Revista Nosotros
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Esteban Faure tiene 35 años. Es padre de tres niños, que hoy tienen 7 y 4 años. Los más pequeños son gemelos, y varones. “Fui padre primerizo a los 28 años. La llegada de la nena fue esperada, producto de un embarazo buscado. Los gemelos no. Llegaron por gracia de Dios, y por la descendencia familiar de mi señora”, cuenta Esteban, riendo.
La noticia de que venían dos en camino llegó en la primera ecografía. “Me acuerdo que mi mujer estaba acostada en la camilla y yo parado, detrás del ecografista. Cuando miro el monitor me llamó la atención observar dos puntos, y fui yo el que le pregunté ¿son dos? El hombre, muy tranquilo, me contestó: ‘sí señor. Son dos’. Me quedé mudo. No sabía si reirme, llorar o salir corriendo. Opté por reirme”, dice.
La paternidad es una bendición para este esperancino que reside en Santa Fe hace 15 años. Pero también reconoce que no es tarea sencilla, más aún cuando son dos los bebés que llegan al mismo tiempo. “Para mí la edad caótica fue entre el año y medio y los 2 años. Manuel y Tomás eran muy demandantes. Lloraban, querían upa todo el tiempo y uno tiene nada más que dos manos. Encima Camila, la más grande, tenía no más de 4 años. Tanto mi mujer como yo trabajamos así que en casa siempre todo es de a dos, lo mismo con el tema de los chicos. Por suerte siempre estuvieron las abuelas dispuestas a colaborar y ayudar”, dice.
Hoy, que los gemelos están más grandes, Esteban está más relajado. Disfruta verlos conversar y admira la conexión que tienen. También se sorprende de las travesuras que hacen en dúo, como cambiarse de nombre cuando alguno se manda una macana o simplemente para confundir a la gente y divertirse entre ellos.
La vida de Esteban cambio radicalmente con la paternidad, o sea hace siete años. Y se volvió caóticamente hermosa hace cuatro cuando se agrandó la familia con la llegada de los gemelos. Consultado sobre si modificaría algo de este camino transcurrido dijo: “Absolutamente nada. Me siento un bendecido. La clave está en no tomarse todo a la tremenda, relajarse y saber que siempre hay otro más complicado que uno. En esos momentos que no sabía qué hacer yo me consolaba pensando en que hay otros padres que le vienen tres o más de golpe... ¡Y ahí sí que te quiero ver!”, finalizó riendo.
Rodolfo, más identificado como Rody, es siempre recordado por la adopción de las mellizas Brisa y Victoria. Ahora integra la Asociación Niños Visibles junto a su esposa, un equipo de profesionales y gente de su confianza.
“Junto a Sandra, mi esposa, jamás contemplamos antes la posibilidad de adoptar, pues ya habíamos disfrutado a pleno la bendición de Matías (28) y Antonella (26), pero algo mágico ocurrió muchos años después, ya que con una historia de varios años de vínculo y amor con Victoria pudimos saber que existía una princesa más, Brisa. Desde ese día nos propusimos luchar incansablemente por lograr la guarda de ambas. Fue tremendo, una pesadilla que ya muchos conocen, pero que tuvo el final que ellas merecían, estar juntas para recuperar su tiempo perdido.
Como papá, me siento profundamente bendecido. En nuestra casa viven solo las mellis con nosotros, pero la familia se convierte en una fiesta cuando organizamos todas las semanas esos encuentros que me llenan de emoción, comidas o salidas mediante, en las que me deleito al ver el inmenso amor que se tienen entre los cuatro, charlan, juegan, son compinches, y los mayores les piden que les cuenten si las retamos por algo, o si las hacemos estudiar mucho. ¡Nos vigilan! Y también sus abuelos, a quienes disfrutan mucho y de quienes reciben permanentemente atenciones y cariño.
Humildemente quiero darles el ejemplo de la lucha y la solidaridad, el de mirar siempre alrededor, les digo que mirar solo hasta la punta de nuestra nariz nos vuelve egoístas, y charlamos mucho sobre situaciones de niños que a ellas las mantiene pendientes, ya tienen 10 años y saben perfectamente que nosotros permanecemos en la lucha por numerosos casos de niños institucionalizados.
No sé si habrá un legado, pero indudablemente yo en lo personal he aprendido infinidad de cosas de ellas, y de nuestra historia, de su propia lucha, de su fortaleza para adaptarnos tan rápidamente a ser una familia numerosa con las situaciones tanto para disfrutar como para resolver propias de cualquier familia. En realidad ahora entiendo que el legado será de ellas, no mío como papá. Ellas son una luz tan potente que no podés dejar de verlas y prestarles atención, por lo que definitivamente mis cuatro hijos me dejan un legado diario a mí, y a Sandra por supuesto. Y debo honrarlo, eso intento.
