Luciano Lutereau (*)
Luciano Lutereau (*)
Lo que quisiera comentar en estas líneas es no tanto la función analítica del pago, sino la cuestión de cómo establecer el cobro en un análisis. Un analista cobra por lo que ofrece, pero ¿qué ofrece? En principio, tiempo. Ahora bien, ¿cómo se cobra el tiempo? ¿Quién puede saber cuánto cuesta el tiempo? Una forma tonta de resolver esta cuestión sería decir que en función de lo que el paciente cuente el analista va a determinar el honorario de las sesiones; pero decir esto es una barbaridad, porque implicaría situar que el tiempo del analista vale a partir de los problemas del otro, lo que lleva a una culpabilización indirecta del estilo: porque sufrís mucho te cobro más. Esta no puede ser la vía, porque se basa en el cinismo.
Pensar el cobro de honorarios en psicoanálisis, desde mi punto de vista, parte de una observación diferente: todo se cobra más de lo que vale. En la sociedad que nos tocó, cuando vamos comprar un café no nos cobran lo que el café vale, ya que su precio incluye un excedente que es la ganancia del vendedor. ¿Por qué la situación del analista sería diferente? ¿Cuánto puede costar mi tiempo, si cuando estoy aburrido o tengo insomnio mi tiempo no vale nada y cuando estoy contento, divertido o enamorado no creo que pudiera pagarse ni un minuto de mi vida con una fortuna?
La situación es otra. El tiempo no tiene un valor previsto, pero siempre se lo cobra de más. Por eso a los practicantes que se inician en el psicoanálisis les cuesta tanto cobrar, porque además les gusta lo que hacen y, a veces, se sienten mal porque les paguen por hacer algo que les gusta. Pero son cosas diferentes. Además, al trabajar de algo que a uno le gusta, cobrar puede llevar a fantasías típicas: como la fantasía de prostitución en la mujer (y aquí resuena el célebre “¿cuánto cobrás?”) o bien la fantasía de estafa en el varón (el vendedor taimado que le roba a su cliente).
Sin embargo, algo de razón tienen estas fantasías. Porque cobrar no es un simple acto neutro, sino que tiene un fundamento pulsional (antes que comercial): cobrar es sacarle algo a otro, es un deseo agresivo que muchas veces produce culpa. En efecto, para el saber popular esto está bien claro con la expresión “vas a cobrar” que muestra que a aquel que tiene un deseo hostil se lo castiga.
En este punto, cada analista debe revisar en su análisis cómo se las arregla con ese deseo agresivo y hostil que se manifiesta en el acto de cobrar. Pero, más allá de esta consideración singular, hay ciertas observaciones que se pueden ampliar: si pagar con plata es lo más barato (antes que pagar con sufrimiento), cobrar con dinero también es la vía menos problemática. Porque también se le puede cobrar a un paciente haciéndolo esperar demasiado, olvidando su horario, etc. O bien, según recuerdo un caso de supervisión, el de una colega que tenía fantasías eróticas con uno de sus pacientes, también se puede cobrar con amor lo que se no paga con dinero. Es notable cómo a partir de una rectificación en los honorarios estas fantasías desaparecieron y la cura recuperó su vía propicia.
Hay personas que tienen un interés particular en cobrar. Un paciente me lo cuenta muy bien, ya que él se dedica a ofrecer un servicio a empresas multinacionales y es muy gracioso cómo relata el modo en que, antes de cada reunión, se relame pensando cuánto va a “fajar” a sus clientes. Algo parecido podría decirse también de los plomeros y otros secuaces del mantenimiento doméstico, a quienes tanto miedo les tenemos. Nadie podría juzgar a quienes gozan de cobrar. Cada uno goza de lo que puede y, a veces, más o menos quiere.
Por cierto, podría haber un analista que goce de cobrarles a sus pacientes, pero eso no tendría nada que ver con la función analítica. A veces pienso que si quien se dedica a esta práctica gusta especialmente de cobrar, quizá se equivoco de profesión y debería haber elegido, mejor, los servicios informáticos o la plomería.
Mucho peor es si quien cobra considera el pago un equivalente de su valor. A partir de lo anterior, pueden verse cómo son dos cosas completamente distintas. Una cosa es la función analítica del pago, otra es lo que un analista cobra y cómo. Lamentablemente, para esta última cuestión no hay recetas que puedan darse, pero sí un criterio que hace a un deseo cuyo fundamento pulsional es claro. Cada uno lo resuelve como puede y, a veces, quiere.
Quizá así puedan evitarse esas situaciones en que, ante la pregunta por sus honorarios, un analista no sabe muy bien qué decir y responde, más por irresolución que por estrategia: “Lo hablamos cuando nos veamos” o “Bueno, habría que ver, depende”, porque siempre lo que cobramos es más de lo que vale lo que hacemos y lo importante es no descuidar la función analítica del pago, porque ahí si se juega la posibilidad del análisis.
Se le podría cobrar un honorario exagerado a un paciente y que ahí no haya pago, o bien que el pago no se corresponda con lo que el analista quisiera cobrar, pero que el análisis demuestre su necesidad. Lo importante de distinguir entre pago y cobro es que permite establecer que en el análisis no se trata de intercambiar dinero por tiempo, ya que la experiencia analítica es lo opuesto a la contratación de un servicio.
>> (*) Psicoanalista, Doctor en Filosofía y Doctor en Psicología (UBA). Coordina la Licenciatura en Filosofía de Uces. Autor del libro “Más crianza, menos terapia” (Paidós, 2018).