Peisadillas

Tranquilemia

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Los malos sueños, las pesadillas, flotan a la deriva por mares tempestuosos, tumultuosos, rebosante de peligros ignotos. Las pesadillas desconocen de brújulas, cuadrantes y astrolabios. Foto: El naufragio del “Arethusa”, de Charles C. Wood Taylor.

Carlos Mario Peisojovich (El Peiso)

Los sueños a veces necesitan descansar, pues aquel que sueña mucho debería estar bien despierto. No necesariamente con los ojos abiertos. Si bien existe un amplio margen de soñantes que andan por la vida con los ojos colmados de sueños, el soñar despierto es un ejercicio que debe hacerse solitariamente; en un espacio cómodo, con la seguridad de saber que se puede hacer el ejercicio de pilotear los sueños sin problemas de seguridad, ya que muchos soñadores de ojos abiertos se chocan con la realidad, con los problemas circundantes, contra una pared, o -en el peor de los casos- contra el auto de un autómata conductor despistado. Los selenitas, esos habitantes de la luna, deberían ser los operarios de la torre de control del aeropuerto de los sueños, pero como siempre están en la luna, la seguridad pende de un hilo imaginario; además, tenemos entendido que la libertad de los sueños es absoluta y la hoja de ruta adquiere formas insospechadamente laberínticas y anárquicas.

Los malos sueños, las pesadillas, flotan a la deriva por mares tempestuosos, tumultuosos, rebosante de peligros ignotos. Las pesadillas desconocen de brújulas, cuadrantes y astrolabios.

Los sueños plácidos avanzan libres por las aguas tranquilas, donde el timonel se deja llevar cómodamente a mejores puertos. Y como todo marinero de sueños, en cada puerto hay un amor, porque cada nuevo amor es un puerto donde anclar, asaltando corazones listos para la conquista, plantar bandera y emitir el bando de la pasión. Un bandolero de corazones. Porque al amar se hace un pirata.

Como soñadores con oficio de timonel de un barco a la deriva, estamos bajo el influjo de los factores externos, y por supuesto, internos, ya que nuestro rumbo también cambia con el vendaval de las emociones.

Navegando, ya no por mares y sueños, sino por los “Portales” de los diarios locales y nacionales; descubro sin ser un adelantado que en nuestra nerviosa y agrietada Argentina, y en comparación con lo que está sucediendo con los vecinos de nuestra tan americana y latina tierra, estamos viviendo un momento narcotizado, ésta “tranquilemia”, como me atrevo a llamarla, confieso, me da miedito y medito sobre ésto. Que no se me entienda mal, ese “miedito” que medito, debe ser justamente lo que tiene narcotizada a la amplia comunidad argentina, y me incluyo. Como siempre digo, no soy un analista político, apenas un “opiñador”, pero se intuye en la calle, en las charlas amigueras, en todo el ámbito informativo y en los medios en general, una especie de tranquilidad, mezclada con la esperanza y cierta dosis de desconfianza e intensa expectativa por lo que viene y por lo que dejan, por lo que se dice y lo que se dijo.

Han sido años movidos, movidos por sentimientos, muchas veces con malos sentimientos, odio, bronca, venganza. De lecturas oprobiosas y noticias comandadas. De marchas y contramarchas; de acusaciones y recusaciones.

Desde las elecciones P.A.S.O. hasta las elecciones presidenciales, se vivieron bajo un clima asfixiante, nuestra clase gobernante y la que ansiaba ser parte de esa clase, dieron clases de matemáticas, pero no donde uno más uno es dos, sino en máximas. Uno de los enunciados matemáticos más conocidos dice que el orden de los factores no altera el producto. Y eso pareció ser.

Nuestro actual presidente, ahora saliente, se dedicó a sumar almas en favor del prometido cambio, cambiando su manera de actuar, peronizando su manera de hacer política, salió al llano, a la altura de la gente, amándose y prometiéndose amor eterno, al menos por ese ratito. Giró sobre sí mismo en tantísimas ciudades, prometió lo que había prometido hacía cuatro años y más. Y si bien el resultado final no fue suficiente, le alcanzó para agrandar los números del llamado núcleo duro, ya fidelizado y encolumnado a su ideario.

En el otro rincón, vimos a nuestro futuro presidente, en breve entrante, hablando con los popes de las esferas de poder, comportándose antes de ser formalmente electo, como el presidente electo y en funciones, moviendo y marcando la agenda pseudo presidencial, haciéndose cargo de lo que no era responsable, y responsabilizando a los que no se hacían cargo. Muchos creían ver los hilos de la conductora del espacio en la “titereteada” imagen del futuro presidente; muchos otros veían su sigilosa imagen desde las sombras, detrás de la cortina, o bajo el escenario, como una presencia macabra y misteriosa en rol de apuntadora.

Y pasaron cosas.

Y la Argentina votó. Y la Argentina botó una idea que ahora, en éste presente que es imperfecto, muchos hermanos latinoamericanos están dispuestos a botar.

La región que está más acá del río Colorado, esta roja de furia.

¿Yo?... Tranquilo, porque como leí o escuché alguna vez, quien no apuesta un sueño, no gana un mundo real.