Por: María Teresa Rearte
Por: María Teresa Rearte
La crítica al Cristianismo ha sido y sigue siendo negativa, porque no se ha entendido la novedad que introduce en su interpretación del amor. Por lo que es interesante profundizar la reflexión cuaresmal, para ahondar en la vida cristiana.
La novedad de la fe bíblica
En las culturas que rodean el mundo de la Biblia hay diversas imágenes de dios y de los dioses. Para la fe bíblica en cambio está claro que hay un solo Dios, que es el Creador del cielo y de la tierra. Y que es el Dios de todos los hombres, aún de los que no le conocen. Es también este Dios el que ha creado al hombre. Lo que ayuda a comprender que Él ama a la criatura humana.
En la filosofía griega, la potencia divina a la que Aristóteles trató de llegar mediante su pensamiento es objeto de amor de parte de todo ser. En cuanto es amada mueve al mundo; pero ella no ama ni necesita nada ni de nadie. Sólo es amada.
En cambio el Dios único en el que Israel puso su fe, ama personalmente al hombre. Y el suyo es un amor de predilección que lo elige entre todos los pueblos. Escoge a Israel y lo ama por su voluntad de salvar a toda la humanidad.
El profeta Oseas de modo particular ha mostrado el apasionado amor de Dios por el pueblo de Israel, con imágenes eróticas fuertes. La relación de Dios con Israel se expresa con la metáfora del matrimonio. La idolatría deviene en adulterio y prostitución.
El libro de Oseas tuvo gran resonancia en el Antiguo Testamento, donde la imagen matrimonial de la relación entre Dios e Israel, fue tomada también por el profeta Ezequiel. “El Nuevo Testamento y la comunidad nacida de él la han aplicado a las relaciones entre Jesús y su Iglesia. Los místicos cristianos la han extendido a todas las almas fieles.” (Biblia de Jerusalén). De modo que en los textos bíblicos se puede apreciar que el ‘eros' es parte del corazón con el que Dios ama al hombre. Dios Todopoderoso aguarda su sí como el esposo el de su amada esposa. Es también el profeta Oseas quien muestra la dimensión del ‘ágape' en el amor de Dios por su pueblo, aún cuando éste haya roto la Alianza.
Como dije antes, el ‘eros' de Dios para con el hombre es también ‘ágape'. Lo es porque se ofrece gratuitamente, sin mérito alguno del hombre. También porque es un amor que perdona. Lo es de tal modo que pone su amor contra su justicia. En esto debemos detenernos especialmente, porque de algún modo se perfila ya el misterio de la Cruz, en la que se unen la justicia y el amor. Se puede apreciar cómo la unión del hombre con Dios, que constituía su sueño originario, se realiza en la unidad del amor. El ‘eros' es ennoblecido y puede así fundirse con el ‘ágape'. Lo que permite entender por qué el Cantar de los Cantares, que enaltece en sus poemas el amor mutuo entre un Amado y una Amada, fue recepcionado en el canon de la Sagrada Escritura. Esto es así porque se trata de cantos de amor que tanto en la literatura cristiana como judía resumen una experiencia mística.
En el Génesis leemos a propósito de Adán, que dice: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne.” (2, 24) Con lo que el ‘eros' emerge de la naturaleza humana para unirle a su mujer. Y ser la humanidad completa. También se advierte que el ‘eros' orienta al hombre al matrimonio, como vínculo único y definitivo, e ícono del amor de Dios con su pueblo. Pero el desorden entró en el mundo por el pecado de la autosuficiencia humana (Cf Gn 3, 1-7) El hombre se replegó sobre sí y se apartó de Dios que, no obstante, quiso mostrarle su amor redentor. Entonces la muerte, que en el mundo se evidencia como un hecho sombrío y estremecedor, en el Hijo Unigénito se convirtió en un acto de amor y libertad.
La Cuaresma es tiempo de peregrinación interior que debe llevar a la contemplación de Cristo crucificado, que por amor se propuso reconciliar a los hombres con Dios y entre sí. Miremos su costado abierto, del cual salió “sangre y agua” (Jn 19, 34), que significan los sacramentos cristianos del Bautismo y la Eucaristía. Contemplemos el misterio eucarístico para convencernos de su amor oblativo. Y visualizar su estremecedor realismo.