Según mi esposa, nunca fui quien puso los puntos sobre las íes con Matías y Antonella, y con las mellis lo intento ¡pero sigo fallando! Yo me dedico a protegerlos a todos, eso me encanta, intento estar en todo, atento, darles los gustos, mimarlos, al igual que hago con todos mis afectos. De todos modos, esto no quiere decir que no participe en su crianza, se comparten las actividades y todos nos adaptamos. Mi esposa es una verdadera guerrera de la vida, de la familia y de mi vida, por lo cual todo siempre me ha resultado un poco menos complejo”.
Rodolfo confiesa que hay cosas a las que no les puede decir que no: “Me rindo a sus pies cuando me piden el desayuno en la cama, o me exigen masajes en los deditos de sus pies, y cuando me piden silencio porque oran para agradecer cada comida y cada actividad por emprender. Que tengan a Dios en su corazón es un verdadero tesoro. Pero si tengo que ser sincero casi nunca les digo no a algo, porque son familieras y eso nos incluye y une a todos, así que propician momentos que son para disfrutar. Y creo que el sentido de toda esta historia con ellas es precisamente disfrutarnos, para lo que sus hermanos mayores colaboran mucho y con una dulzura que me hace recordar que los años se nos vienen encima rápidamente”.
Entre las anécdotas con sus hijos, Rodolfo elige ésta: “la que más recuerdo es que cuando logramos la guarda, no decidíamos con Sandra acerca de cuál sería la primer salida todos juntos, ya que Matías y Antonella aún vivían con nosotros. ¡Pero ni nos dieron tiempo! Prácticamente las secuestraron para llevarlas al cine y a pasear, pero nos exigieron que los esperáramos con un asado! Y así fue. De todos modos situaciones entre ellos podría contar cientas, son muy unidos, se mensajean, ellos las malcrían, ellas les devuelven esa atención con dibujos, con abrazos, en verdad muy gratificante porque los mayores han sido hijos muy agradecidos por el amor que recibieron, y se convirtieron en dos adultos en quienes confiamos ciegamente, dos personas profundamente honradas y transparentes”.
Sobre las sensaciones que produce la llegada de un hijo, sobre de todo del primer hijo, se ha dicho todo. Y todo es cierto, más aún, queda corto, faltan definiciones que puedan abarcar ese mágico momento.
La realidad es que ser padre por primera vez nos mete en un mundo nuevo, de maduración absoluta sobre la vida ya vivida, independientemente de la instancia de la persona a la cual le llegue. Puede ocurrir, como generalmente sucede, cuando los hombres estamos más aplomados y con responsabilidades propias de la edad, aunque a veces esa situación se presenta antes, y casi automáticamente, ese nacimiento resulta el mayor (y mejor) quiebre en la vida del nuevo papá.
Naturalmente que cada uno intenta transmitir lo que vivió de chico o lo que le faltó vivir o aprender. Sin embargo, con ese primer hijo nace también un manual de procedimiento propio, íntimo, casi “clandestino” (leáse, a escondidas de la madre), que no se practica con antelación ni se forma con el tiempo, sólo es natural. Allí trabajan diferentes factores muy personales respecto de lo que cada uno pretende para el desarrollo de su hijo.
Ahora bien, sin la necesidad de resultar obsecuente, no tendríamos Día del Padre sin una mujer al lado. Ellas son quienes brindan la mayor porción de crecimiento a nuestros hijos, sin la más mínima duda.
Y al igual que las mamás, los papás nos enfrentamos ante el desafío de ser padres hoy, aquí y ahora, en tiempos de rotundos cambios tecnológicos y costumbristas. Allí estamos, queriendo ser padres, buenos padres para nuestros hijos, sin dejar de ser buenos esposos, buenos tíos o buenos hijos.
Chocamos diariamente con barreras emocionales, a veces con impedimentos materiales u otras situaciones que van en contra de una crianza relajada. Pero de eso se trata también la transmisión de valores al momento de ser padre: de que se identifique el esfuerzo en esas primeras etapas de la vida.
No hay receta. Hay buenas intenciones, por sobre todo, además del amor que cada papá pueda ofrecerle a la familia que intenta construir. Ese es el mandato que uno pretenderá perseguir de aquí en adelante.
Ignacio, papá de Félix. Esposo de Melisa.