró un sujeto colectivo novedoso en la sociedad argentina: la clase republicana. Cientos de miles de argentinos que, sin desconocer los duros golpes de una economía cotidiana que no repuntó a tiempo, entendieron que había, por primera vez, valores más profundos que cuidar a través del voto. Así, la república, esa cualidad que todavía le falta a nuestra consolidada democracia, abandonó lo abstracto y tuvo rostros, nombres e historias: aquéllos que valoran la libertad frente al avance del populismo autoritario, aquéllos que defienden la verdad y la honestidad frente a los mentirosos beneficios de la corrupción hacedora, aquéllos que encuentran en la función pública un medio concreto para servir a los demás y no para consolidar privilegios.

Esa sinergia entre el presidente y la gente, que rompió (tarde, tal vez) con los estrictos protocolos de la seguridad oficial, es la que explica el crecimiento exponencial en el resultado final del 27 de octubre. Son los protagonistas exclusivos y excluyentes. Por fuera de esa exitosa sociedad, no hay lugar para más nadie que pretenda arrogarse el patrimonio de la remontada.

Hay motivos para seguir creyendo

Cuando la efervescencia baje, la transición culmine y haya un nuevo gobierno en la Argentina, la fuerza del “Sí, se puede” deberá apoyarse en los éxitos concretos de nuestro gobierno saliente. En primer lugar, por una razón de justicia. En segundo lugar, por una razón práctica: desde allí se regenerará el combustible necesario para que no se apague la llama republicana. Basta para ello, cuatro ejes temáticos.

Como vecinos de una ciudad y una provincia donde la inseguridad es el gran flagelo cotidiano, son innegables los avances en la lucha contra la delincuencia y, en especial, el narcotráfico. Bajar un 30% la tasa de homicidios en la Argentina, es la consecuencia de un gobierno que decidió enfrentar a las mafias y no negociar con ellas. Los récords de incautación de cocaína y marihuana, es otra muestra de la decisión política de desplegar las fuerzas federales en los puntos calientes del país para cortar las vías de comunicación de las bandas criminales. La reducción al mínimo aceptable para la industria farmacéutica de la importación de efedrina, la detención de prófugos de la justicia que hasta 2015 nadie buscaba, el programa Tribuna Segura para dejar afuera de las canchas de fútbol a los violentos, el programa Barrios Seguros que devolvió la tranquilidad a Alto Verde en Santa Fe y a Grandoli en Rosario: cada uno de esos logros son motivos de orgullo para seguir creyendo que se puede porque se pudo.

Un país que debía importar energía a precios carísimos, profundizando el déficit presupuestario, hoy posee una matriz energética en marcha, diversificada y sustentable. Con proyectos concretos, inversión y desarrollo en áreas clave y visión de largo plazo. Más de una década después, nuestro país volvió a exportar gas al mundo, con Vaca Muerta como principal exponente. De igual forma, las energías renovables representan casi el 15% de aquélla matriz, muy por encima del 0.8% de hace cuatro años: en ese marco, Argentina inauguró el parque solar más grande de Sudamérica en la puna jujeña. Es imposible producir y crecer sin energía. Dejamos un país con los cimientos energéticos más modernos del mundo. Y no menos importante: cada uno de estas inversiones generó y genera miles de puestos de trabajo en todo el país.

Es en la obra pública realizada en los cuatro años de gobierno en donde se conjugan con claridad la capacidad de gestión con la sensibilidad social necesaria para cuidar a los más vulnerables. La pobreza estructural que Argentina arrastra hace décadas no se diluyó en discursos que, más que progresistas, parecían negacionistas: la gestión se tradujo en agua potable, cloacas, pavimento y veredas para millones de argentinos. Kilómetros de autopistas para viajar seguros, la inversión histórica en el Belgrano Cargas para trasladar nuestra producción, el primer viaje de cientos de compatriotas a través de la revolución de los aviones, entre tantas otras obras realizadas con costos hasta 40% menores por la transparencia de los procesos licitatorios. Sin negociados ni corrupción.

La inserción en el mundo, otro hito de la gestión del presidente. Una integración inteligente, pragmática y de futuro. El mundo democrático y respetuoso de los derechos humanos nos recibió y asistió cada desafío de este tiempo. Los acuerdos bilaterales, el histórico acuerdo Mercosur - UE, el protagonismo en el G20, fueron el vehículo para abrir nuestra economía a más de 170 mercados nuevos, a donde llegan nuestros productos. Todo ello acompañado por un proceso de modernización de trámites, eliminando trabas burocráticas, digitalización de etapas y facilitando el acceso a cientos de nuevas Pymes a su primera exportación. Estar convencidos de los logros es la garantía para defender con datos y hechos lo conseguido, que es mucho aunque falte tanto. Logros que, cuando los analicemos en perspectiva, serán aun más poderosos en el juicio de la historia.

Recrearse para construir el futuro

En los momentos más difíciles de los últimos cuatro años, un potente espíritu ciudadano logró frenar cada intento de desestabilización. Así, dirigentes opositores, la mayoría de fuerte talante autoritario, tuvieron que ceder en sus pulsiones rupturistas frente a una clase republicana que, de abajo hacia arriba, parecía decirle en silencio al presidente: “seguí que te bancamos, son tiempos duros pero estamos acá”. Los valores más profundos le empataron el partido, por primera vez en la historia argentina, al bolsillo.

El resultado del 27 de octubre no le pudo dar continuidad al gobierno, pero sí a la democracia, a la república y a los valores que representa Juntos por el Cambio. Nadie tendrá el poder absoluto a partir del 10 de diciembre: allí radica el gran crecimiento de la conciencia ciudadana de los argentinos. “Todavía hay mucha gente que está viva”, canta Juan Carlos Baglietto. Millones que “siguen vivos” nos reclaman recrearnos para construir el futuro que ya comenzó. Ese mandato constituye en mora a toda la dirigencia de Juntos por el Cambio. Evolucionar hacia un espacio que, sin perder el dinamismo, sea más abierto pero institucionalizado, con fuerte acompañamiento federal de los liderazgos locales y provinciales, superando a pequeños caudillos territoriales que no pueden exhibir éxitos ni méritos, que sea un fiel reflejo de los sueños (y de los dolores) de quienes salieron masivamente a dar vuelta la elección.

Están allí. Con conciencia de lo que han logrado. Esperando esa representación. “Somos una hinchada sin cuadro, pidiendo un lugar de pertenencia a gritos”, lo expresó con justeza el cineasta Juan José Campanella. Hay que reinventarse rápido para no defraudar a esa hinchada republicana. En caso de lograrlo, tendremos el segundo gran movimiento político en Argentina. Que no es poca cosa.

(*) Concejal de Rosario por Juntos por el Cambio

El #24A nació un nuevo dirigente desconocido hasta ahora: aquél que, con fortaleza mental y espiritual, y desatando su amor propio, se puso al frente de una campaña que parecía liquidada. Nadie más que él sabía lo difícil del objetivo. Y nadie más que él sabía lo imprescindible de dejarlo todo para que sobreviva todo.

Ese sujeto político individual, dispuesto a dar batalla, encontró un sujeto colectivo novedoso en la sociedad argentina: la clase republicana. Cientos de miles de argentinos que, sin desconocer los duros golpes de una economía cotidiana que no repuntó a tiempo, entendieron que había valores más profundos que cuidar.