Mauricio Yennerich
Mauricio Yennerich
En febrero escribí una nota, cuyas connotaciones actuales justifican la auto-referencia. En ella, sostuve que la cuestión de la inflación de precios y especialmente la escalada cambiaria, eran la carnada que usaba el poder, léase: la ortodoxia neoliberal, para que la mayoría prenda, para cercar la discusión económica y delimitar una especie de coto de caza discursivo, en el que sólo son admisibles especies sígnicas dóciles y conocidas. Hace unos días, escuché a una señora mayor, con escolaridad primaria incompleta, jubilada como mucama de un hospital público, comentar que se había quedado toda la tarde mirando televisión, para ver qué pasaba con el precio del dólar, “a ver si estallaba el dólar”, decía. ¿Qué esperaba ver la señora? ¿Una erupción, una detonación, al estilo de las películas catastrofistas? ¿Sabrá que el apocalipsis de la ortodoxia neoliberal no tiene un desenlace magnificente? ¿Que la hecatombe de la gobernanza global sucede por goteo, desde que Nixon, en el 73, desplegó la doble estrategia basada en precios altos del petróleo y desregulación financiera? ¿Sabrá Norita que la manipulación del crédito internacional y la administración de la deuda son las continuidades de esa estrategia? Creería que no. Y por ahí va la cosa. Este país necesita, urgentemente, que todos los egresados de las escuelas medias comprendan con claridad nociones fundamentales de economía, filosofía política y geografía económica, porque para cambiar las condiciones estructurales que nos oprimen, primero hay que saber de qué hablamos cuando hablamos de estructura.
Es un momento clave para la geopolítica. Los bloques hegemónicos, o, si prefiere, el bloque hegemónico -pues, de hecho, desde el 45, hay uno sólo, que aparece disputado por Asia continental recién a principios del siglo- espera señales claras.
Esta demanda de señales de apoyo, si es compartida por aliados y adversarios, puede provocar un punto de inflexión en la pax americana, ya sea para su refuerzo o para ceder y dar lugar a una nueva configuración de las relaciones de fuerzas internacionales. Ahora bien, dar señales, en el lenguaje de la política militar, implica tomar decisiones tácticas bien fundamentadas y tomar esas decisiones requiere, primero, una estrategia y sobre todo, un gobierno legítimo que inspire respeto, tanto a los extranjeros como a los nativos. No es un momento favorable a liderazgos edulcorados, proclives a las promesas y promotores de un amor incondicional por sobre todas las cosas. Al menos, no parece ser el tono que está adquiriendo el lenguaje de la diplomacia y el de la buena prensa internacional, al referirse a las relaciones de los gobiernos de los países de los escenarios centrales entre sí y su relación con Rusia y China.