Crónicas sueltas

Gobierno nuevo, ¿vida nueva?

Rogelio Alaniz

I

Un presidente elegido por el pueblo le entrega los atributos del poder a otro presidente elegido por el pueblo. Como debe ser. El acto parece sencillo, carece de épica pero exhibe esa sobria austeridad republicana que en definitiva es lo que importa. Cuando se hace lo que corresponde parecería que todo es sencillo, fácil si se quiere. En el caso que nos ocupa, lo que se ha hecho este martes 10 de diciembre es lo que aconseja la Constitución y los más elementales textos de Instrucción Cívica. Sin embargo, en la Argentina ese acto de alternancia, el momento en que el presidente de un partido le entrega el poder al presidente de un partido diferente, es uno de los momentos fundantes de un orden democrático, uno de los instantes que simboliza la naturaleza íntima del poder. Como se suele decir en estos casos: tan fácil y tan complicado. Y particularmente complicado en la Argentina, un país en el que recién después de setenta y un años un presidente no peronista concluye su mandato.

II

Sobre este tema, nunca está demás recordar que el momento del cambio pacífico del poder es uno de los momentos claves de la democracia en el mundo moderno. En otros tiempos la alternancia se resolvía a través de la guerra o el crimen. La cultura republicana se propuso el desafío de resolverlo pacíficamente. Contra las pretensiones cesaristas de caudillos o líderes que se proponen quedarse en el poder hasta la noche de los tiempos, se planteó un período acotado. A la tentación de resolver la lucha por el poder a través de las armas, se impuso el principio de resolverlo a través del sufragio. Estas nociones elementales de cultura republicana lograron imponerse a partir de un profundo cambio cultural, cambio que como toda conquista cultural y política nunca es definitiva porque siempre estará amenazada por los diversos autoritarismos.

III

En esta semana a los argentinos nos tocó ser testigos de un hecho que si bien se presentó como previsible no fue fácil llegar a él. Sin ir más lejos, hace apenas cuatro años al presidente electo de entonces la presidente se negó a entregar los atributos del poder. Ella aceptó la derrota de su candidato, pero se propuso deslegitimarlo desde su origen. Acto seguido sus “leales” se declararon no como opositores a un gobierno con el que disentirían, sino como resistentes contra un régimen al que no vacilaron en calificar como enemigo y equipararlo con la dictadura militar. El símbolo del helicóptero esgrimido en sus numerosas y agresivas marchas ejemplifica con elocuencia esta actitud. Las movilizaciones permanentes, algunas de un agresividad insólita por su violencia verbal y práctica, fueron la consecuencia de ese principio. El gobierno de Macri concluyó su mandato a pesar de una oposición feroz y desestabilizante.

IV

Un nuevo gobierno, de signo político diferente inicia su mandato. Y como corresponde en todo país civilizado, un ex presidente regresa a su casa y un presidente nuevo asume legítimamente el poder. El discurso de Alberto Fernández se desarrolló bajo el signo de la moderación. El tono, las palabras, los gestos son los que corresponden a un presidente que pretende asumir la responsabilidad de gobernar un país y no marchar a la guerra. Un discurso, se sabe, incluye las palabras y los silencios. También los gestos. El abrazo de Fernández con Macri es lo que corresponde por parte de dos dirigentes que nunca han disimulado sus diferencias, pero no se consideran enemigos. La gestualidad de Ella “contra” Macri nos recuerda, sin embargo, que la “grieta” está muy lejos de superarse, pero sobre sus gestos pusieron en evidencia quiénes son los responsables de la famosa “grieta”. Los gestos, dicho sea de paso, son los de una señora con más de diez procesos y que no está presa porque el poder protege a los poderosos.

V

El tono moderado del discurso no excluye algunas consideraciones y, si se quiere, advertencias. La moderación de Alberto Fernández se despliega en el campo de lo que podríamos denominar los lugares comunes del progresismo, esos lugares que en sus términos más generales la inmensa mayoría de la sociedad aceptaría. Las menciones a Alfonsín fueron acertadas, pero al respecto me interesaría advertirle a los alfonsinistas predispuestos a “comerse el amague” que Alberto Fernández no es alfonsinista sino peronista y, como buen discípulo de su jefe, intenta apropiarse de personalidades destacadas de nuestro reciente pasado político con el objeto de prestigiar su propuesta y con la tranquilidad de saber que están muertos y los muertos no hablan. Los radicales deben aprender a no “comerse los amagues” con tanta ligereza. Y deben saber que en un orden democrático un radical que se precie de tal es opositor a un gobierno peronista por razones históricas, culturales y políticas. Y esa oposición no lesiona la democracia sino que la perfecciona. Repito: no está mal que un presidente recuerde a presidentes del pasado, siempre y cuando quede claro que se trata de rescatar a un presidente de signo diferente y no a un personaje que en los relatos del populismo criollo estaría llamado a integrar el friso de los protagonistas del “movimiento nacional”.

VI

En el discurso de Alberto Fernández abundaron las referencias al “Nunca más”. En nuestra memoria histórica el “Nunca más” alude a la Conadep, esa comisión que investigó las tropelías del terrorismo de estado durante los años de la dictadura militar. Pregunto a continuación: El “Nunca Más” a la corporación judicial y a los linchamientos mediáticos, ¿qué alcances tiene? Respecto del Poder Judicial, por supuesto que se imponen las reformas, pero reformas para asegurar una justicia que funcione y no una justicia que asegure la impunidad de los y las corruptas. Menem y Cristina, por ejemplo. Y con relación a los linchamientos mediáticos, hubiera sido interesante y tranquilizador que el presidente diga a qué linchamientos se refiere, porque de no ser así hay motivos para creer que “linchamiento mediático” y periodismo de investigación para Fernández son la misma cosa. Por último: a Cristina la deben declarar inocente los jueces, no el presidente, presidente en este caso designado por Ella.

VII

Todos los discursos presidenciales a la hora de iniciar su mandato son inevitablemente una suma de intenciones y deseos que el ejercicio real del poder se encargará de establecer la mayor o enorme distancia entre las palabras y los hechos. En este contexto, al gobierno le corresponderá gobernar y a la oposición controlar. A la oposición le corresponde admitir -como lo ha hecho- la legitimidad de origen del flamante gobierno, para luego verificar qué ocurre con las peripecias de la legitimidad de ejercicio. Apoyar lo que se considere justo y criticar aquello en lo que discrepan, es otra de sus tareas. Las críticas nunca pueden asumir el tono de la desestabilización y el apoyo jamás debe confundirse con la complicidad. En todos los casos, una oposición republicana deberá vigilar las libertades, las garantías individuales y políticas que siempre están amenazadas por los déspotas y aspirantes a déspotas.

VIII

La moderación de Alberto Fernández se contrastó con el discurso beligerante y, si se permite, rencoroso de la vicepresidente. En principio, como un dato real de los tiempos que nos esperan, Cristina no va a ceder las cuotas de poder real y simbólico que supone que le pertenecen. Como muestra de lo que se avecina, la vicepresidente se tomó la licencia de aprobar el discurso del presidente y, como al pasar, advertirle acerca de lo que deben ser sus responsabilidades con el pueblo. La actitud de Cristina es la de considerarse autorizada a decir lo que está bien y lo que está mal. Mientras tanto, y fiel a su estilo diletante y manipulador de los derechos humanos, intentó comparar el destino atroz de los desaparecidos en tiempos de la dictadura, con la supuesta intención del gobierno de Macri de hacer desaparecer al kirchnerismo. El tema da para seguir hablando, porque esta película y en particular este culebrón que la cuenta a Cristina como heroína orgiástica, recién comienza.

Un discurso, se sabe, incluye las palabras y los silencios. También los gestos. El abrazo de Fernández con Macri es lo que corresponde por parte de dos dirigentes que nunca han disimulado sus diferencias, pero no se consideran enemigos.

La gestualidad de Ella “contra” Macri nos recuerda, sin embargo, que la “grieta” está muy lejos de superarse, pero sobre todo, sus gestos pusieron en evidencia quiénes son los responsables de la famosa “grieta”. Los gestos son los de una señora con más de diez procesos y que no está presa porque el poder protege a los poderosos.